La historia de la espiritualidad registra un modo de relación con Dios conocido como infancia espiritual.
La expresión moderna de esta espiritualidad se encuentra en los escritos de Santa Teresa del Niño Jesús.
En la época patrística y en la Edad Media se pueden encontrar huellas de esta consideración, que presenta al cristiano como niño en su dimensión espiritual, en su relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, especialmente en la campo de la Teología Trinitaria.
Incluso hoy este aspecto de la cuestión puede formularse de la siguiente manera:
Somos hijos de Dios Padre, participando de la filiación divina de Jesús, que se hace posible en la imitación de Cristo, animados por el Espíritu Santo.
Pero éste no es el objeto de la presente nota. Propongo confrontar el auténtico significado de la infancia espiritual con el infantilismo que aparece en algunas actitudes pastorales, cuya “pastoralidad” es muy discutible.
En general, habría que decir que las propuestas pastorales posconciliares para la pastoral infantil son infructuosas e inútiles, si se las compara con la tradición común expresada unívocamente en los más diversos sectores de la sociedad.
Esa tradición pastoral consistía en predicaciones, catequesis, reuniones masivas y campamentos. Se hicieron intentos, con distintos grados de éxito, para lograr que los niños perseveraran después de la Primera Comunión.
La Acción Católica tenía una sección dirigida por las damas de Acción Católica – la AMAC; la M significa Mujer. De este trabajo surgieron algunas vocaciones sacerdotales. Junto a la predicación, que tuvo un carácter adaptado y popular, estaba el trabajo en el confesionario. Este intento de perseverancia tuvo un éxito que se prolongó durante varios años, hasta la adolescencia. Fue una orientación pastoral bien colocada, que implicaba una reflexión sensata sobre la naturaleza del escenario que se afrontaba.
Hoy reina la confusión.
Cito un ejemplo increíble, un acontecimiento que sólo fue posible por la devastación de la liturgia y la pérdida del sentido del Misterio: un sacerdote del clero diocesano, en una ciudad de la provincia de Córdoba, celebró misa vestido de payaso. De esta manera pensó hacer “divertido” el Misterio del Sacrificio Eucarístico para los niños. En realidad, consideraba a los niños como imbéciles.
La actitud pastoral de algunos episcopados puede catalogarse de infantilismo. Es curioso que esta actitud ignore la infancia espiritual como valor de la espiritualidad cristiana, que hoy puede gozar de plena actualidad. Entonces podemos hablar de una orientación infantil en la medida en que los fieles son considerados incapaces de ver y asumir las cosas tal como son. Este tipo de infantilismo pastoral es como la punta de un iceberg: el episcopado que desarrolla su actitud pastoral de manera infantil, piensa así porque es así. Es totalmente incapaz de reconocer la verdad de la situación que vive la Iglesia. Este es el lugar para afirmar que el progresismo suele incurrir en planteamientos infantiles.
Esta observación no significa que el progresismo sea inocente; su infantilismo es culpable.
La alternativa es la seriedad en la búsqueda de los medios adecuados y coherencia en su desarrollo y aplicación. El fin es el Bien Común pastoral, lo que implica un juicio histórico correcto. Vale decir que hay que tener cuidado con el desprecio a la Tradición, que es el vicio capital del progresismo.
El desprecio por la Tradición puede deberse a la ignorancia, pero más a menudo se debe a la ideología; la ideología sigue las modas, y el cuerpo episcopal se contagia de la situación secular y arrastra consigo a la Iglesia, Cuerpo de los fieles.
La cuestión es, entonces, seriedad o puerilidad, y seriedad es simplemente madurez para percibir el Bien Común pastoral como fin de toda actividad. Cuando falla la percepción de ese fin, toda la actividad se desmorona y es fácil caer en el infantilismo. En este contexto es lógico que se desconozca la auténtica infancia espiritual como modo de ser cristiano. Así, los fieles quedan a merced de las ideologías. Siempre hay una ideología dominante, universalmente impuesta como moda.
Digamos, para concluir, que desde la seriedad pastoral que supera las modas, la infancia espiritual, se puede recuperar y fortalecer el modo auténtico de ser cristiano, arruinado por el progresismo.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Martes 17 de octubre de 2023.