San Ignacio de Antioquía: morir antes que claudicar

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* San Ignacio de Antioquía fue un obispo y mártir, uno de los Padres Apostólicos de la Iglesia, discípulo directo de San Juan y San Pablo.

San Ignacio de Antioquía es uno de los Padres de la Iglesia que tuvo mayor contacto con los primeros apóstoles, siendo por ello considerado uno de los Padres Apostólicos. Su vida comenzó en Siria, en torno al año 30 d.C., con lo que se encontró dentro de las nacientes comunidades cristianas, fundadas por los primeros discípulos de Jesús.

Son pocos los testimonios que tenemos acerca de la vida de San Ignacio, y es tan solo gracias a sus cartas, copiadas por monjes a través de los siglos, que conocemos más acerca de su labor y trayectoria, así como de sus importantísimos aportes a a la estructura doctrinal de la Iglesia.

Aunque no se sabe a ciencia cierta cómo y cuándo conoció el cristianismo, se supone que fue en alguna de las nacientes comunidades paulinas. Se sabe que tuvo contacto directo con San Pablo y con San Juan, tanto por sus cartas, como por sus referencias literales a los Evangelios, los cuales, debido a la cercanía de su composición, tendría que haberlos recibido de primera mano.

Habiendo sido nombrado obispo de los cristianos de Antioquía, una de las ciudades más importantes de medio oriente durante el Imperio Romano, así como uno de los cuatro patriarcados originales del cristianismo, junto con Jerusalén, Alejandría y Roma. Fue en Antioquía donde se acuñó el término de «cristianos» para referirse a los seguidores de Cristo.

Durante su vida, San Ignacio ordenó numerosos puntos del cuerpo doctrinal, desde la doble naturaleza de Cristo hasta el uso de la palabra «Eucaristía«, a él atribuida, así como el término «Católico«, que él usa por primera vez refiriéndose a la Iglesia, el parto virginal de María Santísima, la primacía de la sede de Roma, la sacramentalidad del matrimonio, y demás puntos que hoy en día gozan de total vigencia. Su entendimiento del Evangelio debía ser de una inmensa profundidad, para ser capaz de desprender tantas conclusiones sin un bagaje teológico previo.

Según recibimos por la tradición, San Ignacio fue perseguido en tiempos del Emperador Trajano, quien ejecutaba a todos aquellos cristianos que no renegasen de su Fe, adoptando a los dioses de la mitología pagana de los romanos.  

Aún no se ha establecido la razón por la cual, una vez apresado, el Santo Obispo de Antioquía no fue ejecutado en la misma Siria, sino llevado a Roma a cumplir su sentencia. Hay quien ha atribuido ésto a su condición de ciudadano romano, aunque otros mantienen que era intención del Emperador hacer ejemplo de los cristianos en la capital del Imperio. San Gregorio Magno, asegura que el Emperador buscaba que los obispos no fueran ejecutados en su ciudad de origen, sino en otra, para que así no recibieran el auxilio de los suyos, ni ocurrieran levantamientos locales.

Lo cierto es que una vez apresado en Roma, varios cristianos influyentes intentaron conseguir la liberación del obispo sirio, pero él escribió una carta pidiendo que no le privasen de poder ir pronto al Cielo:

«Permitid que sirva de alimento a las bestias feroces para que por ellas pueda alcanzar a Dios. Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo. Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie … No os lo ordeno, como Pedro y Pablo: ellos eran apóstoles, yo soy un reo condenado; ellos eran hombres libres, yo soy un esclavo. Pero si sufro, me convertiré en liberto de Jesucristo y, en El resucitaré libre.«

En el año 107 d.C., Ignacio, obispo de Antioquía y discípulo de San Juan y de San Pablo, fue llevado al circo de Roma, donde ante la presencia del pueblo, se soltaron a unos leones que lo devoraron.

Infovaticana.

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