En este domingo escuchamos una magnífica parábola, donde se muestra el amor generoso de Dios. Jesús observaba la pobreza de la gente de su tiempo, personas que no contaban con tierras y vivían al día, trabajaban para sacar el sustento diario. Quizá era otoño y en Galilea se vivía la vendimia de manera intensa. Los propietarios que tenían grandes viñedos, necesitaban mucha mano de obra. Los trabajadores se reunían en las plazas para ser contratados, con la esperanza de ganarse un denario, que era el salario que un trabajador merecía por la jornada de doce horas. Jesús desea mostrarles a aquellas personas que existía un Dios lleno de bondad, capaz de recibir en su presencia a todos y dar la misma paga; de allí que les cuenta una parábola que fue muy entendible para aquellas personas.
La preocupación del patrón es grande, sale en varias ocasiones, también en la última hora, a contratar a todos aquellos que nadie ha contratado. Analicemos a los personajes: El propietario, representa a Dios o a Cristo; los trabajadores, son los seguidores de Jesús, que en momentos distintos de la vida, responden al llamado de Dios; la viña, es la comunidad cristiana donde el trabajo no falta y se debe realizar con urgencia; la jornada, es la imagen de la vida de cada uno y la tarde es el momento del justo juicio de Dios.
Al caer la tarde, el propietario ordena pagar a todos, un denario, empezando por los que llegaron al último. Pero los trabajadores que llegaron primero, no pueden ocultar su desilusión, su inconformidad en aquello que parece una injusticia; se comparan. Parece que no les importa tanto en sí el denario, lo que les importa y se les hace injusto, es el trato de iguales que les dan; creen merecer más y esa dosis de envidia les corroe por dentro y sale a borbotones por sus labios. Esa es la inclinación del ser humano a compararse con los demás y a sentirse mejores. El propietario le contesta al que hace de portavoz: “¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Esto puede seguir escandalizando a todos los que sentimos que estamos llenos de méritos frente a Dios y hasta podemos cuestionar: ¿Cómo que Dios acepta a prostitutas y pecadores? ¿Será posible que alguien que ha llevado una vida disoluta se salve el último día?
Redundemos en eso: la queja de los que se habían contratado, desde el principio de la jornada, por un denario, no es porque sea un salario bajo e injusto, sino porque el salario de los que han trabajado menos, es igual al de ellos; no son quejas de injusticia, son quejas contra la excesiva generosidad; podemos decir, no son quejas contra la injusticia, sino quejas contra el amor. Creo que Jesús nos quiere enseñar, que nuestra relación con Dios no se ha de fundar en un contrato laboral, sino en un lazo filial. No somos salariados, sino hijos, y por tanto, hermanos de los demás. Somos hijos únicos que ocupamos en el corazón de Dios un hueco que nadie puede llenar, ni remplazar. Pero no soy sólo yo, sino cada uno de mis hermanos, lo mismo que el que trabajó siempre fielmente en la viña del padre, como el que llega a última hora a trabajar. Tenemos el ejemplo de san Juan Evangelista que desde joven fue llamado y el de san Dimas, el buen ladrón, que fue sacrificado a la derecha de Jesús y llamado en la última hora. Dios nunca será injusto con nadie, pero sí será infinitamente misericordioso con todos.
Podemos reflexionar: ¿Qué está sugiriendo Jesús con esta parábola? Nos dice que Dios no actúa conforme a los criterios de justicia e igualdad que nosotros tenemos. Es difícil creer en esa bondad de Dios, puede escandalizarnos que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean practicantes o le hayan dado la espalda a Dios.
¿Será que nos duele aceptar que Dios perdone al que tanto mal ha causado: a un sicario, a un extorsionador, a un violador, a un agiotista, a un mentiroso y difamador, etc.? ¿Acaso queremos un Dios que aplique la justicia, que dé a cada quien según sus obras, según se lo merezca, porque esa misericordia desbordada nos lastima?.
Hermanos, Dios es infinita misericordia, Dios es así. Da un denario, no puede dar más, ni dar menos; un denario es suficiente. Qué importante que dejemos a Dios ser Dios; evitemos creer en un ‘dios’ a nuestra medida, que actúa de acuerdo a nuestros criterios, a nuestras ideas y esquemas. Muchas veces encerramos a Dios en nuestros esquemas y lo empequeñecemos, hasta convertirlo en una caricatura que nada tiene que ver con el Dios de Jesucristo o con el Dios de los cristianos. Con frecuencia hacemos un ‘dios’ poco humano como nosotros o a veces menos humano.
Reflexionemos en la imagen que tenemos de Dios y veamos con tranquilidad si no está distorsionada. Analicemos si la imagen que tenemos de Dios y aprendimos de niños en familia o en el catecismo: ¿Sigue igual o ha crecido?.
Si fuimos llamados a trabajar en la viña desde temprana hora (desde los primeros años de vida), hemos de alegrarnos con aquellos que a última hora han sido llamados a colaborar en ese trabajo. La paga le toca darla al propietario y no a nosotros. Él puede hacer con lo suyo lo que quiera. Revisemos nuestra vida: ¿Existe alguna dosis de envidia en mi corazón?
Tengamos en cuenta que, la llamada al trabajo en la viña del Señor es gracia, el premio es don, regalo. Hermanos, la respuesta y el compromiso siguen siendo necesarios, pero la recompensa depende siempre de la gratuidad y de la bondad de Dios, no del cálculo meticuloso y a veces profundamente egoísta de nosotros, de ciertos grupos o individuos.
Pensemos: ¿Qué podemos hacer para no concebir y vivir nuestra relación con Dios única y principalmente desde los méritos?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!