Érase una vez un aquelarre, en el que herejes y apóstatas se reunirían para adorar a Satanás. Todos odiaban a Dios, porque nadie que ame a Jesucristo y viva en gracia de Dios podría participar voluntariamente en semejante reunión blasfema y sacrílega que no pretende otra cosa que destruir la Iglesia católica, promover la apostasía y legislar las nuevas tablas de la alianza entre la nueva religión del Anticristo y los poderes del Nuevo Orden Mundial: una religión nueva en la que el hombre adore al demonio a cambio de que el maligno bendiga sus perversiones, promueva sus bacanales y organice orgías para saciar sus sed insaciable de placeres. En realidad el aquelarre de la aquelarridad, cuando predique su perversa enseñanza, pretenderá destruir todo lo que Dios había establecido en la Ley Antigua y en la Nueva y afirmará que el incesto, la fornicación, el adulterio y otros tales no son pecado.
Vivimos tiempos oscuros en los que nadie busca la fe o la verdad, en los que todo parece perdido. Es el tiempo del Anticristo. La fe católica ha desaparecido de Roma y con ella, la caridad. Los enemigos de la Iglesia la han tomado al asalto.
La Revolución Francesa fue la inauguración del reino del Anticristo, de la negación de la fe cristiana, de la ruina del orden cristiano, de la subversión de la autoridad de la Iglesia de Dios. La Revolución supuso en triunfo del non serviam de Lucifer. El hombre quiere ser dios: no admite su condición de criatura y pretende ser creador de sí mismo, dueño de sí mismo, libre de cualquier tipo de sumisión a Dios: pretende ser autónomo, independiente, señor de sí mismo. «No obedeceré a Dios, no le serviré, no cumpliré sus mandamientos». El hijo de la Revolución es hijo de Satanás.
Y la peste de la Revolución se infiltró poco a poco en la Iglesia. Y ahora, los modernistas liberales, hijos de la Revolución y esclavos de Satanás, siguen empeñados en destruir la religión y la Iglesia, fundada y conservada perpetuamente por el mismo Dios, y resucitar, después de veintiún siglos, la doctrina del paganismo moral «naturalista», que niega un fin último del hombre, superior a todas las realidades humanas y colocado más allá de esta vida terrenal pasajera.
Ya no hay nada más allá de la muerte. El aquelarre de la aquerralidad, arrianismo redivivo, niega la divinidad de Cristo: niega los milagros, niega la resurrección, niega todo lo sobrenatural para quedarse con un mensaje de fraternidad masónica, pacifismo hippie y buena onda pampera. Lo importante no es la salvación de las almas, sino la del planeta, que es nuestra casa común. Construyamos un mundo feliz, sin fronteras, sin propiedad privada… Un mundo ideal, un paraíso terrenal sin Dios. Pero nada de cielos ni infiernos más allá de la muerte. El hombre es el nuevo dios, el centro, la medida de todas las cosas. Quieren cambiar a Cristo por el Anticristo; a Dios, por Satanás.
El aquelarre de la aquelarridad pretende cambiar la doctrina sobre la homosexualidad, sobre el divorcio, sobre la disciplina de los sacramentos… Pretende acabar con la liturgia de los santos y los mártires, con el credo, con el Padre Nuestro… Caminemos juntos hacia el infierno, todos juntos de la manita y con la música tecno del cura bailongo de la JMJ o las guitarritas de Hakuna.
Como dice el obispo Strickland, debemos permanecer descaradamente católicos ante lo que se nos viene encima. Y lo que surja del aquelarre será problema de los demonios: no de los fieles a Cristo. Jesús no es uno más entre otros muchos que ofrecen caminos de salvación. Jesucristo es el Señor, el único Dios verdadero, junto con el Padre y el Espíritu Santo.
No todas las religiones son verdadera y queridas por Dios. La única religión verdadera es la que fundó Cristo: la que predicaron los apóstoles, los santos y los mártires. Y no hay otro Dios verdadero ni otro camino de salvación. Los liberales modernistas predican que cada uno debe seguir su propio camino en la vida. Los católicos creemos que Cristo es el Camino. Que no hay otro camino hacia el cielo que seguir a Cristo.
El matrimonio católico es indisoluble. Quienes viven en pecado mortal no deben comulgar. El pecado de los sodomitas es de los que claman al cielo y Dios no puede bendecir el pecado mortal y la fornicación. Digan lo que quieran Hollerich, James Martin, Spadaro o Cupich.
El depósito de la fe no se toca.
Y a los hijos de Satanás, los combatiré por tierra, mar y aire. Están convirtiendo el Templo de Dios en una casa de lenocinio, donde toda inmoralidad tiene cabida.
Yo os declaro la guerra en el nombre del mismísimo Jesucristo.
Por Pedro Luis Llera.
SÁBADO 9 DE SEPTIEMBRE DE 2023.
TRADENS/INFOCATÓLICA.