Jesús al aparecer predicando, causa gran expectación entre sus oyentes de Galilea; predicaba de manera distinta. Por su actitud y sus palabras, algunos fueron capaces de dejar su vida para seguirle; esperaban al Mesías y creían que lo habían encontrado, ese Mesías que los liberaría del dominio romano, ese Mesías que les daría poder y éxitos en la vida, mientras tanto, Jesús pensaba en hacer la voluntad del Padre.
Él realizó milagros, caminó sobre el agua, se transfiguró frente a tres de sus discípulos, los interrogó sobre quién era Él. Pensó que estaban preparados para escuchar lo que le espera, ‘el escándalo que pasaría en Jerusalén’. Su intención era subir a Jerusalén, a pesar de que allí iba a sufrir y morir, pero sabía que su muerte entraba en los designios de Dios, como consecuencia de su actuar, ya que se reconocía como profeta, los cuales habían terminado asesinados por su pueblo; había sido acusado de blasfemo, por lo cual, merecía la muerte; había llamado ‘zorro’ a Herodes, quien había matado a Juan el Bautista; había desafiado a las autoridades violando el sábado y acercándose a los pecadores; llamó hipócritas y sepulcros blanqueados a los escribas y fariseos. Por encima de todo eso, estaba la conciencia de estar haciendo lo correcto, es decir, haciendo la voluntad de su Padre. Sabía que el hacer la voluntad de su Padre, le podía ocasionar esa muerte y no estaba dispuesto a comprar unos años más de vida por traicionar su misión de hacer la voluntad de su Padre. Aquí entendemos sus palabras: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?”. Pero el Padre lo iba a resucitar.
En este domingo, escuchamos aquel primer anuncio de su pasión y la reacción de Pedro que fue muy humano, porque si Jesús era el Mesías, se suponía que tenía que reinar en Israel y expulsar a los romanos, ¿por qué morir?. Pedro quería proteger a su Maestro, le cuesta imaginar a Jesús crucificado, no lo quiere ver fracasado, desea seguir a Jesús victorioso y triunfante, por eso lo aparta para increparlo: “¡No lo permita Dios! No te puede pasar a ti eso”. La respuesta de Jesús es muy fuerte, quizá Pedro escuchó las palabras más duras de Jesús: “¡Apártate de mí Satanás!”. Recordemos que Satanás, le ofreció a Jesús, un camino distinto para presentar su mesianismo a la humanidad; pretendía apartarlo de ese camino de Dios y ahora Pedro trataba de hacer lo mismo; palabras duras sin duda alguna. No quiere ver a Pedro frente a Él, ya que es un obstáculo para seguir el plan trazado por Dios, le recuerda: “Tú no piensas como Dios, sino como los hombres”; le está diciendo con eso, que quien piensa así, ha permitido que Satanás sea su guía.
A todos les recuerda que su seguimiento no es para cosechar triunfos, sino que hay que cargar la cruz: “Si quieren ganar la vida, deben perderla”. Qué gran paradoja ésta, cosas enigmáticas para la mente humana, cosas que sus
seguidores deben ir interiorizando con claridad. Ante el aparente fracaso humano, está el triunfo de Dios. Se debe pensar como Dios y no como los hombres.
El sufrimiento y la muerte, en todos los tiempos, han sido cuestiones enigmáticas y dignas de ser repudiadas; son cuestiones que rebasan la comprensión humana y el hombre de todos los tiempos ha buscado la manera de eliminar el sufrimiento y enfrentar la muerte sin dolor. En nuestros días parece que no tiene cabida el sufrimiento, se utiliza todo tipo de analgésicos para evitar el dolor; estamos en una cultura que promueve el bienestar, el pasarla bien, en obtener éxito en la vida, incluso a costa del sufrimiento o carencias que pasan otros. Es un riesgo en el que podemos caer como Iglesia, el predicar a un Jesús triunfante, alejado de la cruz. Sería un cristianismo sin Cristo. No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del Maestro. El anuncio del Evangelio trae consigo persecución y sufrimiento.
Hermanos, no es que debamos estar a favor del sufrimiento y lo pongamos en el centro de nuestras vidas y que todo gire a su alrededor, no, sino que hemos de darnos cuenta que, el sufrimiento es parte de la condición humana y que sería ingenuo de nuestra parte querer evitarlo siempre o no aceptarlo cuando éste se presente. Ante el sufrimiento se adquieren muchas posturas o actitudes, nosotros como creyentes debemos tomar la actitud de Jesús. Jesús no hace del sufrimiento su centro, sino que su sufrimiento es un dolor solidario, asumido, abierto a los demás, fecundo; no toma una actitud victimista, no vive compadeciéndose de sí mismo, sino que escucha los lamentos de los demás; no se agobia con el fantasma de sufrimientos futuros, sino que vive cada momento consolando, dando vida, disfrutando el existir.
Hermanos, nadie estamos exentos del sufrimiento, en algún momento de nuestra vida, es parte de nuestra condición humana. El sufrimiento desde la fe, adquiere un sentido distinto y es a lo que nos conduce Jesús. Como Iglesia, como cristianos, no debemos centrarnos sólo en el bienestar, sino que la cruz es parte de nuestra fe, es parte de nuestra adhesión a Cristo, es parte de nuestra vida cristiana. Cuando el dolor físico atenace nuestra piel, cuando el dolor moral golpeé nuestra conciencia, cuando el sufrimiento ajeno nos estremezca, recordemos que es parte de la vida y que el mismo Hijo de Dios padeció. Siempre pensemos: ¿Cuál será la voluntad de Dios?. Muchas veces el sufrimiento nos estremece y nos hace volver a la realidad. No pensemos como Pedro. El sufrimiento y muerte en cruz de Jesús le da un sentido a mi sufrimiento y a mi muerte, es el sentido de Resurrección y de vida.
Si queremos seguir a Jesús en fidelidad, tenemos que enfrentar muchas contradicciones, caminar a contracorriente ante la anticultura imperante de la muerte. Aunque nos vemos tentados a vivir un cristianismo cómodo, sin sobresaltos, sin conflictos. Recordemos, Jesús es claro: Hay que tomar la cruz y hay que arriesgar la vida. Pensemos: ¿A qué vida le estoy apostando, a la vida que terminará o a la vida eterna?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
¡Feliz domingo para todos!