Se ha iniciado en nuestro país el debate parlamentario de la Proposición de Ley Orgánica de regulación de la Eutanasia, presentada por el Grupo Parlamentario Socialista, y que todo hace suponer que en breve será Ley.
Por ello me planteo las siguientes preguntas: ¿Qué dice la Iglesia sobre la Eutanasia? ¿Qué deben pensar los católicos sobre ella?
He aquí lo que dijo el Concilio: “Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (Gaudium et Spes nº 27). En pocas palabras, para la Iglesia católica, una ley que permita la eutanasia o, peor aún, que la declare un derecho, como sucede con esta ley, es una ley infame.
Para el Catecismo de la Iglesia Católica, “el quinto mandamiento considera como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario” (nº 2268).
San Juan Pablo II decía: “Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad” (encíclica Evangelium Vitae, nº 20). Pero es en el nº 57 donde se expresa con mayor claridad: “El absoluto carácter inviolable de la vida humana inocente es una verdad moral explícitamente enseñada en la Sagrada Escritura, mantenida constantemente en la Tradición de la Iglesia y propuesta de forma unánime por su Magisterio”… “Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente mala desde el punto de vista moral y nunca puede ser lícita ni como fin ni como medio para un fin bueno. En efecto, es una desobediencia grave a la ley moral, más aún, a Dios mismo” (EV nº 57). Por tanto no estamos sólo ante una Ley infame, sino ante un pecado mortal.
El tratamiento médico a los enfermos terminales debe tener en cuenta estos principios:
1º) La vida, lo mismo que la libertad, tiene un carácter trascendente, y no podemos por tanto renunciar dignamente a ninguna de las dos.
2º) No a la eutanasia activa, es decir, “una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de evitar cualquier dolor” (EV nº 65), pues matar para aliviar el dolor o la agonía no es una práctica ética y el personal sanitario está para curar y no para matar, no siendo lo mismo procurar la muerte que permitirla. Nadie tiene derecho a matar a nadie, como ya afirmaba el juramento hipocrático.
3º) No a la eutanasia pasiva, entendida como la omisión de la atención y cuidados debidos. Morir con dignidad es morir amado. Como dicen nuestros obispos en su nota del 14 de septiembre: “No hay enfermos incuidables, aunque sean incurables”. Hay un dicho que reza así: si puedes curar, cura; si no puedes curar, alivia; si no puedes aliviar, consuela, y en todo caso consuela siempre. El enfermo necesita cuidados y cariño. Si los tiene, según multitud de testimonios médicos es muy difícil que pida la eutanasia.