Los niños corren más peligro allí donde deberían estar más seguros: en sus familias. De hecho, es más probable que sean asesinados, agredidos físicamente, violentados sexualmente, raptados o sometidos a prácticas perjudiciales que los denigran o a la violencia mental por miembros de su propia familia que por extraños.
Hoy, en tiempo de pandemia y de violencia intrafamiliar, se deben aplaudir todos los esfuerzos que se realicen para que los niños crezcan en ambientes seguros.
La misión principal de la sociedad y del Estado es defender y cuidar a los más vulnerables, entre los cuales también está el concebido, el que se encuentra en el vientre de su madre, con independencia de la forma en que se haya realizado dicha concepción, que en algunas ocasiones, también se consuma de manera violenta, generando dos víctimas, la mujer ultrajada, tomada sin su consentimiento y la creatura que es una víctima sin voz.
La protección del niño no nacido, también es una tarea de la sociedad, de las familias, y del Estado. Una parte de la sociedad aplaude al aborto como una conquista de la libertad individual y pierde de vista que no hay libertad verdadera donde no se ama y respeta la vida.
La defensa del no nacido, está ligada a la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Como sagrada e inviolable debió ser también la madre que lo concibió, quizá en un ambiente de violencia y maltrato, en caso de que así haya sido.
La defensa de la vida del recién concebido no es un asunto de dogmas religiosos, sino de derechos humanos: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” (Artículo 3º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”). Todos tenemos derecho, hombres y mujeres, adultos y niños, aun los que están por nacer.
Si este derecho humano a la vida se defiende de manera selectiva, descartando a los seres humanos que se encuentran en las primeras etapas de su desarrollo, estamos ante un claro ejemplo de injusticia y discriminación, donde se pretende que haya categorías de personas, cuya dignidad y derechos dependen de las circunstancias o de la apreciación de unos cuantos.
En este sentido, el respeto al derecho a la vida, no puede ser vulnerado por las circunstancias en que un ser humano fue concebido. No es humano dejar a la mujer sola ante el drama que está sufriendo, pero tampoco lo es quitar la vida inocente que lleva en su vientre.
No existe el derecho a matar, existe el derecho a vivir. Sólo donde se respeta, se defiende, se ama y se sirve a la vida humana, a toda vida humana, se encontrará justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad (cf. Evangelium vitae, 5).
La iglesia se suma a la defensa y cuidado de las mujeres que han vivido la dolorosa experiencia de una agresión sexual.
Que las autoridades del Estado y la sociedad mexicana opten por la protección integral de los niños, niñas y mujeres víctimas de violencia sexual, impidan su re-victimización y respeten el derecho a la vida del no nacido. La Iglesia impulsa la construcción de una sólida cultura de la vida y denuncia las propuestas inhumanas de la cultura de la muerte.
Con información de ArquiMedios/Editorial