Cómo perder una guerra: ante la glorificación pública de la homosexualidad

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* Si eres un general y quieres romper la línea defensiva del enemigo, busca su punto más vulnerable y atácale precisamente en ese punto con una concentración excepcional de fuerzas.

* Cuando la rompas  en ese punto, es muy probable que toda su línea defensiva se derrumbe. Habrás ganado la batalla, tal vez incluso la guerra.

El punto más vulnerable del catolicismo, en su defensa contra el asalto que le está haciendo el ateísmo actual, es su antigua enseñanza de que la práctica homosexual es un gran pecado. Muchos de nuestros defensores nominales no creen realmente que valga la pena defender este punto de nuestra línea de defensa, al menos no con energía heroica. Algunos de nuestros «defensores» están incluso bastante dispuestos a permitir que el enemigo se cuele por una brecha en este punto.

Una vez que fracasamos en la defensa de nuestra enseñanza sobre la homosexualidad, una vez que permitamos que el enemigo rompa nuestras líneas en ese punto, ¿puede alguien, salvo un necio, dudar de que otras secciones de nuestra defensa también se derrumbarán?

Si la conducta homosexual es permisible, ¿cómo podremos decir que la fornicación es gravemente pecaminosa, o incluso el adulterio?

Una vez que abandonemos las antiguas doctrinas morales en materia sexual, ¿cómo podremos mantener nuestras antiguas doctrinas morales en materia de mentir, engañar y robar, por no hablar de nuestras enseñanzas sobre el uso de la fuerza física?

Y una vez que abandonemos nuestras doctrinas morales, ¿cómo podremos mantener nuestros dogmas respecto a ciertos milagros esenciales, por ejemplo, el Nacimiento Virginal, la Resurrección, la Presencia Verdadera de Cristo en la Eucaristía?

Por último, nos resultará difícil creer en la Encarnación o en la Trinidad, o incluso en la existencia misma de un Dios mal definido.

El catolicismo es un sistema; cada parte está conectada con todas las demás y depende de ellas; si una parte se derrumba, todo el sistema estará en peligro. Dejemos que el enemigo irrumpa en el Fuerte de la Homosexualidad y, con el tiempo, todos nuestros otros fuertes doctrinales caerán. Tal vez no de la noche a la mañana. Pero tarde o temprano lo hará. Roma no se construyó en un día; tampoco cayó en un día.

El enemigo ateo siente que está cerca de la victoria. De ahí su inmensa concentración de fuerzas propagandísticas en este punto vulnerable: fuerzas como Hollywood, la música popular, los medios de comunicación, nuestras universidades y facultades de Derecho, nuestras escuelas públicas, el Partido Demócrata y el actual presidente de Estados Unidos.

Cualquiera que no esté al tanto de esto, debe haber dormido durante el pasado mes de junio, el Mes del Orgullo. Pero este gran asalto propagandístico no se limita al Mes del Orgullo, ni mucho menos. Es un asalto de 12 meses/24 horas al día. Y nos dice, sin cesar, que el deseo homosexual y las relaciones homosexuales son algo espléndido. Y que pronunciar palabras negativas sobre ello, o incluso tener pensamientos negativos al respecto, es muy malo, incluso francamente perverso.

*Imagen: Iglesia gótica en ruinas de Carl Blechen, 1826 [Galerie Neue Meister, Dresden, Alemania]

¿Por qué los católicos estadounidenses son ineptos a la hora de defender la fe en este punto tan vulnerable?  Por varias razones.

  1. Los católicos, antaño un grupo marginado en Estados Unidos, hace tiempo que se americanizaron por completo; por lo tanto, si estar a favor de la homosexualidad es ahora lo americano (que parece serlo), los católicos no podemos evitar estar a favor de la homosexualidad.
  2. Muchos católicos han adoptado la teoría moral ahora dominante en Estados Unidos, según la cual todo está moralmente permitido si no causa un daño obvio y tangible a otro. Dado que los actos homosexuales no causan la caída del cielo, deben ser moralmente permisibles.
  3. Vivimos en una sociedad altamente comercial en la que «todo vale» siempre que no sea malo para el negocio. La homosexualidad, al parecer, no es mala para los negocios.
  4. Solemos interpretar que el mandamiento «ama a tu prójimo» incluye el submandamiento «no hieras los delicados sentimientos de tu prójimo homosexual».
  5. Como conocemos -o sabemos de- personas homosexuales que parecen llevar una vida inofensiva, suponemos que sus inclinaciones sexuales también deben ser inofensivas.
  6. La mayoría de nuestros obispos y párrocos evitan hacer un gran escándalo sobre la maldad de la conducta homosexual. Y si un obispo imprudente llega a hacer un gran alboroto (véase el obispo Strickland de Tyler, Texas), el Vaticano puede hacerle una «visita» de advertencia.
  7. El papa Francisco no ayuda cuando rinde honores extraordinarios al padre James Martin, S.J., el sacerdote pro-homosexualidad más famoso/notorio de Estados Unidos.

¿Qué podemos hacer los católicos, sobre todo nuestros obispos y sacerdotes, para defender la fe en este momento de máxima vulnerabilidad? Para empezar, podríamos adoptar como lema las palabras del gran abolicionista William Lloyd Garrison: «Lo digo en serio, no me equivocaré, no me excusaré, no retrocederé ni un ápice, y seré escuchado«.

Esto no significa que tengamos que volver a penalizar la conducta homosexual.  Es demasiado tarde para eso. Además, tenemos que distinguir claramente entre permisibilidad moral y permisibilidad legal. Una religión como la nuestra, que durante siglos permitió la tolerancia legal de la prostitución, puede permitir la tolerancia legal de la homosexualidad.

Pero debemos hacer lo posible por acabar con la glorificación pública de la homosexualidad, una glorificación que socava los cimientos de nuestra religión y corrompe los corazones y las mentes de nuestros jóvenes. Como mínimo, debemos gritar a los cuatro vientos un mensaje que nuestra religión ha proclamado desde los tiempos de los Apóstoles, a saber, que la conducta homosexual es un gran pecado, un vicio contrario a la naturaleza.

Esto requerirá cierto valor. Pero no un coraje tremendo. No el coraje necesario para afrontar la muerte por martirio. Más bien, el valor necesario para enfrentarse a insultos como «homófobo», «intolerante» u «odioso». En algunos pocos casos, el valor necesario para afrontar la pérdida de una oportunidad laboral, incluso la pérdida del puesto de trabajo.

Si, por el contrario, elegimos no defender la enseñanza sobre la homosexualidad que se remonta a la época de los Apóstoles, e incluso antes en la tradición judía, la fe que heredarán nuestros descendientes no será más que una sombra de la fe católica transmitida por los Apóstoles.

Podemos despedirnos del catolicismo estadounidense.

Por David Carlin.

The Catholic Thing.

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