Las alianzas de Dios con los hombres

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A lo largo de toda la Biblia nos encontramos muchas veces con pactos, alianzas, que hace Dios con los hombres.

Las alianzas para Dios son una forma de manifestarnos su amor y hacernos parte de Su familia.

De la misma manera que un hombre y una mujer pueden pasar de ser completamente extraños a ser parte de la misma familia por medio de la alianza del matrimonio, del mismo modo opera Dios con nosotros.

La alianza (Brit en hebreo) es mucho más importante que cualquier contrato, convenio, o acuerdo que dos personas pueden tener.

En este artículo vamos a ver estas diferencias esenciales y cómo Dios fue extendiendo su alianza desde una pareja hacia toda la humanidad.

Las alianzas atraviesan toda la historia de la salvación, desde Adán y Eva hasta la era mesiánica.

La historia de la salvación es la historia de Dios, enamorado del hombre, intentando una y otra vez, que vuelva hacia Él. Y en este camino, Dios nos fue buscando apasionadamente, sin nunca abandonarnos.

Todos los actos salvíficos de Dios (la creación, el éxodo, la conquista, el reinado, el exilio, la restauración) son todos hechos descriptos en términos testamentarios, de alianzas de Dios son su Pueblo. Y todos son realizados bajo la mirada de la justicia divina y la misericordia de Dios. De este mismo modo hay que interpretarlos.

Por eso para comprender la historia de la salvación es fundamental comprender las alianzas.

 

Testamento significa Alianza.

“El misterio de la Alianza expresa esta relación entre Dios que llama con su Palabra y el hombre que responde, siendo claramente consciente de que no se trata de un encuentro entre dos que están al mismo nivel; lo que llamamos Antigua y Nueva Alianza no es un acuerdo entre dos partes iguales, sino puro don de Dios. Mediante este don de su amor, supera toda distancia y nos convierte en sus partners, llevando a cabo así el misterio nupcial de amor entre Cristo y la Iglesia» (Verbum Domini, 22).

 

¿Qué son las alianzas?

En el Antiguo Testamento hay una secuencia de estas alianzas. Scott Hahn, en su libro A father who keeps his promises,  hace una distinción muy clara:

Las alianzas no son lo mismo que un contrato.  Las alianzas son mucho más importantes que un contrato. Si bien ambos establecen relaciones entre dos partes, el tipo de relaciones que establecen son muy diferentes.

Dios nos hace parte de su familia a través de sus alianzas.

“Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá.   No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–.  Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos  días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jr 31,31-33).

Dios es nuestro padre por las alianzas que hace con nosotros. Por eso la historia de la salvación es acerca de Dios manifestándose como nuestro Padre, utilizando las Alianzas para expandir su Divino Testamento a través del tiempo y del espacio.

 

Las alianzas de Dios con los hombres

Cada vez que Dios realiza una alianza con los hombres, deja un signo, un sello, como símbolo y recordatorio de ella:

Dios con una pareja (Gn 2, 1-3): Dios hace una alianza con Adán y Eva y su sello es el día sábado, el séptimo día.

Dios con una familia  (Gn 9, 8-17): Dios hace una alianza con Noé y su familia, luego del diluvio. Su sello es el Arco Iris.

Dios con un clan  (Gn 17, 1-14): Dios hace una alianza con Abraham y todo su clan. Su sello es la circuncisión (en hebreo, Brit Milá)

Dios con un pueblo (Ex 24, 1-11): Dios hace una alianza con Israel por medio de Moisés y sella esta alianza con la sangre de los animales derramada sobre el altar y rociada sobre los hombres.

-Dios con todas las naciones (Mt 26, 26-28; Mc 14,22-24; Lc 22, 19-20): Dios hace una alianza nueva y eterna cuyo sello es el cuerpo y la sangre de Cristo.

El plan de Salvación de Dios se va extendiendo y profundizando desde el inicio. Desde una pareja, hacia toda la humanidad. Para que todos tengan acceso a Él y a la restauración de esta relación filial con Dios.

A lo largo de la historia, Dios se va dando a conocer en forma progresiva y va revelándose a sí mismo para mostrarnos su paternidad, y con ello, nuestra condición de hijos.

¿Qué nos dice esto hoy sobre nosotros mismos y sobre el amor de Dios por cada uno de nosotros?

Un hijo (siempre hablando de relaciones sanas) recibe amor incondicional. Es protegido, desafiado y acompañado siempre. Un padre/madre vela por sus hijos. Ellos son su propia vida. Nunca deja de cuidarlos. A veces desde la distancia, otras veces en forma directa, otras sin intervenir directamente para darle espacio para crecer, y para respetar su libertad. Pero siempre presente, esperando con los brazos abiertos para recibir a sus hijos cuando lo necesiten.

Nunca nos olvidemos de estas características de Dios. Este Dios desbordado de amor por nosotros. Este amor manifestado en sus alianzas, cuyo garante no puede ser más fiable, más justo, más legítimo. Este Dios que se da por completo y manifiesta esta entrega en forma permanente, eterna. Que tiende su mano en todo momento, para que cualquiera que lo busque lo encuentre y pueda descansar en Él.

 

Con información de: Luciana Rogowicz / Religión en libertad

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