El devenir de la naturaleza, la historia de las generaciones y el gesto de los intereses humanos se desenvuelve según un mismo ciclo: siembra, crecimiento, frutos y cosecha. El hombre tiene el encargo de perpetuar con responsabilidad la siembra de la buena semilla, por donde quiera que pase tendrá que regar los granos para que estos crezcan y den fruto. Al cultivar la semilla se tendrá la posibilidad de cosechar buenos frutos.
Metafóricamente hablando, es importante la elección de la semilla y del terreno. En efecto, se cosecha lo que se ha sembrado; por ejemplo, si siembras injusticias, cosecharás injusticias; el que siembra con mezquindad, con mezquindad también cosechará. Al reflexionar, existen personas que siembran intrigas y les va bien. Quiero decirte que esta perspectiva es, en apariencia, solo una parte de la película; espera a que termine y te darás cuenta de que el final no siempre es feliz.
Si bien, es cierto que el labrador debe tener su parte del producto y que el ideal es cosechar de lo que se ha sembrado, con frecuencia se verifica el refrán “uno es el que siembra y otro el que cosecha”. El sembrador debe, por tanto, fiarse de la tierra fecundada y esperar el agua, pues de lo contrario no se dará nada. Fíjate que la más pequeña de las acciones de las semillas puede llegar, si se repite, como una virtud, a convertirse en un gran árbol, por ello el hombre es y debe ser un agente activo en la siembra del terreno de la vida. Una vez depositada la semilla en la tierra, ésta germina y brota por sí sola, y con el abono del amor dará doble cosecha.
Es indispensable la confianza que anima a enterrar en el suelo la semilla, en la familia, en la sociedad y en todo ámbito, sin dejarla morir para que produzca frutos. El que riega la semilla, los valores, los buenos principios, usos y costumbres no quedará sin recompensa ni se retirará llorando, cantará al llegar cargado de buenos frutos.
Podremos ser fecundos, unos hijos, una descendencia, hombres que se trasmiten de generación en generación. Por un lado, se trata de asegurar la posteridad de nuestros padres; por otra parte, nos hallamos en la decisión de ser sembradores de bienante la necesidad apremiante de enseñar a las nuevas generaciones la buena semilla. ¿Seré capaz de derribar los muros de la indiferencia y ponerme a sembrar los buenos valores y principios que mis padres, tutores y mentores me han sembrado?
En efecto, tú tienes la decisión, pero no te desanimes cuando la semilla sembrada no produzca frutos o cuando, peor aún, en lugar de brotar la buena semilla broten espinas. Recuerda que la película no ha terminado, es solo un capítulo. La paciencia y perseverancia todo lo alcanzan. Tarde o temprano esa semilla germinará y se construirá una nueva vida.
¡Hay que ser sembrador, procuremos la buena tierra, aunque no nos toque la cosecha! Por ello, resiste y no ceses de sembrar.
Finalmente, si el grano debe morir a fin de dar fruto, lo mismo puede sucederle al hombre que muere en esta vida y resucita en la otra. Se siembra en esta vida y se cosecha en la venidera.