* Me escribías, médico apóstol:
* “todos sabemos por experiencia que podemos ser castos viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión, sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”. (Camino, 124)
Tu comportamiento no ha de limitarse a esquivar la caída, la ocasión. No ha de reducirse de ninguna manera a una negación fría y matemática. ¿Te has convencido de que la castidad es una virtud y de que, como tal, debe crecer y perfeccionarse? No basta, insisto, ser continente, cada uno según su estado: hemos de vivir castamente, con virtud heroica. Esta postura comporta un acto positivo, con el que aceptamos de buena gana el requerimiento divino: praebe, fili mi, cor tuum mihi et oculi tui vias meas custodiant, entrégame, hijo mío, tu corazón, y extiende tu mirada por mis campos de paz.
Y te pregunto ahora: ¿cómo afrontas esta pelea? Bien conoces que la lucha, si la mantienes desde el principio, ya está vencida. Apártate inmediatamente del peligro, en cuanto percibas los primeros chispazos de la pasión, y aun previamente. Habla además enseguida con quien dirija tu alma; mejor antes, si es posible, porque, si abrís el corazón de par en par, no seréis derrotados.
Un acto y otro forman un hábito, una inclinación, una facilidad. Por eso hay que batallar para alcanzar el hábito de la virtud, el hábito de la mortificación para no rechazar al Amor de los Amores.
Meditad el consejo de San Pablo a Timoteo: te ipsum castum custodi, para que también estemos siempre vigilantes, decididos a custodiar ese tesoro que Dios nos ha entregado. A lo largo de mi vida, a cuántas personas he oído exclamar: ¡ay, si hubiera roto al principio! Y lo decían llenas de aflicción y de vergüenza. (Amigos de Dios, 182)
Por San JOSEMARÍA.