Recuerdo que en otros tiempos algunos críticos se quejaban de que el arte barroco, especialmente en México, insistiera mucho en escenas de sufrimiento, pues se presenta a Jesús, a los santos y a la Santísima Virgen María con semblante de dolor y en esas imágenes barrocas no faltan las llagas, las lágrimas y la sangre.
Algunos decían que era muy exagerado insistir en la parte del sufrimiento, como si fuéramos un pueblo que se quedó en el viernes santo y no llegó a la resurrección; como si fuéramos un pueblo que se quedó en la oscuridad y no ha llegado a la luz de Jesús.
Sin embargo, no ha cambiado nuestra situación de ser un pueblo que sufre, que sigue viviendo en la injusticia y la violencia, por lo que estas imágenes siguen siendo un referente que infunde consuelo, fortaleza y esperanza, para responder de manera cristiana a esta realidad adversa.
Nuestro pueblo, de manera especial, se ha identificado estrechamente con la Santísima Virgen María de quien recibimos auxilio e inspiración. Ayuda todos necesitamos, no somos perfectos, no estamos acabados, sino que precisamos de los demás. Hasta en las cosas más elementales necesitamos ayuda.
Por desgracia, algunos se sienten autosuficientes y viven como si no necesitaran de los demás. Piensan que pueden resolver solos sus necesidades y se cierran a reconocer el apoyo tan necesario de los demás. Pero muy pronto la necesidad nos regresa a la realidad, ya que tenemos tanta necesidad de los demás.
En las necesidades de todos los días vamos encontrando, gracias a Dios, a personas que nos apoyan, que se preocupan y que están pendientes para brindar su apoyo. Estas personas hacen más ligera nuestra vida. Por eso, tenemos que fomentar la caridad y la humildad para estar disponibles ante las necesidades de los demás.
Sin embargo, hay una ayuda más urgente y más apremiante que también se va ofreciendo en la vida. Hay momentos que necesitamos no solo ayuda, sino socorro, auxilio pronto; necesitamos de quien nos rescate y defienda urgentemente. Necesitamos que alguien nos sostenga para que no sigamos cayendo; que enjugue nuestras lágrimas y que nos fortalezca para que, a pesar del dolor más grande, no le perdamos el sentido a la vida.
En las emergencias y tragedias es donde más se manifiesta que no podemos solos, que nos confiamos incondicionalmente al otro, que necesitamos con urgencia un refugio y que yacemos en busca de amparo.
Eso reconocemos en María, pues cuando ya no sabemos a dónde ir, cuando, cuando se han agotado nuestras fuerzas, ahí está la madre para rescatarnos y sostenernos en la lucha de la vida. María nos acoge y nos hace ver que estamos seguros en sus manos.
Los títulos y advocaciones marianas profundizan en su sufrimiento y en la fortaleza que nos ofrece en esos momentos de dolor. De ahí que la invoquemos como: la Virgen de los desamparados, nuestra Señora del refugio, la Virgen de la soledad, el Perpetuo socorro, la Virgen de los dolores y Auxilio de los cristianos, entre tantos otros títulos.
El pueblo de Dios ha contemplado a María a través de sus lágrimas y sus sufrimientos, llamándola con estos títulos que establecen una conexión íntima con el pueblo que sigue sufriendo, pero que mantiene su esperanza en el Señor.
María, desnudo y despojado de su dignidad, sostuvo al Niño Jesús en Belén. Y, desnudo y despojado de su humanidad y dignidad, sostuvo a Jesús en el Calvario. En una de sus obras, el P. José Luis Martín Descalzo se refiere a ella como: “Virgen experta en penas, sabia en dolores, maestra en el sufrir, conocedora de todas las espadas”.
María es una madre que se conmueve ante nuestro dolor y nunca nos deja solos. Como lo hizo con Jesús, sigue estando junto a sus hijos a la hora del sufrimiento y de la oscuridad.
Porque esa es la fe que hemos heredado, el testimonio que tantas generaciones y comunidades cristianas nos dan acerca de María, nunca dejen de acudir a ella; nunca duden tocar el corazón de María y recargar su dolor en las benditas manos de María, que es “Virgen experta en penas, sabia en dolores, maestra en el sufrir, conocedora de todas las espadas”.
Además de exaltarla y reconocerla como una reina, la reconocemos y buscamos como nuestro refugio, auxilio, defensa y perpetuo y eterno socorro. Así acudimos a ella, así la reconocemos y celebramos.
Decía Chesterton que: “Cada generación busca su santo por instinto, y no es lo que el pueblo quiere, sino lo que el pueblo necesita”. Dios permitió que, en los inicios de la historia de la Iglesia, cuando había mucho odio y persecución, surgieran los mártires, esos hombres y mujeres que no le negaron nada a Cristo y que estuvieron dispuestos a derramar su sangre por el evangelio.
En otro tiempo, cuando reinaba la corrupción, la descomposición y el desorden en la sociedad, Dios hizo surgir a una pléyade de hombres y mujeres que plantaron cara a la sociedad y se fueron a vivir al desierto, convirtiéndose en padres y madres del desierto. Al irse al desierto, ante tanta corrupción y desorden, lograron que la gente los fuera a buscar y llegaran también a fastidiarse de vivir en la corrupción y en la mentira. Se convirtieron así en guías espirituales y en un gran estímulo para retomar la fe cristiana.
Hubo otro tiempo en que había mucha ostentación y lujos, y la Iglesia se iba olvidando de los pobres. En un tiempo así Dios hizo surgir a San Francisco de Asís y las órdenes mendicantes que renovaron la vida cristiana y volvieron la mirada a los pobres, enfermos y necesitados. Porque cada generación busca a los santos por instinto.
Nuestra generación por instinto busca a esos santos que son compasivos, cercanos, amables, misericordiosos, que están siempre dispuestos a socorrer en tiempos críticos, precisamente como María. Nuestra generación tiene tanta necesidad de esta madre. Delante de estas penas y sufrimientos tenemos a una mujer con la que nos identificamos y que no pasa de largo ante el sufrimiento de sus hijos.
Dice Francisco Fernández-Carvajal que: “Nuestras penas y dolores pierden su amargura cuando se elevan hasta el Cielo. Poenae sunt pennae, las penas son alas, dice una antigua expresión latina. Una enfermedad puede ser, en algunas ocasiones, alas que nos levanten hasta Dios”.
María nos levanta de nuestras caídas, sufrimientos y desánimos y nos eleva a las cosas de Dios. Que seamos una generación que busque más a María, que no se olvide que tiene una madre y que en los momentos de desesperación acudamos a ella como nuestro refugio, auxilio y protección.
Este mes de julio nos volvemos a encontrar con María santísima, a través del inmenso cariño y admiración que le rinde nuestro pueblo, al celebrar a la Virgen del Carmelo que reina en nuestros hogares, procesiona por las calles y surca nuestros mares. Con el poeta, nos sentimos impulsados a decirle:
“Ya sabemos Señora, ya sabemos
que si vemos la mar a ti te vemos
y que al mirarte a ti la mar es nada”.