Obispo de Apatzingán, claridad evangélica

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Editorial ACN #77

“Celebrar un día de duelo…” La frase del obispo de Apatzingán caló duro en la clase política. Mientras el régimen echaba las campanas a vuelo por el quinto aniversario del triunfo electoral de López Obrador, el sábado 1 de julio, al siguiente día, la homilía dominical del obispo de Cristóbal Ascencio era como una sacudida al ensueño: “Él nos prometió que su principal objetivo era poner la paz en nuestro país. Yo digo, en lugar de haber celebrado festivamente allá en el Zócalo, ¿Por qué no celebrar un día de luto, de duelo nacional? No sólo por los fieles de mi diócesis que han perdido la vida, por tantos hermanos en México. Celebrar un día de duelo y reconocer que en nuestro país hay más violencia que hace cinco años…”

Los dardos envenenados no tardaron. Uno de los principales tiradores fue el gobernador de Michoacán, aquel cuya elección fue cuestionada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación por haber sido manipulada por el poder del narco. Retó al obispo a quitarse la sotana para hacer política y, además, quiso endosar sus culpas apuntando contra los clérigos quienes, según afirmó, son voceros del crimen organizado.

Desde Palacio Nacional, la cosa no fue menor. El presidente de México dijo que, aunque el obispo está en su derecho, la jerarquía “tiene más simpatía por los potentados, por los ricos, muy contrario al sentimiento, a la esencia del cristianismo, porque Jesús Cristo siempre estuvo a favor de los pobres”, en el típico discurso de polarizaciones y enfrentamientos.

La diócesis de Apatzingán es sólo una parte del apocalipsis social 

que padecen amplias regiones del país. Para nadie es deconocido que el poder del crimen organizado ha calado hondo, hasta la médula, de la política y en donde las elecciones fueron manipuladas por el dinero del narco imponiendo a sus candidatos. Las autoridades electorales lo han denunciado; sin embargo, nadie les acusa, menos han enfrentado severos juicios para deslindar sus responsabilidades haciendo que el imperio de la impunidad sea ley sin que haya verdadera transformación del régimen de corrupción.

El obispo de Apatzingán ya lo había denunciado en ocasiones anteriores. El 14 de mayo de 2020 publicó una importante Carta Pastoral . En plena pandemia, apuntó hacia esa maquinaria de muerte cuando el pueblo “está en medio de la inseguridad y no hay nadie a quien se pueda acudir… no hay la confianza en las autoridades por más que se les insista”. Los hechos tan lamentables en esa parte del país ocurren y los responsables de poner orden, sólo aparecen al final, cuando todo ha pasado y la destrucción está hecha…” Tal era la desesperación que una luz de esperanza y paz se vio al final del túnel cuando el nuncio apostólico de ese entonces, Franco Coppola, estuvo en Aguililla para predicar la paz y suscitar un cambio de cosas.

Desafortunadamente, la paz parece un bien frágil, quebradizo. Aunque el gobernador corrió hacia Apatzingán para celebrar un acuerdo de buena voluntad y tomarse la foto con el obispo para anunciar trabajos conjuntos, las fotografías dicen mucho. Bajo el escrutinio del prelado, el mandatario parlotea y hace aspavientos para justificar lo indefendible.

Los obispos de México preparan un gran foro de construcción de paz en septiembre.

 Y como se ha señalado en el PGP 2031-2033, han decido a acompañar a este pueblo sufriente en las necesidades más apremiantes. Contrario al veneno que se trata de inocular al pueblo desde Palacio Nacional o del Palacio de gobierno de Michoacán, el Episcopado Mexicano ha afirmado que es necesario “Caminar en la historia como pueblo de Dios… salir, superar inmovilismos, buscar actitudes nuevas, actitudes abiertas y capaces de proponer el Evangelio a todos para la construcción del Reino”. (PGP 2031-2033, No. 138)

El discurso del obispo de Apatzingán era lo mínimo que se podía esperar. Mirar a otro lado sería una omisión grave; no obstante, a pesar de todos los riesgos, la denuncia es don de profecía,  signo de los tiempos ante un reclamo pendiente. En esto todos estamos de acuerdo y por eso, el obispo merece la más amplia defensa y apoyo, por su claridad evangélica incómoda a la manera de Juan contra Herodes o como la de Cristo contra los fariseos.

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