En la segunda semana de actividades en México, el cardenal Robert Sarah dirigió una profética disertación a sacerdotes en el Seminario Conciliar de México, la casa de formación de clérigos de la arquidiócesis de México, el pasado lunes 3 de julio.
Serio y siempre pausado, el discurso del purpurado a los presentes quiso manifestar las preocupaciones y retos del sacerdocio católico que no debe ser visto como una profesión, afición o carrera más; custodiado por el rector, el obispo auxiliar Luis Manuel Pérez Raygoza y el padre espiritual Estanislao Vega González, en un ambiente más discreto a diferencia de la magna conferencia en LaSalle, el prefecto emérito definió algunos criterios doctrinales del sacerdocio que deben ser rescatados ante la confusión teológica del sacramento del orden.
Fidelidad, dignidad, “Misteriosamente configurado con Cristo Señor, transformado a su imagen…” Sarah acentuó esta definición clave que identifica al hombre-sacerdote que ha sido llamado por el Señor a participar de su sacerdocio de manera ontológica.
No buscaba otra forma que recordar al auditorio el patrimonio perenne de la Iglesia a través de los siglos. Desde los tiempos apostólicos hasta llegar a los santos padres Paulo VI y Juan Pablo II, el cardenal Sarah escudriñó en la recuperación de la identidad sacerdotal en Cristo que pasa por el reconocimiento de que un hombre es elegido por Dios a una vocación particular para configurarse e identificarse con quien es Cabeza y Pastor de la Iglesia como de los dones más grandes que Dios haya hecho a la humanidad entera.
Para entender este misterio, Sarah invitó a los presentes a discernir en tres aspectos necesarios: El sacerdote que reproduce los rasgos del Verbo, su consagración y configuración. Y aunque la historia de la espiritualidad ha enseñado la dignidad del sacerdocio, en nuestros tiempos esos maestros han advertido de la mediocridad en la cual se le puede encasillar: “El orgullo más luciferino que existe, que ha arrancado a miles de sacerdotes del corazón de la Iglesia» es el de «no venerar, no adorar lo suficiente el misterio de Cristo en la propia vida».
Reproducir a Cristo implica ser «una re-presentación sacramental de Jesús, transparencia» viva dentro de la Iglesia, por eso el cardenal, ante la mirada atenta de los sacerdotes invitados, acentuaba cada palabra resaltando la dignidad del misterio al que fueron llamados.
Otra clave era puesta en la disertación: Fidelidad. “Esas manos episcopales fueron impuestas sobre una cabeza, sobre nuestra persona. No tenían la intención de eliminarlo, tenían la intención de alcanzarlo … Dios ha llegado a nuestra persona para unirse a él de una manera misteriosa”, no para ser una mera cosa sujeta a la voluntad caprichosa de Dios, sino tomado como “persona viva que mantiene sus propias características”.
Y aunque el cardenal Sarah rescató estas ideas esenciales para valorar y entender el “don y misterio” del sacerdocio, no entró de lleno a los problemas que le azotan a lo largo y ancho del mundo como el descrédito por la crisis moral y de los abominables delitos cometidos por la infidelidad y enfermedad de algunos malos curas; sin embargo, para el cardenal, la “humanidad del sacerdote se convierte así en signo e instrumento para hacer visible y eficaz el ser y la acción sacerdotal de Cristo entre los hombres y en la Iglesia, a semejanza con la naturaleza humana del Salvador, hipostáticamente unida a la Palabra”, clave que, para los presentes en el auditorio del Seminario Conciliar de México, era fácil de comprender, pero en ocasiones, difícil de digerir por los fieles: Cristo y el sacerdote hacen posible la realidad divina y humana, a pesar del pecado.
Al final, el sacerdocio es un don del Espíritu Santo y transfigura la realidad humana del hombre escogido para realizar el milagro de la transubstanciación de las especies eucarísticas por la cristificación de quien participa del sacerdocio: “la realidad eucarística aparece más viva y significativa para el brillo del misterio del sacerdote”.
Sin embargo, la advertencia del purpurado estaba ya pronunciada. Contra las ideas de ver al sacerdocio como una profesión o dignidad social, contra las tendencias del sacerdocio femenino o de abrirlo al homosexualismo o bien, ponerlo en la mesa de las discusiones para llevarlo a una votación sobre sus nuevas características, Sarah advirtió: “Ningún Sínodo, ninguna autoridad eclesial tiene el poder de transformar este don divino para adaptarlo, reduciendo su valor trascendente al ámbito cultural y ambiental. Ninguna autoridad eclesial posee el poder de inventar un sacerdocio femenino sin dañar la fisonomía perenne del sacerdote, la identidad sacramental dentro de la renovada visión eclesiológica de la Iglesia, misterio de comunión y misión”.