Cuando estés con una persona, has de ver un alma: un alma a la que hay que ayudar, a la que hay que comprender, con la que hay que convivir y a la que hay que salvar. (Forja, 573)
Me gusta recoger unas palabras que el Espíritu Santo nos comunica por boca del profeta Isaías: discite benefacere, aprended a hacer el bien. (…)
La caridad con el prójimo es una manifestación del amor a Dios. Por eso, al esforzarnos por mejorar en esta virtud, no podemos fijarnos límite alguno. Con el Señor, la única medida es amar sin medida. De una parte, porque jamás llegaremos a agradecer bastante lo que Él ha hecho por nosotros; de otra, porque el mismo amor de Dios a sus criaturas se revela así: con exceso, sin cálculo, sin fronteras.
La misericordia no se queda en una escueta actitud de compasión: la misericordia se identifica con la superabundancia de la caridad que, al mismo tiempo, trae consigo la superabundancia de la justicia.
Misericordia significa mantener el corazón en carne viva, humana y divinamente transido por un amor recio, sacrificado, generoso. (Amigos de Dios, 232)
Por SAN JOSEMARÍA.