En este día, 13 de septiembre de 2020, celebramos el Domingo 24 del Tiempo Ordinario, Ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Mateo (18, 21-35): “Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: ‘Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: «No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete».
Perdonar sin límites. Jesús manifiesta claramente que el perdón como el amor no tienen medida: «No sólo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». Así queda descartada la antigua medida del odio y la venganza afirmada por Lamec en el libro del Génesis (4, 24): «Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete». También queda superada la mesurada ley del talión: «Ojo por ojo y diente por diente». Pedro y los discípulos aprendieron que el perdón no tiene un precio, ni una tarifa, ni una limitación. Perdonar según el espíritu evangélico supone no vengarse ni buscar la humillación del otro, sino la caridad de la corrección. A ejemplo de Dios Padre y de Jesús y como lo hacían ya entre sí los israelitas, los cristianos debemos perdonar a nuestros prójimos que son todos los seres humanos, incluidos aquellos a quienes hay que devolver bien por mal. A veces, frente a la ofensa, surgen sentimientos de venganza dentro de nosotros. Luchar contra estos sentimientos nos hace bien a todos tanto a los ofensores como a los ofendidos. Si aprendemos bien eso haremos lo que le gusta a Dios, encontraremos la paz del corazón y ayudaremos a los que nos han ofendido.
Los dos deudores. La enseñanza sobre el perdón fraterno es ilustrada por el mismo Jesús con una parábola. En ella dice a sus discípulos que el Reino de Dios se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. Así se le presenta a uno de sus grandes deudores que, al pedirle perdón, se compadece, le perdona todo y lo pone en libertad. Sin embargo, este servidor no se aprende la lección ya que es incapaz de perdonar a uno de sus pequeños deudores y lo mete a la cárcel. El rey llama la atención al siervo que fue perdonado por él y que no supo perdonar a su hermano. Le impone el castigo de pagar su propia deuda y lo mete en prisión por no haber sido compasivo con su hermano. La negación del perdón parece a veces la reacción más digna y normal ante la ofensa, la humillación o la injusticia, pero no sirve para humanizar al mundo. Una pareja sin mutua comprensión se destruye; una familia sin perdón se vuelve un infierno; una sociedad sin compasión resulta inhumana. Necesitamos aprender a perdonar de corazón y tener compasión del prójimo porque Dios nos compadece y perdona siempre.
Perdonar las ofensas. Las hermosas instrucciones sobre el perdón de las ofensas eran conocidas desde el Antiguo Testamento, como dice el libro del Eclesiástico (27, 33-28, 9): “Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón se te perdonarán tus pecados. Si un hombre guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salvación al Señor?». Jesús nos dio ejemplo al perdonar sus pecados al paralítico y a la mujer adúltera sin condenarlos, así como a todos los que propiciaron su muerte: «Padre, Perdónalos porque no saben lo que hacen». El mismo Jesucristo nos conceda la humildad necesaria para reconocer nuestras culpas de pensamiento, palabra, obra y omisión, para que así aprendamos a pedirle perdón plenamente confiados en su infinita misericordia. También nos otorgue la capacidad de perdonar de corazón y sin límites las ofensas que nos vengan infringidas por nuestros prójimos.
El poder de perdonar. La Iglesia ha recibido de Jesús el poder de perdonar los pecados a todos los que se arrepienten de corazón. Este indispensable servicio lo realizan los Ministros Ordenados a través de los Sacramentos: Bautismo, Confesión, Eucaristía y Unción de los enfermos. A lo largo de los siglos, nuestra Iglesia aprendió a ejercer este perdón con una gran generosidad y cuantas veces sea solicitado por quien se reconoce pecador.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa