No perdamos de vista la meta, no nos dejemos abrumar por el presente sino sigamos a Cristo que es el camino a la felicidad. Francisco en el Regina Caeli sigue las palabras del Evangelio de hoy e indica la brújula para llegar al lugar preparado por Dios para nosotros: amar a Jesús, creer en él, imitarlo con gestos de cercanía y misericordia hacia los demás.
Cuando el miedo aprieta la garganta, cuando uno está exhausto por la enfermedad, por el dolor de perder a un ser querido, turbado por las tormentas de la vida, cuando uno experimenta el cansancio y el fracaso, muchas veces toma el camino equivocado, busca recetas fútiles, encerrarnos en la soledad sin poder enfrentar ese mal que parece más grande y más fuerte que todo. En cambio hay un Camino y es Cristo.
Dios no abandona a nadie
En el Regina Caeli, mirando la plaza llena de gente y los ojos del mundo entero, Francisco se hace eco de ese «no tengáis miedo» que Jesús dirige a sus discípulos poco antes de morir. Palabras tranquilizadoras -dice el Papa- que imprimen certeza y esperanza en sus corazones desconcertados.
De hecho, no los abandona, sino que va a prepararles un lugar ya guiarlos hacia esa meta. Así, hoy el Señor nos indica a todos el maravilloso lugar a donde ir y, al mismo tiempo, nos dice cómo ir allí, nos muestra el camino a seguir.
Nunca olvides la belleza del destino.
Francisco continúa comentando el Evangelio de hoy, Jesús va a preparar un lugar «una casa», la del Padre, donde haya lugar para todos, donde todos sean acogidos, amados y consolados por el calor de un abrazo. No se separó de nosotros, sino que nos abrió el camino anticipándonos al destino final: el encuentro con Dios.
Cuando experimentamos fatiga, desconcierto e incluso fracaso, recordamos hacia dónde se dirige nuestra vida. No debemos perder de vista la meta, aunque hoy corremos el riesgo de olvidarla, de olvidar las preguntas finales, las importantes: ¿hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Para qué vale la pena vivir? Sin estas preguntas, aplastamos la vida solo en el presente, pensamos que tenemos que disfrutarlo lo más posible y terminamos viviendo el día a día, sin una meta, sin una meta. Nuestra patria, en cambio, está en el cielo (cf. Flp 3,20), ¡no olvidemos la grandeza y la belleza del destino!
La brújula para llegar al Cielo
Una vez descubierta la meta, sin embargo, es importante entender cómo llegar a ella sin dejarnos desorientar o aplastar por los muchos problemas, por los males que nos atormentan, y evitando que el presente nos abrume, dado que estamos llamados para la eternidad. La fe, el amor y la misericordia hacia los demás es todo lo que necesitamos en este camino.
Jesús mismo es el camino a seguir para vivir en la verdad y tener vida en abundancia. Él es el camino y por tanto la fe en Él no es un «paquete de ideas» para creer, sino un camino por recorrer, un camino por hacer, un camino con Él. Es seguir a Jesús, porque Él es el camino que lleva a felicidad que no se pone. Es imitarlo, especialmente con gestos de cercanía y misericordia hacia los demás. He aquí la brújula para llegar al Cielo: amar a Jesús, el camino, convertirnos en signos de su amor en la tierra.
saludos finales
Después de los saludos finales a las numerosas delegaciones de fieles presentes en la Plaza de San Pedro, pero en particular a la asociación Metro y su fundador don Fortunato Di Noto, a los 23 Guardias Pontificios Suizos que prestaron juramento ayer en el patio de San Dámaso, el El Pontífice recuerda la fiesta de la Virgen del Rosario de mañana con el rezo al mediodía de la súplica a la Virgen compuesta por el Beato Bartolo Longo en 1883. Por último, se centra en las beatificaciones que tuvieron lugar ayer en Uruguay, del obispo de Montevideo Jacinto Vera y en España donde la joven María Conchita.
Cecilia Seppia.
Ciudad del Vaticano.