Por: Hugo Balderrama
En 1972, El Club de Roma revivió los viejos mitos malthusianos: 1) la escasez de alimentos, 2) la sobrepoblación y 3) la nula capacidad creativa de la humanidad. Desde entonces, la ONU ha planteado, de las más variopintas maneras, la reducción demográfica.
Esa reducción puede hacerse por métodos pasivos, a base de minimizar nacimientos, o activos, eliminando directamente a descartables: ancianos empujados a la eutanasia o niños abortados por no ser perfectos o por no haber elegido un buen momento para existir. Pero a diferencias de otros genocidios, este tendría un buen marketing, pues lograría el beneplácito de las víctimas. Todo era cuestión de manipular un poco los términos. Por ejemplo: no se trata de eliminar a los indeseables habitantes de los países menos desarrollados, sino de luchar contra una catástrofe climática. El aborto no es un acto de crueldad contra el ser más indefenso, sino de un mecanismo para empoderar a las mujeres, de paso luchamos contra el «patriarcado».
La ideología de género, el veganismo, el ambientalismo y el feminismo son algunos de los pretextos que se están usando en Hispanoamérica para imponer la nefasta Agenda 2030. Nos cuentan en las aulas que no existe el sexo ni la biología, que todo es cuestión cultural. Las muchachas son educadas para odiar a los hombres, pues son el mal por antonomasia. Los varones deben tapar cualquier rasgo de masculinidad, porque, de lo contrario, son «machistas» y «opresores». La maternidad es un demonio que «esclaviza» a la mujer, mejor es seguir el ejemplo de la «empoderada» sin hijos. Los bebés no son una bendición, sino un potencial peligro para el «débil» equilibro ecológico de la tierra.
Para poner en marcha toda esta ingeniería delincuencial, los globalistas requieren socios, pero no cualquiera, sino de esos que por dinero pueden vender a sus madres: los políticos. De ahí que, en países como mi natal Bolivia, muchos legisladores de oposición y oficialismo adhieran a los postulados de la Agenda 2030. Así es, a los globalistas les da lo mismo que ganen los azules, los verdes, los blancos o los rojos, ellos mueven todas las fichas.
Estos son los cómplices que les aprueban leyes para legalizar el aborto. Son estos mismos quienes les abren las puertas de las naciones a sus reformas «educativas», que les enseñan a los párvulos que hay hombres con vagina, por ejemplo. Son sus cómplices para promover aberraciones como las mutilaciones sexuales en infantes. Así es, son nuestros políticos, que, al menos en teoría, deberían velar por el bienestar de sus compatriotas, quienes más nos acercan a la distopía del: No tendrás nada, y serás feliz, pues, poco a poco, nos vamos quedando hasta sin identidad.
¿Piensa que exagero?
Le recuerdo que, en especial, durante la primera etapa de la pandemia del COVID, casi la totalidad de la humanidad avaló que sus libertades fueran cercenadas, ni qué decir del experimento de la vacunación. Los pocos que no aceptamos ser tratados como animales de granja, tuvimos que padecer toda clase de improperios. Incluso hasta hoy, que ya pasaron más de tres años, hay gente que tiene terror de quitarse el barbijo en vía pública. Virus hominis est (El hombre es el virus del hombre) es la nueva normalidad, ya que ahora hasta saludar se ha vuelto un peligro.
El 21 de octubre de 1949, Huxley le escribió una carta a George Orwell, parte de la misiva dice lo siguiente:
La filosofía de la minoría gobernante de 1984 es un sadismo que ha sido llevado a una conclusión lógica, llegando más allá de lo sexual, y negándolo. Que en la actualidad la política de la bota en la cara pueda seguir imponiéndose indefinidamente parece dudoso. Lo que yo creo es que la oligarquía privilegiada encontrará maneras menos arduas y derrochadoras de gobernar y satisfacer su codicia de poder, y tales maneras recordarán a las que se describían en: Un mundo feliz.
No sé a usted amble lector, pero a mi me parece que la Agenda 2030 es una combinación de las zanahorias de Huxley con los palos de Orwell.
¡Dios nos proteja!