Por: Fray Duvan
En la pasada Semana Santa, subí a mis estados varias fotos de penitentes usando capirotes durante las procesiones. Varios de mis amigos me manifestaron su desconcierto, alguno me dijo que le aterrorizaba y otro que sólo podía pensar en el Ku Klux Klan. Por eso, pasados algunos días, quisiera compartir, con quien esté interesado, el origen y el sentido penitencial de capirotes y procesiones. Obviamente, para los nacidos en España, en Guatemala, y algunos otros países de América Latina, un penitente (o nazareno) es algo normal. Los niños ven a sus padres con capirote desde que tienen uso de razón, y los bebés no se asustan cuando alguien con el antifaz los toma en brazos.
Sin embargo, en países como mi Colombia, la tradición es más que desconocida, y en algunos queda solo la relación con cierto grupo de odio de los Estados Unidos. No es de extrañar que se vea extraño y cause al menos inquietud. El capirote (que así se llama el sombrero en forma de cono) era una marca de un condenado en la época de la inquisición en el alto medioevo. Un capirote rojo era signo de la condena a muerte, mientras que otros colores llevaban distintas penalidades. Era una manera de castigo público, de humillación y de señalamiento ante los delitos.
Mucho antes de esa época, desde los inicios del cristianismo, ha existido la «penitencia» pública por los pecados públicos. Incluso el gran emperador Teodosio estuvo condenado a llevar «saco de penitencia» mucho tiempo, hasta que la comunidad le concedió el perdón y fue readmitido. Estos «penitentes» llevaban por un tiempo un «hábito» hecho de tela tosca, como signo de autocastigo. Cuando San Francisco de Asís decidió vivir una vida de penitencia y oración, tomó precisamente un hábito de estos y cuando iban por el mundo y preguntaban qué eran respondía: «somos varones penitentes procedentes de la ciudad de Asís».
Con el pasar del tiempo estos «penitentes» tuvieron distintas formas y manifestaciones en la Iglesia, algunos se flagelaban públicamente (eran llamados «flagelantes»). Para que la gloria no viniera sobre ellos a nivel personal y dijeran: «mira qué penitente es», empezaron a cubrirse el rostro. Así la penitencia permanecía en el anonimato. Como era de esperar, estas penitencias aumentaban en la época en torno a la Cuaresma y a la Semana Santa. Es así como en Andalucía, estos elementos se van uniendo y van tomando forma en las Cofradías de Penitencia, grupo de fieles que hacían especial penitencia en los días santos, vestidos de saco y tomaron el capirote de los condenados como signo espiritual de su pecado y su condena, condena que Cristo sufrió por ellos.
Las cofradías de penitencia se convirtieron pronto en un signo característico del cristianismo español. Llevan ya más de 500 años siendo expresión de la Semana Santa y siguen siendo muy vigentes todavía hoy. Este mundo lo he conocido desde las ciudades de Cádiz y San Fernando. La imagen que ven en este post es de la Hermandad de Estudiantes (Afligidos) de San Fernando, de la Parroquia del Santo Cristo en donde pude vivir algunos meses en años anteriores. Detrás de estos capirotes van personas de fe, que yo mismo pude conocer y ser edificado por ellas. El año pasado también yo fui aceptado como hermano de una cofradía, la Hermandad del Despojado de Cádiz, y este año participé en mi primera procesión de Semana Santa como nazareno.
Realmente se dice: «Hacer estación de penitencia». La hermandad sale en procesión llevando las imágenes de sus titulares hasta la Santa Iglesia Catedral. Allí se pide perdón al Señor y se regresa después a la sede de la hermandad. El camino de ida y vuelta puede ser más o menos largo, depende de la distancia entre sede y catedral. Nuestro caminar fue de 11 horas, desde las 3 de la tarde a las 2 de la mañana, el Domingo de Ramos. Es un camino de silencio, de oración, de ir solo dentro de tu capirote pero ir «abrazado por tu hermandad» como me dijo uno de los hermanos que iba a mi lado. De sentirte uno que acompaña a Cristo en sus pasos hacia la pasión.
Es verdad que muchos podrán hacer la estación de penitencia solo por la tradición. Ciertamente no será por aparecer, porque nadie sabe quién es quién… Mi experiencia con los penitentes del Despojado, era ver a un grupo de enamorados del Señor del Amor que marchaban con una alegría inmensa por las calles de Cadiz. Yo, extranjero entre ellos, me sentía feliz de compartir su fe y su alegría… la Fe nos hermana a todos sin importar el origen. Cuando a las 2:00 am llegamos a la sede de la hermandad, me impresionó ver que tantos niños soportaron con valentía y gran sonrisa las 11 horas de procesión… me impresionó ver a algunos ancianos que se quitaban ya en la intimidad de la casa el capirote, pero sobre todo me impresionó ver la inmensa alegría, ni una queja, ni un malestar… todo era gozo por haber estado una vez más siendo testigos silenciosos de Nuestro Padre Jesús del Amor despojado de sus vestiduras. Creo que esta misma sea la experiencia de cada hermandad, en cada lugar en donde esta práctica tiene sentido y arraigo.