Durante cincuenta días prolongará la Iglesia la resurrección de JESÚS desde la Vigilia Pascual hasta el día de Pentecostés, la comunidad cristiana vivirá de formas diferentes el acontecimiento que transforma la historia de los hombres en un acontecimiento asumido de forma plena por DIOS, y de una manera nueva comienza una historia de DIOS con los hombres hasta el momento en el que JESÚS vuelva como JUEZ Universal y ponga fin a la historia de los hijos de DIOS en este mundo. Algo sucedió en la madrugada del primer día de la semana que es indemostrable, pero cambió la historia de los hombres con repercusiones eternas. La Resurrección sucede en la historia, en un momento del tiempo y en un lugar determinado; pero ese tal acontecimiento obedece en parte a las reglas de cualquier otro acontecimiento, que por su singularidad no se puede repetir exactamente. Se demuestra empíricamente la dilatación de los metales o la composición química de un elemento de la creación; pero es indemostrable por este procedimiento la constancia de un acontecimiento histórico, porque acaecido una vez ya no se vuelve a repetir. Habrá episodios parecidos, pero nunca se darán dos acontecimientos idénticos. JESÚS nos dejó un criterio sencillo para obtener conclusiones correctas: “por sus frutos los conoceréis” (Cf. Mt 7,16). Nadie ha podido estar de modo físico en el sepulcro para presenciar la Resurrección de JESÚS. De la misma forma que la VIRGEN vivió la experiencia de la Encarnación, y sólo ÉLLA fue testigo de ese acontecimiento, ¿podría haber sido testigo de modo espiritual del momento de la Resurrección de su HIJO en el sepulcro? Sólo ELLA podía en este mundo ser testigo de ese instante en el que la corporeidad del HIJO era engendrada para la eternidad en unión inseparable con el VERBO. Después vendrían las diferentes apariciones del RESUCITADO a un número superior de personas de las que aparecen nombradas en los evangelios y en los Hechos de los Apóstoles. Nos basta recordar en este sentido el testimonio de san Pablo, en la primera carta a los Corintios, que refiere la aparición de JESÚS a más de quinientos hermanos convocados en un solo lugar (Cf. 1Cor 15,6).
Los frutos de la Pascua
El RESUCITADO es el origen de la Resurrección. Para que exista la Resurrección primero JESÚS adquirió la categoría del SEÑOR y CRISTO RESUCITADO. Sin este hecho todavía estaríamos esperando al MESÍAS con el Pueblo judío. La revelación del Nuevo Testamento con los Evangelio, Hechos de los Apóstoles, las diversas cartas y el Apocalipsis, son posibles porque JESÚS es el RESUCITADO. El don del ESPÍRITU SANTO esta presente en la Iglesia porque JESÚS es el RESUCITADO. La Iglesia misma con sus luces y sombras no será derrotada por las fuerzas satánicas, porque JESÚS es el RESUCITADO. Los testimonios de los santos ayer y hoy son posibles, porque JESÚS es el RESUCITADO. Aquel momento en el que JESÚS resucitó es el origen de todo lo que se ha escrito sobre el Cristianismo a lo largo de los siglos. Los capítulos de esta historia no se han terminado, aunque algunos crean que están a punto de triturar la herencia del RESUCITADO. Cada uno de los bautizados poseemos el don de la Vida Eterna de modo incipiente en nuestro corazón: el don del ESPÍRITU SANTO ha venido a nosotros, y es el mismo ESPÍRITU que resucitó a JESÚS de entre los muertos (Cf. Rm 8,11). Es muy difícil para las fuerzas hostiles al SEÑOR acabar con su obra y rellenar de escombros los lugares santos, porque en cualquier momento y en el lugar menos esperado renace la Vida del RESUCITADO por la semilla plantada en el Bautismo. En esta Vigilia Pascual nuevos catecúmenos recibieron los sacramentos de la Iniciación Cristiana -Bautismo, Confirmación y EUCARISTÍA-; y nadie sabe el dinamismo espiritual que cada uno de esos nuevos cristianos puede desplegar en la presente sociedad. Algunos de ellos son verdaderos conversos, que esta noche santa han renacido verdaderamente a la LUZ después de malvivir en las oscuras regiones del pecado con sus seducciones y grandes sinsabores. La fuerza del converso es grande, porque sabe de dónde ha sido rescatado, con humildad piensa en una vida de arrepentimiento, intentando ser faro y luz para otros. Un converso así es un verdadero milagro de la Gracia, lo mismo que la persona rescatada de la rutina, la mediocridad o la indolencia. Una vida instalada en la tibieza y el tedio es muy difícil de reanimar para la Vida de la Gracia: “no eres ni frío ni caliente, eres tibio y te vomito de mi boca” (Cf. Ap 3,16).También se convierten en frutos especiales de la Gracia aquellos que pasan de una vida instalada en la pérdida de tiempo y el aburrimiento, a un estilo de vida que encuentra un sentido trascendente, porque el SEÑOR está presente. Cada día la EUCARISTÍA inunda este mundo con su presencia y acción. Este es un fruto especialísimo del RESUCITADO, en el confluye la acción extraordinaria del ESPÍRITU SANTO con la fidelidad de la Iglesia que mantiene el mandato del SEÑOR: “haced esto en memoria MÍA” (Cf. 1Cor 11,23-25). Cientos de miles de veces diarias se pronuncian las palabras de la consagración sobre un poco de pan y un poco de vino para transformarlos en la presencia viva del RESUCITADO. En la vida ordinaria de muchos cristianos la EUCARISTÍA es la fuerza tangible que hace posible cargar con cruces muy pesadas, y en la mayoría de los casos pasan desapercibidas a los ojos de los demás. Esas obras del RESUCITADO no salen en los periódicos, y tampoco aparecen en las noticias religiosas, porque sólo DIOS lleva la cuenta de ello; pero esas personas están entre nosotros y sostienen la Iglesia y el mundo. También, claro está, son dignas de todo encomio las personas dedicadas a los descartados de la sociedad, y lo hacen con la fuerza y en nombre del RESUCITADO. Pienso en esa comunidad de hermanas religiosas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que pasan de los sesenta años y cuidan los enfermos terminales de la droga y el SIDA. Estos ejemplos constituyen un escueto testimonio de una realidad mucho más grande, desconocida y anónima.
Dispuestos para escuchar
La primera lectura de la Liturgia de la Palabra, en este Domingo de Pascua, recoge el misterio de Pedro que es testigo cualificado de la Resurrección. La escena de esta proclamación y testimonio discurre en casa del centurión Cornelio, en Cesarea marítima; aquella ciudad costera donde residía el gobernador, que tenia un plano arquitectónico de tipo romano. Cornelio vivía allí con su familia y parece que su círculo de relaciones era más amplio que el estrictamente familiar. Cuando Pedro llega a su casa, ambos dan razón de los motivos por los cuales se está produciendo aquel encuentro. Cornelio informa a Pedro, que hace cuatro días, a la hora de nona en que realizaba su oración habitual se le apareció el Ángel del SEÑOR, y le dijo dos cosas principalmente: sus oraciones y limosnas son bien recibidas ante DIOS, y como consecuencia conviene llamar a Pedro, que está en Joppe, en casa de Simón el cutidor (Cf. Hch 10,30ss). La intervención de los Ángeles en la evangelización, teniendo en cuenta el Nuevo Testamento, no es una cuestión desdeñable. No se puede pasar por alto, que los Ángeles aparecen como testigos de la Resurrección al tiempo que señalan el sepulcro vacío. Pedro, aquí en casa de Cornelio va a proclamar el kerigma, o el anuncio fundamental que ofrece el contenido central de la Fe: ¿qué es lo que se ha de creer? Pedro encuentra a la asamblea reunida en casa de Cornelio con la actitud debida para recibir el Mensaje: “todos nosotros en la Presencia de DIOS estamos dispuestos para escuchar todo lo que te ha sido ordenado por el SEÑOR” (v.33). Los allí reunidos esperan una palabra de DIOS a través de Pedro. La oración reconocida y las limosnas fueron las de Cornelio, pero el grupo reunido era amplio: “todos nosotros estamos dispuestos para escuchar”, porque la Fe viene principalmente por la predicación. También aquellos romanos entraban en los planes de DIOS para construir su Reino, y Pedro prescinde de prejuicios al reconocer, que “DIOS acepta al que en cualquier nación practica la justicia y le teme (v.35).
Vosotros sabéis… (v.37)
Pedro no va exponer una predicación de carácter moral o a filosofar sobre el alma y la trascendencia de la vida. Lo que el Apóstol va a exponer son algunos hechos fundamentales pertenecientes a la vida de JESÚS de Nazaret. Al mismo tiempo, Pedro considera que los allí reunidos tienen datos sobre la actividad llevada a cabo por JESÚS en aquellas tierras, y la forma en la que murió. Pero ahora todos aquellos hechos era preciso situarlos en la dimensión debida. “Vosotros sabéis lo que sucedido por toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo” (v.37). Los evangelios sinópticos indican que Galilea es la región, en la que JESÚS da comienzo a su ministerio público de predicación del Reino de DIOS. El evangelio de Juan, en cambio, tras el signo mesiánico de “La Boda de Caná” (Cf. Jn 2,1-11), da el salto a la presencia de JESÚS en Jerusalén con ocasión de la celebración de la Pascua (Cf. Jn 2,13) Al entrar en el Templo, JESÚS realiza una acción profética expulsando a los vendedores, pues no pueden convertir la casa de su PADRE en una cueva de bandidos (Cf. Jn 2,16). El mismo evangelio de san Juan señala en esas fechas, que JESÚS realizó muchas señales y muchos creyeron en ÉL (Cf. Jn 2,23). No obstante, Pedro de acuerdo con san Lucas dispone la predicación del Reino en la Galilea. Tanto Cornelio, su familia y los que los acompañaban supieron de la actividad misionera de JESÚS. Repetidamente los evangelios mencionan cómo la fama de JESÚS se extendía en un radio muy amplio (Cf. Mc 1,28) por los signos, prodigios y milagros que realizaba. Como centurión romano, el propio Cornelio no podía permanecer ajeno al movimiento de masas que se producía en torno a JESÚS. El centurión tenía que cerciorarse de que aquellas concentraciones, en ocasiones numerosas, eran de carácter pacífico y no entrañaban riesgo revolucionario alguno frente a Roma. Aquellos romanos podían tener un conocimiento de hechos concretos sobre JESÚS, pero era preciso su confirmación en la Fe, y para eso esta Pedro allí. Uno de los expertos acreditados en el Nuevo Testamento, Antonio Piñero, se confiesa agnóstico, sencillamente porque no es suficiente un gran conocimiento científico, sino que la acción de DIOS tiene que estar presente. Algo así encontramos en casa del centurión Cornelio: sabían de JESÚS de Nazaret, pero era preciso recibir el don del ESPÍRITU SANTO que está en la Iglesia.
“Pasó haciendo el bien”
“DIOS a JESÚS de Nazaret lo ungió con el ESPÍRITU SANTO y con Poder; y pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo” (v.38). Hace el bien quien tiene capacidad para realizarlo. DIOS tiene Poder para hacer las cosas bien, y así lo recoge el primer relato de la Creación en el libro del Génesis. DIOS puede hacer las cosas bien porque ÉL es BUENO, así se lo hace saber JESÚS al hombre rico, que pregunta por la perfección de vida y la Salvación (Cf. Mc 10,17-18). JESÚS de Nazaret está asistido por el mismo Poder de DIOS, y hace el bien, curando toda dolencia y liberando a los oprimidos por el Diablo. Las dolencias de los hombres son físicas, morales y espirituales; y para todas ellas, JESÚS tiene una respuesta restauradora. El primer signo que realiza JESÚS según el evangelio de san Marcos es una liberación del Maligno en la sinagoga de Cafarnaum (Cf. Mc 1,23-28), después vendrían múltiples curaciones al atardecer en casa de Pedro (Cf. Mc 1,29-34) En el término de una jornada y el comienzo de otra como algo que empieza de nuevo se describe la acción sanadora de JESÚS en casa de Pedro, el testigo destinado a confirmar en la Fe a sus hermanos (Cf. Lc 22,32). Ahora Pedro está en casa de Cornelio para confirmarlos en la Fe hacia la que estaban dando pasos, y debían perfeccionar. JESÚS hace el bien, porque se ve asistido del Poder que el ESPÍRITU SANTO irradia a través de ÉL: “el ESPÍRITU del SEÑOR está sobre MÍ, porque me ha ungido, y me ha enviado a dar la vista a los ciegos, liberar a los cautivos, sacar de las mazmorras a los oprimidos y anunciar la Buena Nueva a los pobres; y a proclamar el Año de Gracia del SEÑOR” (Cf. Lc 4,18-19). Todas las cosas buenas que JESÚS va a realizar pertenecen al Plan de DIOS y ÉL es el encargado de llevarlas a cabo. La libertad es una conquista pero primeramente es un don: “si el HIJO os da la libertad, seréis verdaderamente libres” (Cf. Jn 8,36). Las carencias morales y espirituales de forma especial son causa de opresión y oscuridad. Por el contrario, la salud moral y espiritual permiten vivir en la Paz del SEÑOR. La opresión diabólica en sus múltiples formas mantiene su campo de influencia allí donde la LUZ de JESUCRISTO se ha apagado.
Testigos
“Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos, y en Jerusalén, a quien llegaron a matar colgándole de un madero. A ÉSTE, DIOS lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse no a todo el Pueblo, sino a los testigos que DIOS había escogido de antemano, a nosotros que hemos comido y bebido con ÉL después que resucitó de entre los muertos”” (v.39-41). ”A JESÚS lo mataron colgándolo de un madero”, y este dato sin duda era de sobra conocido por Cornelio, que podría haber presenciado los acontecimientos. Por otra parte no se le escapaba al centurión romano la crueldad de morir crucificado, pues estaba reservado por la justicia romana para los que no eran ciudadanos romanos y habían cometido delitos graves. Pedro sigue anunciando, como el día de Pentecostés, el núcleo de la Fe, que tiene por fundamento la Cruz y Resurrección de JESÚS. Que JESÚS había sido crucificado era de conocimiento público; sin embargo la Resurrección no era de dominio general, y sólo daban razón de la misma aquellos que presenciaron al SEÑOR resucitado. Pedro atestigua un realismo de la resurrección de JESÚS, que no deja lugar a la duda: Pedro participó de las comidas con JESÚS el RESUCITRADO. La insistencia en la resurrección del SEÑOR es capital, porque es la base para seguir construyendo el Reino de DIOS en este mundo y la realidad de una Vida Eterna con unos Cielos Nuevos. Nuevas moradas eternas quedan inauguradas por el acontecimiento de la resurrección de JESÚS. La resurrección no es para esta vida, sino para la Vida Eterna. La Resurrección de JESÚS abre las puertas a mundos espirituales que no existían con anterioridad. La Resurrección de JESÚS es el punto de partida de la Nueva Creación de unos Nuevos Cielos. De la misma forma que JESÚS no terminó fatalmente en la ignominia de un malhechor cualquiera crucificado, así también los creyentes unidos a JESUCRISTO participaremos de su victoria sobre la muerte. Esta Fe es la que dio comienzo a la predicación de los Apóstoles y tiene que ser mantenida en la Iglesia hasta el fin de los siglos.
JUEZ de vivos y muertos
“Nos mandó que predicásemos al Pueblo, y diésemos testimonio que ÉL está constituido por DIOS JUEZ de vivos y muertos” (v.42). Sólo DIOS tiene poder sobre la vida y la muerte, de ahí que el RESUCITADO es el mismo HIJO de DIOS. La condición de JUEZ añade un papel especial de JESÚS como el Hijo del hombre al final de la historia. La predicación es el medio que tiene la Iglesia para actualizar en cada tiempo y generación las grandes verdades con respecto a la Salvación. Lo que hoy vivimos en torno a la Gracia es posible porque hace dos mil años acontecieron unos hechos que abrieron de par en par las puertas de los Cielos. Ahora nosotros tenemos que prestar oídos a lo sucedido, guardarlo en nuestro corazón para vivirlo, y actuar como correas de trasmisión para otras generaciones. Entregamos a otros, lo que a su vez nosotros hemos recibido. Si esta cadena de trasmisión se corta por algún motivo, los desajustes son graves para las vidas particulares y la sociedad en general. No pueden faltar los predicadores ungidos por el ESPÍRITU SANTO, y tampoco los padres, profesores y líderes religiosos con capacidad de testimonio. El RESUCITADO sigue vivo entre nosotros y es el que posee el juicio para todo viviente, que no pasa por la condenación, salvo que el propio sujeto rechace el juicio misericordioso del único JUEZ: “ los profetas dan testimonio que los que creen en ÉL reciben, por su Nombre, el perdón de los pecados” (v.43).
Efusión del ESPÍRITU SANTO
“Estaba Pedro hablando de estas cosas cuando el ESPÍRITU SANTO cayó sobre los que escuchaban la Palabra” (v.44) Es conveniente cerrar con este versículo la lectura que ofrece el resultado de la escucha atenta de los familiares y amigos reunidos en casa de Cornelio. Pedro expuso los hechos fundamentales de la vida y obra de JESÚS recogidos para nosotros en el Credo. Esta Fe obtiene por su adhesión activa el don del ESPÍRITU SANTO, que hacía a los presentes “hablar en lenguas y glorificar a DIOS” (v.46). Los que estaban allí habían sido aceptados en la gran familia cristiana y se ratificaba la visión que Pedro había tenido en Joppe (v.10-15), y la conclusión a la que había llegado: “DIOS no hace acepción de personas y acepta a todo el que le teme y practica la justicia, sea de la nación que sea” (v.34.35). La enseñanza dada en estos versículos es un verdadero programa e itinerario pastoral para toda la Iglesia, pues marca con claridad las grandes líneas de actuación.
El primer día de la semana
No fueron setenta y dos horas las que el cuerpo de JESÚS reposó en el sepulcro, aunque computemos como tres días su estancia en él. (Cf. Jn 20,1) El descanso sabático había terminado y una nueva semana comenzaba. Para los discípulos y las santas mujeres que habían venido de Galilea a Jerusalén aquel tiempo transcurrido se había vivido entre la decepción, el fracaso, y para otros la angustia. Una seguidora, o discípula, María Magdalena, de la que san Lucas nos informa que JESÚS saca siete demonios, es la que madruga antes que nadie para ir al sepulcro. San Lucas dice que no sólo María Magdalena, sino otras mujeres con ella fueron con aromas que habían preparado, y se encaminaron al sepulcro de madrugada el primer día de la semana (Cf. Lc 24,1) San Marcos da el nombre de tres discípulas: María Magdalena, María la de Santiago y Salomé fueron de madrugada con los aromas que habían comprado (Cf. Mc 16,1) con la intención, sin duda alguna, de terminar de embalsamar el cuerpo de JESÚS, al que habían enterrado a toda prisa la víspera del Sábado. San Mateo nombra a María Magdalena, a María la madre de Santiago y de José y a la madre de los Zebedeos –Santiago y Juan- (Cf. Mt 27,56); pero san Mateo sólo menciona a las dos primeras y omite a la madre de los Zebedeos. San Mateo no hace referencia a los aromas para embalsamar, como tampoco lo hace san Juan. Las coincidencias y las diferencias de los relatos nos indican que estamos ante un dato histórico que es necesario leer desde el punto de vista de la Fe. En los cuatro relatos aparece María Magdalena, y en el de san Juan ocupando el primer plano de la narración. Las treinta y seis horas, aproximadamente transcurridas desde la muerte de JESÚS hasta el momento, de madrugada, en el que se empieza a ver que las palabras de JESÚS sobre su Resurrección se están cumpliendo, durante esas horas de intervalo los discípulos han tenido tiempo para hacer muchos cálculos, revisar sus conductas y sobre todo experimentar el profundo vacío de la ausencia del MAESTRO. María Magdalena de madrugada va al sepulcro, porque en el fondo se resiste a pensar que el MAESTRO ha muerto y desaparecido para siempre. La vida de María Magdalena había salido de una oscuridad imposible de superar por las propias fuerzas, y su Amor por el MAESTRO le impulsa a desafiar lo que para la mayoría ya era irremediable: JESÚS había muerto, lo crucificaron y los que lo vieron presenciaron “algo inenarrable” (Cf. Is 53). Se imponía negar la realidad, después de ver el destrozo que le habían infringido, para pensar que JESÚS podía volver a la vida. Lázaro de Betania había vuelto del otro lado de la existencia, pero estaba cuidadosamente vendado y puesto en el sepulcro; sin embargo a JESÚS lo habían descoyuntado, cubierto con su propia sangre, cardenales y heridas por todo su cuerpo. Como había dicho Isaías, “lo trituraron” (Cf. Is 53,5); y Tomás que no estaba cuando JESÚS se había aparecido por la tarde, no puede concebir que después de quedar en aquel estado alguien pueda volver a presentarse ante los vivos. Otras líneas de pensamientos fueron pasando por las consideraciones y recuerdos de aquellos seguidores, que vivirían también un gran sentimiento de cobardía y culpabilidad, pues en el momento de mayor necesidad habían huido y desaparecido dejando solo al MAESTRO. ¿En qué se habían quedado todos los momentos de euforia al contemplar las multitudes siguiendo al MAESTRO, el éxito de las curaciones que hacían enmudecer de rabia a los enemigos, o los momentos de enseñanza para el crecimiento espiritual de ellos llamados a evangelizar con Poder? María Magdalena supera las densas tinieblas que deja en los corazones la muerte del MAESTRO, y muy temprano, antes que saliese el sol, se encamina hacia el sepulcro. Su decisión no será defraudada y el evangelio de san Juan relata el encuentro particular que María Magdalena tiene con el MAESTRO Resucitado (Cf. Jn 20,10ss), pero esos versículos no entran en la lectura de este domingo.
Desconcierto inicial
Después de ver la piedra quitada del sepulcro, María Magdalena “echa a correr y llega a donde está Simón Pedro y el otro discípulo a quien JESÚS quería, y les dice: se han llevado del sepulcro al SEÑOR, y no sabemos dónde lo han puesto” (v.2). Comprobamos en los relatos evangélicos que los discípulos no se dejan llevar por un entusiasmo fácil. En el sepulcro no está el cuerpo del SEÑOR, pero no se atreven, por el momento, a decir que el SEÑOR ha resucitado. En la forma de comunicar la noticia a Pedro y al discípulo amado se emplea el plural, “no sabemos dónde lo han puesto”; y da lugar a pensar que con María Magdalena iban otras seguidoras de JESÚS, como las mencionadas en los sinópticos. María Magdalena acude a Pedro a comunicarle el suceso, y esta prioridad habla del reconocimiento que se tenía hacia él entre los primeros cristianos. Aquella información saca a los discípulos del aislamiento y de la probable clandestinidad; pues arriesgan ser apresados si son reconocidos. La cosa podía complicarse aún más, ya que las autoridades no iban a admitir que JESÚS hubiera resucitado, por lo que el cuerpo de JESÚS sólo podía haber sido robado y ellos lo habían hecho desaparecer. Esa es la versión, que según san Mateo (Cf. Mt 28,13) pactan con los soldados a los que sobornan y encubren al mismo tiempo ante el procurador en caso necesario. La noticia de María Magdalena no es tranquilizadora.
Pedro y el otro discípulo
Aceptamos que sea Juan el de Zebedeo, el hermano de Santiago, el que acompaña a Pedro. Juan aparece más joven y desenvuelto que Pedro. Juan era conocido del personal del sumo sacerdote y facilitó a Pedro estar cerca del proceso contra JESÚS (Cf. Jn 18,16). Ahora Pedro y Juan corren camino del sepulcro: “salieron Pedro y el otro discípulo y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corría por delante más rápido que Pedro y llegó primero al sepulcro, se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (v.3-6) Sorprende que el evangelista dedique atención a detalles, que a primera vista son muy secundarios. El sepulcro vacío comenzó muy pronto a ser una prueba indirecta de la Resurrección del SEÑOR. Algo pasa en los lugares sagrados cuando la persona de Fe entra en contacto con ellos. El sepulcro vacío comenzó a no dejar indiferentes a sus visitantes, que de una u otra forma también corrían hacia este testimonio arqueológico. Pedro y Juan se encontraron con el sepulcro vacío a primeras horas de la mañana del primer día de la semana. No está mal aplicar a este pasaje la confirmación por parte de Pedro de los hechos fundamentales de nuestra Fe. Faltan unas horas para que la Resurrección del SEÑOR sea el hecho capital del cual Pedro figura como el testigo principal: Dice san Pablo: “yo he recibido una tradición que a mi vez os he transmitido, que JESÚS fue crucificado y sepultado, según las Escrituras; y resucitó, según las Escrituras; y se apareció a Pedro” (Cf. 1Cor 15,3-5). Se va a producir la aparición a María Magdalena, que vendrá a representar a todas las revelaciones que el SEÑOR va realizar a lo largo de los siglos para manifestar su infinito Amor Misericordioso, utilizando canales que no están en principio en un estricto entramado institucional. Pero la Iglesia necesita para su implantación una vertebración que se sustenta en los Doce con Pedro a la cabeza.
Las vendas en el suelo
“Juan vio las vendas en el suelo, pero no entró. Llega también Pedro, ve las vendas en el suelo y el sudario que cubrió su cabeza no junto a las vendas, sino plegado en un lugar a parte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro, vio y creyó” (v.5-8). Era Pedro el que tenía que ver en primer lugar alguno de los signos externos y visibles de la Resurrección. Hasta que Pedro no entrase y lo confirmara, el otro discípulo no se sentía con la autoridad suficiente para acreditar el signo de las vendas en el suelo. Algunos afirman que la traducción más correcta es la de lienzos y no vendas. Lo que habíamos conocido cuando llevaron el cuerpo de JESÚS al sepulcro es un gran lienzo con el que habían cubierto su cuerpo. Era costumbre utilizar un lienzo alrededor de la cabeza, que sujetase la mandíbula para que no se abriese; y éste es el lienzo doblado que no estaba con las vendas. El lienzo que cubrió el cuerpo de JESÚS puede ser el conocido como La Sábana Santa de Turín, que actualmente se encuentra en la catedral de esta ciudad italiana. El pañolón o sudario parece encontrarse en la catedral de Oviedo, en Asturias. Los estudios realizados en estos dos lienzos confirman con insistencia haber sido los lienzos que envolvieron el cuerpo de JESÚS después de su crucifixión. Existen estudios de alto nivel científico que avalan la autenticidad de estas dos piezas arqueológicas. No se dice nada sobre lo que hicieron los discípulos con aquellos lienzos, pero a la vista de los acontecimientos suponemos que los llevaron y guardaron como reliquias excepcionales que eran. El curso que siguieron tanto el lienzo más grande como el pañolón es desconocido, pero la presencia de distintos tipos de polen en la tela marca el itinerario seguido por la sábana principalmente, al ser expuesta en muchos lugares.
Primeros signos
El evangelio de san Juan muestra cómo el reconocimiento del RESUCITADO es gradual, aunque el proceso se describa en un breve intervalo de tiempo. Se aprecia ese modo de proceder en los distintos pasajes del evangelio cuando se relatan milagros o se exponen doctrinas. La samaritana va descubriendo quién es JESÚS de forma gradual: primero es un judío extraño que pide de beber a una mujer samaritana,; en la conversación parece que ese hombre es un profeta, y termina reconociendo a JESÚS como el MESÍAS esperado que iba a enseñar todas las cosas importantes (Cf. Jn 4,1ss). De modo similar sucede con el ciego de nacimiento (Cf. Jn 9); y también se despierta poco a poco la Fe en JESÚS como la RESURRECCIÓN misma, en el caso de su amigo Lázaro (Cf. Jn 11,1ss). Por encima de los lienzos y el sepulcro vacío están las Escrituras con las que se exige contrastar las propias impresiones y vivencias ”hasta entonces no habían entendido, que según la Escritura JESÚS debía resucitar de entre los muertos” (v.9). La iluminación para entender la Escritura a Pedro y Juan les llegó en su breve peregrinación al sepulcro vacío; y a los discípulos de Emaús les llegará la LUZ yendo de camino con ánimo sombrío y preocupado (cf. Lc 24,25-27). María Magdalena que avisó a los discípulos no tuvo ojos para ver las vendas o lienzos como signos del RESUCITADO, pero sentirá en su corazón de nuevo la llamada de JESÚS en su Nueva presencia (Cf. Jn 20,16-18).
San Pablo, carta a los Colosenses 3,1-4
Tanto san Pablo como el evangelio de san Juan concretan el Reino de DIOS en este mundo en una vida del discípulo en CRISTO. La unión con JESUCRISTO es la clave para todas las transformaciones necesarias en la vida del hombre. La primera transformación es la personal, pues uno mismo durante el tiempo de vida está en proceso de crecimiento moral y espiritual. La familia es el ámbito de convivencia más próximo que precisa también de una renovación espiritual en todos y cada uno de sus miembros. Hubo un tiempo en el que la sociedad luchó por mantener unos fundamentos de convivencia basados en un humanismo cristiano. La Iglesia no está disculpada de poner todo el empeño en una renovación permanente en CRISTO, al que tiene la grave obligación de hacer presente. La victoria real de la Resurrección de JESÚS constituye una fuerza renovada para imprimirla en la vida cristiana. Sin dejar a un lado los ejercicios ascéticos de la Cuaresma -limosna, oración y ayuno-, ahora disponemos la mirada hacia el enriquecimiento en nuevos dones y gracias, que el ESPÍRITU SANTO da a los cristianos para ser testigos del SEÑOR.
Hay que salir de la mundanidad
El mundo lo entendemos ahora como el conjunto de fuerzas que luchan por apartarnos de los objetivos y fines cristianos. Entendemos al conjunto de estas fuerzas actuando como la mundanidad declarada enemiga del hombre cristiano. Algunos versículos previos a la segunda lectura de hoy lo muestran: “Una vez que habéis muerto con CRISTO a los elementos del mundo, ¿por qué sujetaros, como si aún vivierais en el mundo a preceptos como, no tomes, no gustes, no toques?, todas ellas destinadas a perecer con el uso, y debidas a preceptos y doctrinas humanas. Tales cosas tienen una apariencia de sabiduría por su piedad afectada, sus mortificaciones y rigor con el cuerpo, pero sin valor alguno contra la insolencia de la carne” (Cf. Col 2,20-23). El discernimiento de las cosas espirituales por parte del Apóstol es de validez permanente. De muchas formas las mejores intenciones en el camino espiritual resultan erráticas. San Pablo llama la atención sobre las ascesis que podrían venir tanto de la gnosis como del Judaísmo. Cifrar en los alimentos la santidad personal -pureza ritual- o una mayor elevación en la iniciación del conocimiento espiritual, es un fraude que algunos promueven, o un autoengaño para aparecer ante los otros con una piedad afectada. En el mejor de los casos, toda esa lista de normas y prohibiciones no sirven para nada, pero en otros contribuyen al deterioro físico y espiritual de los que acompañan esa ascesis con una filosofía gnóstica. Para el gnosticismo JESÚS de Nazaret no es el SALVADOR; y la salvación la consigue el propio individuo que lleva la luz en sí mismo y la descubre por introspección. Esta falacia juega con la antigua trampa: “si comes del fruto de ese árbol, seréis como dioses” (Cf. Gen 3,5).
Resucitados con CRISTO
“Si estáis resucitados con CRISTO, buscad los bienes de allá arriba donde está CRISTO sentado a la diestra de DIOS” (v.1). Con alegría o en desolación; con ánimo o en medio del fracaso, en la felicidad o la desdicha, el cristiano puede buscar y acercarse a CRISTO sacando partido de las situaciones vividas. En todo momento la Palabra de la Escritura esclarece cuáles son las cosas de arriba, que deben ser buscadas con determinación. No se nos concede la vida para la inacción, la desidia o la tibieza, pues actuaríamos como aquel que enterró el talento entregado (Cf. Mt 25,14ss). San Pablo exhorta en estos versículos a buscar a CRISTO y las cosas que ÉL está dispuesto a dar para colaborar con la Salvación. En primer término hay que buscar a CRISTO, “que está a la diestra del PADRE, y se le ha entregado todo el Poder en el Cielo y en la tierra” (Cf. Mt 28,19). Al mismo tiempo que está a la diestra del PADRE, JESÚS permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20) Si buscamos a JESÚS nos encontraremos con ÉL de múltiples formas y participaremos de los bienes espirituales que ÉL ha dejado en su Iglesia.
La aspiración profunda
“Aspirad a las cosas de arriba no a las de la tierra” (v.2). Un buen número de personas en esta era de la sobreabundancia de información, no sabe lo que quiere. Entendemos que la aspiración es un deseo profundo que orienta todas las fuerzas en esa dirección. Cuando desaparece la verdad y la bondad, y se instala el relativismo surge el principio de utilidad, que mueve permanentemente al individuo en la dirección que indique la oportunidad o el capricho. Quien aspira por las cosas de arriba reveladas por CRISTO es que las ha descubierto y la vida en este mundo se desenvuelve con una dirección y sentido determinados. Todo es don y Gracia, en último término, pero DIOS quiere ver el sentido de nuestra actuación dentro de los límites personales. Debemos aspirar a una Vida Eterna, que puede iniciarse a la vuelta de la esquina; y la expresión vale también para el que haya cumplido los noventa años, pues ese tiempo es una insignificancia con respecto a la eternidad. Podemos aspirar por el conocimiento perfecto en el Cielo, las relaciones fraternas perfectas en el cielo o la belleza en todas sus formas imaginables, pues aún así no somos capaces de sondear la estética de las cosas de DIOS. Nuestro mundo sensorial es un pálido y lejano reflejo de la entidad que las cosas poseen en el Cielo abierto por JESUCRISTO en la Resurrección.
El Bautismo
“Habéis muerto, y vuestra vida está oculta con CRISTO en DIOS” (v.3).El Bautismo recibido no fue un rito vacío, insignificante y desprovisto de eficacia. Una realidad profunda se instaló en nuestros corazones cuando nuestros padres nos llevaron a bautizar a los pocos días de haber nacido. Como la semilla que crece, sin que el labrador sepa cómo, (Cf. Mc 4,26-27); así también el Bautismo desenvuelve su potencialidad en el niño, porque esa vida encerrada en el Sacramento es la misma Vida de CRISTO que está sentado a la diestra del Poder de DIOS. Satanás no puede hacer nada contra la inocencia de un niño, por eso en estos momentos Satanás quiere destrozar la inocencia de los niños como sea, y desgraciadamente cuenta con numerosos instrumentos que se prestan con toda diligencia. El Bautismo había realizado el milagro de unirnos a la muerte y Resurrección de JESÚS, por lo que nuestro pecado había quedado sepultado con el mismo CRISTO en su muerte. Así las cosas, la Vida en CRISTO podía desplegarse si el niño bautizado encontrase un ambiente familiar propicio. La familia cristiana es esa tierra buena en la que la semilla va creciendo, sin que el labrador sepa cómo se produce ese milagro, oculto para los ojos humanos, pero transparente para DIOS.
La gran revelación
“Cuando aparezca CRISTO, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con ÉL” (v.4). Entre el Bautismo y el momento de pasar a la otra vida vivimos un intervalo de tiempo en el que nos vamos preparando para ese encuentro personal y particular. La humanidad en su conjunto vive el intervalo de tiempo que se establece entre la muerte y Resurrección de JESÚS y el momento de su Segunda Venida, cuando se produzca el final de la historia, porque se habrá completado el número de los redimidos (Cf. Ap 6,11). Los dos momentos, el particular y el universal, son reveladores y transformadores, pues en ellos se nos manifestará CRISTO y nuestras existencias cambiarán hacia la plenitud pensada por DIOS para cada uno de nosotros.