Este es el profeta Jesús de Nazaret de Galilea

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo de Ramos

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Hoy hay que hacer fiesta. Jesús hace la entrada a Jerusalén, es un triunfo modesto; algunos abren los ojos, se mueven, le salen al encuentro, lo aclaman, lo reconocen como Mesías, le reservan una acogida calurosa, se dejan contagiar por el entusiasmo. Será un triunfo modesto, reducido, nadie se ha preocupado de calcular, menos de manipular, el número de los participantes, pero aunque limitado, se trata siempre de un triunfo. Una fiesta bajo el signo de la espontaneidad, de la simplicidad. Una manifestación sustraída al artificio y a la oficialidad.

No digo que Cristo haya quedado satisfecho pero es probable que haya quedado contento porque aquellos manifestantes no se echaron para atrás a pesar de saber que las autoridades querían deshacerse de Él. Contento porque hubo quien se interesó por su suerte. Jesús que tantas veces rechazó las ovaciones aquel día las permite, los numerosos peregrinos que vienes desde el norte a celebrar la pascua en la capital, comienzan a aclamarlo, algunos conocían a Jesús desde meses atrás, los demás preguntaron asombrados: “¿Quién es este?” sus paisano de Nazaret se ufanaban respondiendo: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea” cuya fama había crecido de forma notable por la reciente curación del ciego de nacimiento, por la resurrección de Lázaro después de 4 días de muerto.

Mientras Jesús entra en Jerusalén por otra de las puertas de la ciudad o quizá por esa misma, en días previos, había entrado Poncio Pilato, gobernador romano, el contraste y contraposición no podía ser más elocuente, mientras Jesús muestra que el Reinado de Dios se va haciendo presente trayendo salvación; Pilado recuerda al pueblo, al entrar con su grupo no pequeño de soldados romanos, que están bajo el dominio del emperador. Uno entra de manera pacífica en un borrico, el otro de manera agresiva, en caballos. Ambas procesiones reflejan valores y comportamientos a seguir. Con razón Mateo en su relato de la pasión, enfatiza la voluntad de Jesús de entregar la vida dando a entender no solo que hay que evitar cualquier tipo de adueñamiento de los demás como lo hacía el emperador y sus secuaces, sino que se debe evitar todo tipo de violencia, por eso a su discípulo que lo defendía, le dijo: “vuelve la espada a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá”. Así mismo San Mateo enfatiza más que los otros Evangelios, el silencio de Jesús. Jesús en su pasión habla poco, incluso calla, quizá para dar a entender que hay silencios que dicen más que mil palabras, y que en los momentos de mayor persecución, no son las palabras las que cuentan, es el testimonio lo que vale. Así lo había pedido Jesús a los discípulos y ahora cumple con creses, pues defenderse, no es lo mejor, cuando lo urgente y primordial es testimoniar.

Lo que celebramos en esta Semana Santa y comenzamos hoy domingo de Ramos, es precisamente el testimonio definitivo del amor más grande. Jesús no hace una entrada triunfal encumbrado sobre el poder, sino montando el asno con la cría de la humildad. Rey humilde y pacífico que ha cambiado las armas de la guerra por un corazón armado de paz, de amor y de misericordia; ese es nuestro Jesús, es nuestro Rey, el humilde por excelencia, el que no llega por el poder, pues jamás lo quiso, el que no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida por todos.

Por eso hermanos, esta semana, es propicia para configurar nuestra vida con Aquel que la entrega por todos. Porque, no cabe la menor duda que la muerte de Jesús en la cruz no fue un asesinato, sino más bien una oblación, una entrega libre y consiente que Jesús quiso realizar. La cruz no es una novedad para Cristo en el momento de enfrentarla; Él ya lo había intuido con anticipación. Recordemos que tres veces había prevenido a sus discípulos de ello. Pero ¿Por qué no la evitó?, ¿Por qué no la esquivó como lo había hecho ante otras situaciones de amenaza?

Jesús muere en la cruz como signo, testimonio perfecto de que todo lo que Él había enseñado con sus palabras y obras, era la verdad y no había otra verdad por la que valiera la pena vivir. Si el mundo quería rechazarla, Él no cabía en este mundo, pues Él era esa Verdad y esa Vida rechazada.

En este sentido, hermanos, podemos afirmar que los signos que llevaron a la cruz a Jesús, siguen presentes hoy, en nuestro mundo. ¿Cuantas veces nuestras realidades cotidianas son un claro rechazo de las verdades del Evangelio? La injusticia, la corrupción, la mentira, la discriminación, las desigualdades humillantes, los excesivos gastos de algunos ante la miseria de otros, los ritos justificadores de injusticias, (como por ejemplo: voy a Misa pero no me importa mi prójimo) las envidias, el egoísmo, la insensibilidad ante el sufrimiento del otro, ante la violencia, etc. No tengo la menor duda de que le Evangelio sigue siendo rechazado, y Cristo crucificado, pero, ¿Qué nos toca a nosotros como cristiano? ¿Resignarnos y formar parte de estas estructuras? Eso no fue lo que hizo Jesús, Él nos enseña a no perder la esperanza y a ser coherentes con nuestra fe y vivir según las verdades que en ella encontramos. Eso significa muchas veces, ser crucificado con Cristo, pero no podemos dar otra respuesta, no podemos cambiar de Dios, para que el mundo no nos rechace.

Esta semana, no se trata de guardar un sentimiento de luto porque Cristo ha muerto, pues ya ha Resucitado, sin embargo, nos serviría mucho guardar un silencio reflexivo que nos ayude a descubrir, cuales son las actitudes con las cuales yo rechazo la Palabra y obra de Jesucristo. Por eso, lo reitero, hagamos de esta semana, una semana propicia para configurar nuestra vida con aquel que la entrega por ti, por mí, por todos.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan