Desterrar la legalización del asesinato prenatal o no habrá destino para la Humanidad

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* Celebrar y conmemorar el Día del Niño por Nacer en medio de un “mundo” que ha legalizado su genocidio, significa librar el buen combate en defensa de los seres humanos más inocentes e indefensos de todos, que año tras año son desaparecidos de la faz de la tierra sin ningún tipo de piedad ni conmiseración.

* Parafraseando al gran filósofo Aristóteles, podemos decir que vivir la vida en forma virtuosa es lo que dignifica, pero vivir para defender a los más vulnerables y desprotegidos, es lo que asemeja a los seres humanos con el Poder divino.

El 25 de mayo se celebraen la ciudad de Buenos Aires y en numerosas ciudades de Argentina una nueva jornada en defensa de la vida humana naciente, asociada al día en el que la cristiandad conmemora la encarnación del Hijo de Dios en el seno de una humilde mujer de Israel: Dios que se hace hombre, se hace carne, para redimir al género humano del poder y garras de la muerte, en el ejemplo más cabal del Amor de Dios por el hombre que desde el principio ha creado -y crea- a su imagen y semejanza.

Esta celebración fue oficializada por el gobierno argentino en el año 1998, mediante el decreto-ley 1406/98 que declaró el 25 de marzo como “Día del Niño por Nacer”, considerando que en su etapa prenatal el niño es un ser de extrema fragilidad e indefensión, que sólo cuenta con la protección natural que le brinda la madre; que la vida, el mayor de los dones, tiene un valor inviolable y una dignidad irrepetible; que el derecho a la vida no es una cuestión de ideología, ni de religión, sino una emanación de la naturaleza humana; y que la vida comienza desde el momento que se produce la concepción.

El objetivo de la institucionalización de jornada ha sido -y sigue siendo- el de reflexionar sobre el importante papel que representa la mujer embarazada en el destino de la humanidad y el valor de la vida humana que porta en su seno. Objetivo que sigue teniendo suprema vigencia, especialmente porque hace poco más de 2 años la Argentina forma parte del conjunto de países que ha legalizado la pena de muerte prenatal, una legalización aberrante, teniendo en cuenta que se aplica a las personas más inocentes e indefensas de todas. Un paso “jurídico” más propio de la era troglodita que de la era supuestamente civilizada en la que estaríamos “viviendo”.

Para las antiguas culturas y civilizaciones de la Historia, la vida humana era creación divina, y los hijos la bendición por excelencia de los dioses a la raza humana. Esta antiquísima tradición es la que recoge la cultura judeo-cristiana reflejada en las Sagradas Escritura: “La herencia de Yahveh son los hijos, recompensa el fruto de las entrañas; como flechas en la mano del héroe, así los hijos de la juventud” (Salmo 127, 3-4)”.

Para el gran filósofo griego Aristóteles, el individuo vence a la muerte a través de la procreación, ya que los hijos constituyen para el ser humano su victoria sobre el poder de la muerte, pues si ésta lo vence como individuo, como especie el ser humano vence a la muerte a través de su descendencia.

Existencialmente, los hijos son los que nos permiten -a través de la maternidad y de la paternidad- crecer y madurar en la vida, ya que nos obligan en los primeros años de sus vidas a un ejercicio constante, continuo y permanente de vivir para ellos, ayudándolos a crecer y a desarrollarse en sus primeros pasos en el mundo.

Maternidad y paternidad es un ejercicio de abnegación, de negación de nosotros mismos para atender a la criatura que la Providencia ha puesto en nuestras manos. La paternidad hace crecer y madurar, porque nos hace salir de nosotros mismos y pensar en el otro -los hijos- y estar a su servicio, sin esperar nada a cambio. Es una experiencia permanente de darse y darse, sin esperar ni exigir nada a cambio: el bienestar y la felicidad del hijo es nuestro propio bienestar y nuestra propia felicidad.


Es a través del ejercicio de la paternidad y de la maternidad que aprendemos vitalmente a ser generosos y desinteresados, lo cual nos hace vivir para los demás y nos permite establecer lazos comunitarios auténticos, serviciales y generosos, haciendo del trabajo social y del compromiso político una escuela de amor, no una aventura de mercenarios para enriquecimiento personal.

Esa formación en el amor que se ejercita en la paternidad es lo que hace posible que sea la familia la piedra fundamental y la unidad básica de toda edificación y conformación de una comunidad humana y, en última instancia, de la Nación y de la Patria. Sin familia, no es posible edificar una sociedad ni tampoco la Patria.

Pero desde hace 6 décadas comenzó a planificarse e implementarse en el mundo un plan de exterminio sistemático de los niños por nacer, con la excusa delirante que “el crecimiento poblacional no planificado ponía en peligro la paz mundial”, lo que “obligaba” a esos delirantes a llevar adelante el control de la natalidad a nivel global. Para justificar este plan, inventaron un derecho siniestro que no existe -el derecho al aborto, es decir, a matar al hijo por nacer-, justificándose en un demencial principio ético que sostiene que “sólo deben ser traídos al mundo los hijos deseados”. De este modo, Dios deja de ser el autor y dador de la vida para bendición de los padres, para ser reemplazado por el diabólico deseo de decidir uno mismo quien tiene derecho a vivir y quien no.

Este plan de genocidio prenatal comenzó a implementarse en la década de 1970, y ha llegado actualmente al asesinato anual de 72 millones de niños por nacer, según datos de las Naciones Unidas y de organismos internacionales de planificación familiar. Significa que, en promedio, en el mundo son asesinados-abortados por mes 6 millones de niños, lo que equivale a 200.000 niños por día y 8.300 por hora, es decir, anualmente en el mundo son asesinados cada minuto en el vientre materno 139 niños.

En Argentina, en los dos años de vigencia de la fatídica ley que legalizó el aborto, han sido asesinados “legalmente” 73.487 niños en el año 2021 y 79.936 en el año 2022, lo cual significa un promedio de 6.400 niños por mes, equivalente a 213 niños por día, es decir, 9 niños por hora, o sea, 1 cada 7 minutos.

Un auténtico e innegable genocidio, a nivel planetario y a nivel nacional, aunque no lo veamos.

Estos datos escalofriantes demuestran que no estamos viviendo un mundo organizado sustentado en valores, sino que estamos parados en un inmenso océano de sangre que no vemos -la sangre de los asesinados antes de nacer- que corroe y envenena toda la vida social y política, en el mundo y en nuestra querida Patria.


Para Platón, la justicia es el valor sobre el cual se edifica e institucionaliza la vida social y política. A la inversa, en este mundo infernal que hoy vivimos, el genocidio prenatal es la base de la violencia social que impera y de la degradación y disgregación nacional que nos está sofocando.

Para edificar una auténtica comunidad nacional, es imperativo desterrar la legalización del asesinato prenatal, de lo contrario no hay destino para la Humanidad, ni personal ni colectivo. En este día tan especial, los argentinos de bien nos comprometemos una vez más a defender la vida humana naciente contra la política diabólica de asesinarlos sin motivo alguno, simplemente porque no se desea su existencia.

Por JOSÉ ARTURO QUARRACINO.

LUNES 27 DE MARZO DE 2023.

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