Estamos ya en la última recta de este periodo cuaresmal en el que nos hemos estado preparando para la celebración de la Pascua. En este V domingo de cuaresma se concluye un tríptico de textos bautismales que destacan cada uno un aspecto de la identidad de Jesús. Jesús fue presentado como el AGUA VIVA en la historia de la samaritana, LA LUZ DEL MUNDO, con el ciego de nacimiento y ahora como LA VIDA en el pasaje de Lázaro. «Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Jesús es la VIDA y la fuente de la VIDA.
En este domingo leeremos el relato de la «resurrección» de Lázaro (Jn 11, 1-45). Lo que comúnmente se llama «resurrección» de Lázaro, no fue resurrección, sino más bien una reanimación o reviviscencia de un cuerpo muerto. Lázaro volvió a morir más adelante. La Resurrección es un hecho inédito que ha sucedido sólo con Jesús. La resurrección es el triunfo definitivo sobre la muerte. Cuando se resucita no se muere jamás. Eso es lo que promete Jesús a sus discípulos.
San Pablo señala que por medio de la resurrección se abandona el cuerpo físico y mortal y se adquiere un cuerpo glorioso. Con el relato evangélico se nos anuncia la resurrección. Esto es posible si nos mantenemos unidos a Jesús. La resurrección de Lázaro apunta a nuestra futura resurrección gloriosa. Si creemos en Jesús, él mismo nos resucitará como lo hace con Lázaro. Jesús es la vida y la fuente de la vida. Si vivimos en comunión con él viviremos en comunión con la vida y la fuente de la vida.
Además de la resurrección final, el evangelio de San Juan nos revela que ya desde esta vida, existe la posibilidad de experimentar la resurrección y la vida eterna. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» De hecho por el bautismo hemos pasado de la muerte a la vida, hemos vivido en carne propia nuestra resurrección. La resurrección de Cristo en nosostros nos hace estar en la luz y vencer las tinieblas. Nos ayuda a permanecer en la gracia y vencer el pecado.
Lázaro en el sepulcro es símbolo del hombre atrapado por los signos de la muerte: violencia, guerra, odio, rencor, vicios, desenfrenos, corrupción, ambición, aborto, desesperación. Todos estamos heridos por el pecado y muchas veces nuestro egoismo nos impulsa a vivir en las sombras. ¿Quién nos sacará de ese sepulcro? ¿quién nos hará superar la violencia y las trampas de la muerte? El evangelio de este domingo nos da la respuesta, el que nos puede sacar del sepulcro y de las redes de la muerte es CRISTO, porque él es “la resurrección y la vida”.
Aunque el pecado muchas veces nos venza, debemos decir como la hermana de Lázaro, Sí Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Creer en la resurrección es creer en la vida, es cuidar la vida que Dios nos ha dado y defender la vida siempre y en todo momento. Creer en la resurrección es defender la vida de todos, porque toda vida tiene una dignidad.
Hablamos de la vida en todas sus etapas. Es la vida de los bebes que tienen el derecho a nacer, y la vida de los moribundos que tienen derecho a morir dignamente; la vida de los jóvenes que tienen derecho a soñar y la de los adultos mayores que están abandonados y necesitan afecto y cariño. Creer en la resurrección es trabajar además por un mundo más justo para todos, un mundo lleno de concordia y de paz, un mundo sin violencia y lleno de vida digna para todos.