Hace ocho días escuchábamos la curación de un ciego de nacimiento, un signo milagroso, sin duda alguna, pero este domingo podemos decir que hemos escuchado el signo más grande realizado por Jesús que es «el devolver la vida a un muerto». El beneficiario es Lázaro, hermano de Martha y María, es amigo de Jesús y vive en Betania.
El Evangelio nos narra que Jesús supo de la enfermedad de su amigo, pero se tardó dos días más para emprender el camino e ir a visitarlo. Este relato es sorprendente, por un lado, nos muestra la humanidad de Jesús, lo vemos frágil, conmovido hasta las lágrimas, por otro lado, nos invita a creer en su poder salvador. Cuando Jesús llega la familia está destrozada de dolor; María está en llanto inconsolable, Martha sale al encuentro de Jesús y le dirige un reproche:
“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”; este reproche también se lo dice María cuando la encuentra. Sin duda, Jesús tuvo que ser el centro de plática de aquellas hermanas que experimentaban la impotencia ante la enfermedad y la muerte de su hermano. Quizá se decían: «Si Jesús estuviera aquí la situación sería distinta», pedían su compañía. Ante aquella situación de dolor y sufrimiento, Jesús llora por su amigo muerto, se conmueve ante el sufrimiento de sus amigas. Ve el dolor que causa la muerte, ya que lleva a una incomprensión e impotencia.
Pero Jesús, ve el dolor de Martha y en medio de esta situación la invita a creer y le dice: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá… ¿crees tú esto?” Y en medio del dolor, por la pérdida de su hermano, la respuesta de Martha fue clara y firme: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Después de que Martha expresa la fe en Jesús, viene la prueba. Qué incomprensibles debieron sonar aquellas palabras de Jesús: “Quiten la losa”;
Martha no es ajena al proceso biológico que llevan los cuerpos y sabe que el cuerpo de su hermano ya tiene el tiempo suficiente para que el proceso de descompuesto esté avanzado, de allí que exprese: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Martha le pide a Jesús que sea realista, que comprenda las leyes de la naturaleza. Pero Jesús, sin negar las leyes naturales, da un paso más hacia la “fe” y le dice: “Si crees, verás la gloria de Dios”. Jesús con voz potente grita: “Lázaro, sal de ahí”. Y se dio el milagro: Lázaro salió de la tumba, con las huellas de la muerte representadas en sus lienzos, pero vivo.
Hermanos, Jesús nos deja claro que «nuestros muertos están vivos»; esa es la fe que debemos manifestar como cristianos. No debemos temer la muerte biológica que nos separa de los seres queridos, y que ellos gozan y nosotros gozaremos con ellos de la vida en Dios. La muerte no debe paralizarnos, no debemos olvidar que detrás de ‘esa losa’ existe la vida plena en Dios. Nuestro caminar por este mundo es limitado, vamos hacia el encuentro pleno con Dios.
Cuando perdamos un ser querido, recordemos que existe vida después de la muerte biológica; también recordemos que nosotros no somos eternos en este mundo, por tanto, debemos aprovechar el tiempo que Dios nos conceda estar aquí, vivir desde aquí en la presencia de Dios, valorando a nuestros seres queridos.
Hermanos, Jesús nos sigue gritando: “Fulano… sal de ahí”. Jesús desea que salgamos de esas tumbas en las que vivimos, en las que nos hemos encerrado; desea que salgamos de esa oscuridad en la que nos hemos sumergido por el egoísmo, el pecado, la soberbia, la mediocridad.
Pareciera que existen muchos que viven por vivir, se han acoplado a la oscuridad, se han reclutado en su oscuridad y siguen desoyendo la voz de Jesús. Es importante hacernos esta pregunta: ¿Qué losa nos impide escuchar la voz de Jesús?
No vivamos sólo pensando en la resurrección del último día. Jesús desea que tengamos vida, que salgamos de nuestras tumbas prefabricadas por nuestros egoísmos; que nos quitemos los vendajes que nos impiden caminar hacia el más necesitado.
Hermanos, el próximo domingo es ya “Domingo de Ramos”, iniciaremos la semana mayor, la Semana Santa. Es de gran importancia, que miremos a la cuaresma que está por terminar y descubramos: ¿En qué tumba estamos sumergidos? Tumba lo digo, ¿qué vicio, qué pecado, qué situación familiar me impide salir de esa tumba? Jesús nos sigue diciendo: ‘Sal de ahí, sal fuera’, ‘Lázaro sal de ti mismo, sal de tu muerte porque te espera la vida’. ¿Acaso no es este el grito diario de Dios en nuestras vidas? ‘Sal fuera, no te encierres sobre ti mismo, sal fuera, sal de todo lo que hay de muerte en tu vida, sal de tu egoísmo, sal de tu individualismo, sal de tu orgullo, sal de tu pereza e indiferencia, sal de tu insensibilidad al dolor de los demás, sal de la vulgaridad de tu vida a la elegancia de la santidad’.
La muerte puede ser el fracaso humano, pero la muerte es el triunfo de Dios. Si Dios manifestó su gloria resucitando a Jesús, ahora la manifiesta resucitándonos a nosotros. Los fracasos humanos terminan siendo los triunfos divinos, ahí está el fracaso de Jesús en la cruz, pero allí está luego el triunfo de Dios en la Resurrección. Dios manifiesta su poder venciendo a la muerte, venciendo nuestra muerte. ¡Vivamos pues con Dios!.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!