* El Juicio del Vaticano genera muchas dudas.
Quizás el momento clave del testimonio del arzobispo Edgar Pena Parra, sustituto de la Secretaría de Estado vaticana, sea el relato de su citación por el Papa el 22 de diciembre de 2018, en Santa Marta. “Pensé que tenía que hablar sobre el gobierno de la Iglesia, pero cuando entro a Santa Marta me encuentro al Papa con el abogado Emanuele Intendente y Giuseppe Milanese”.
Más que la foto del Papa con Gianluigi Torzi del 26 de diciembre siguiente, esta historia muestra cómo el Papa Francisco no solo estaba informado, sino que también estaba involucrado en la negociación para recuperar el control total de la propiedad de lujo en Londres en cuyas acciones la Secretaría de Estado Estado había invertido.
Queda entonces suspendida la pregunta: si todo el mundo estaba informado hasta los más altos niveles, ¿por qué entonces se celebra un juicio en el Vaticano? ¿Cuáles son los cargos reales?
El proceso
El juicio sobre la gestión de los fondos de la Secretaría de Estado, que llegó a las audiencias 51 y 52 los días 16 y 17 de marzo, es un juicio que engloba tres líneas de investigación. Dos son menores, y se refieren principalmente al cardenal Angelo Becciu, ex suplente de la Secretaría de Estado vaticana. Esta es la historia de la contratación de la autodenominada experta en inteligencia Cecilia Marogna, llamada como consultora en las negociaciones para la liberación de unos religiosos y quien presuntamente usó el dinero de la Secretaría de Estado para gastos personales; y del llamado asunto Cerdeña, o la supuesta malversación ejercida por Becciu al destinar 100 mil euros de los fondos disponibles en la Secretaría de Estado para obras de caridad a la cooperativa SPES, el brazo operativo de Cáritas de Ozieri, dirigida por su hermano.
El Cardenal Becciu
El mismo Becciu, al comienzo de la audiencia del 17 de marzo, quiso hacer dos declaraciones espontáneas, para aclarar la correspondencia entre él y el Papa que fue revelada en audiencias anteriores.
En la correspondencia, había dos cartas del Papa Francisco, en términos legales y no personales, y una del Cardenal Becciu, que siguió a una llamada telefónica con el Papa y en la que se le proporcionó al Papa dos declaraciones para firmar, certificando que todos las iniciativas del cardenal –tanto sobre el asunto de Londres como para la liberación de Sor Cecilia Narváez en Mali a través de Cecilia Marogna–, habían sido aprobadas por el Papa.
Entre otras cosas, la cuestión de Marogna también fue abordada por el arzobispo Pena Parra, quien aprobó los últimos pagos después hablado de ellos con el Papa, que los confirmó.
El cardenal Becciu afirmó que no es un manipulador, que nunca ha manipulado al Papa, que no quiso dar las cartas porque contenían «indicaciones sensibles», «Yo no soy un manipulador, nunca he manipulado a nadie, y menos al Santo Padre», aclaró el cardenal, subrayando que este intercambio de cartas estaba destinado a permanecer en privado ya que contenía «indicios sensibles» sobre la llamada «operación humanitaria», es decir, la liberación de una monja colombiana secuestrada en Malí. Un asunto por el que el Papa había relevado a Becciu del secreto papal.
Por tanto, el cardenal había considerado oportuno, «por sensibilidad institucional y para la protección de la Santa Sede», no difundir estas cartas.
Becciu también se quejó de que la Promotora de Justicia del Vaticano había difundido parcialmente la correspondencia con el Papa, porque faltaba la carta del cardenal al Papa fechada el 20 de julio, que siguió a una llamada telefónica el día anterior en la que el Pontífice supuestamente le pedía a su ex colaboradora directa que pusiera textos por escrito para ser presentados a él y posiblemente firmados.
“Tal como me lo pediste, te envío las dos declaraciones para que las firmes lo antes posible porque tendré que archivarlas en el Juzgado”, se lee en el escrito reproducido por Becciu, quien asegura que no actuó por iniciativa propia sino a petición del Papa.
El Alojamiento en el Palacio de Londres La mayor tendencia, sin embargo, se refiere a la inversión de la Secretaría de Estado en una propiedad de lujo en Sloane Avenue, en Londres, una inversión en las acciones del antiguo almacén de Harrods que, renovado y vuelto a alquilar gracias a los permisos, debería haber generado ganancias.
La propuesta de negociación provino del corredor Raffaele Mincione, quien fue el primero en administrar las acciones. Luego, la Secretaría de Estado, en 2018, decidió cambiar de gestión y encomendar todo a otro corredor, Gianluigi Torzi. Este último conserva para sí mil acciones, las únicas de las 31.000 acciones de la Secretaría de Estado con derecho a voto.
Es el momento en el que uno toma conciencia de que la Secretaría de Estado ha invertido en una «caja vacía» que toma posesión como suplente el arzobispo Peña Parra y trata de entender cómo manejar la situación.
Su testimonio del 16 de marzo cuenta con detalle esos momentos emocionantes.
Peña Parra encuentra un contrato vigente que no incluye, firmado sin autorización superior por monseñor Alberto Perlasca, entonces en su décimo año consecutivo al frente de la administración de la Secretaría de Estado.
Perlasca le había empujado a cerrar el acuerdo de cesión de gestión por temor a «la pérdida total de la inversión».
El subsecretaro pide tranquilidad al abogado Nicola Squillace, quien cree que es el abogado de la Secretaría de Estado, y le dice que todo se resolvió, que no hay problemas. Solo más tarde entenderá que el abogado también trabaja para Torzi, y se negará a pagar los honorarios de 300.000 euros que exige por sus servicios («Él hubiera sido el que nos pagara», dice durante su testimonio).
Incluso el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Parolin, aseguró la bondad de la operación de inversión, tanto que un renuente Peña Parra dio el visto bueno, considerando las observaciones del auditor general Alessandro Cassinis Righini, quien también señaló algunos puntos críticos. , como superado.
Todo se mantiene hasta diciembre. Y es en diciembre que Peña Parra se da cuenta de que no, el tema no está resuelto, que la Secretaría de Estado se encuentra con una serie de cajas vacías y que no tiene el control del edificio.
En ese momento, dice, involucra a todas las personas que pueden ayudarlo a salir de la situación: el bufete de abogados Mishcon de Reya, que también vela por los intereses de la Casa Real británica, pero también un pequeño grupo de trabajo en la Secretaría. de Estado, y también la Autoridad de Inteligencia Financiera para entender si y cómo se pueden realizar las transacciones.
Perlasca podía denunciar la estafa, pero se rechaza la hipótesis: hay riesgo de un juicio largo, Torzi tiene contratos entre manos, y el riesgo es perderlo todo, además de mucho dinero. Las garantías de que las mil acciones entregadas a Torzi son solo para la gestión parecen poco realistas de inmediato.
Entonces, Pena Parra llama a Fabrizio Tirabassi y le pide aclaraciones al arquitecto Luciano Capaldo, quien, entre otras cosas, había colaborado con Torzi. Y es Capaldo -entre otras cosas un antiguo colaborador de Torzi- quien le abre los ojos a la historia.
La negociación con Torzi
Un mes después de lo que Peña Parra consideró la solución a un problema, nos encontramos ante la necesidad de tomar una difícil decisión. En esa conversación con Milanese y el Intendente, el Papa propondrá pasar página y empezar de nuevo, tratando de perder la menor cantidad de dinero posible. La única solución: detectar no las partes del edificio, sino todo el edificio.
Comienza la negociación con Torzi: la Secretaría de Estado cuantifica la posible indemnización entre 1 y 3 millones, Torzi dice que hay que calcular tanto cuánto ha invertido como el lucro cesante, teniendo en cuenta que el coste de su gestión ronda los 4 millones (La de Mincione antes rondaba los 4,5 millones).
Y así, Torzi llega a pedir hasta 25 millones de euros, cifra que bajará hasta los 20 millones. Cerrará a las 15, por lo que la fiscalía considera «extorsión». “Nos obligaron a pagar”, dice Peña Parra.
n el interrogatorio, Peña Parra califica lo vivido como un «Vía Crucis», confirma que el Papa también había valorado el cierre de la operación, define de leal y correcto el comportamiento de Tirabassi y positivo el de la Autoridad de Inteligencia Financiera, que entre los demás continuaría monitoreando las transacciones.
Se sospecha que los allanamientos a la Secretaría de Estado y a la Autoridad el 31 de octubre de 2019 frenaron un proceso de investigación, que entre otras cosas involucró a otras cinco unidades de inteligencia financiera internacional.
La cuestión del IOR
Y luego está la cuestión del IOR, el Instituto de Obras de Religión.
Hay una hipoteca sobre el inmueble, estipulada con Cheyne Capital, que cuesta a la Secretaría de Estado 1 millón de euros al mes. Peña Parra decide renegociar, y hacerse cargo del préstamo, luego de que la AIF (órgano de control del IOR) lo aprueba, le pide al IOR un adelanto económico para liquidar el préstamo y comenzar otro.
“Era la posibilidad de solucionar el problema en casa”, dice Peña Parra. Es febrero de 2019. El IOR no responde de inmediato, el gerente general Mammì continúa comunicándose con Peña Parra, aún hay disposición para desembolsar el préstamo. El 24 de mayo, una carta del presidente del Consejo de Superintendencia del IOR de Franssu da el ok definitivo. El 27 de mayo, increíblemente, el IOR decidió no seguir adelante con la anticipación.
Peña Parra toma lápiz y papel, subraya que la Autoridad ha dado el ok, pide desembolsar 250 millones para el 1 de junio. Se encuentra con Mammì el 29 de junio, y luego tiene una segunda reunión en la Secretaría de Estado, convocada por el cardenal Parolin, el 25 de julio, con la presencia de los líderes del IOR, los líderes de la AIF, Pena Parra dice que aún no había tomado conciencia de la no a la financiación. Claramente, Parolin quería intentar resolver una puerta abierta.
El 4 de julio, Mammì ya había hecho su informe a la Auditoría General, pero tiene cuidado de no decirlo. “Me enteré mucho después”, explica Peña Parra. Quien ha acalorado los tonos -de Franssu, en su testimonio, no dejó de mostrar su fastidio- pero sobre todo “porque el IOR siempre me había dado disposición a anticiparme. Si me hubiera dicho inmediatamente en febrero que no podía, habría procedido con otra solución en dos meses, como hice después. No tengo ningún problema con el IOR, pero también tuve la angustia de relevar a la Santa Sede de pagar un millón de euros de intereses mensuales».
El contrainterrogatorio del IOR el 17 de marzo sacó a la luz otros detalles.
Tras el no al préstamo, Peña Parra busca otros bancos, y dos prestamistas de alto nivel dieron su disponibilidad, uno inmediato y otro dentro de unos meses.
De todos modos, queríamos privilegiar una solución interna -la razón de acudir al IOR para un préstamo es también porque el IOR ganaría intereses, en una operación en beneficio de todos- y se decidió contactar a la APSA que abrió una línea de crédito, que permitió pasar de un gasto de un millón al mes a 800.000 euros al año.
Fue entonces cuando la APSA saldó la hipoteca del edificio, cuando le transfirieron todos los fondos. Sin embargo, debido a los diversos aplazamientos, de mayo de 2019 a septiembre de 2020 la Santa Sede «perdió» 24 millones: 18 salarios de meses, más varios gastos de gestión de alrededor de 4 millones. Hasta la venta del edificio, que tuvo lugar en julio de 2022, se había contratado, por tanto, una nueva hipoteca, pero mucho menos cara.
La cuestión de los servicios
Toda esta información ya está contenida en un memorándum detallado entregado por Peña Parra, una nota «para uso interno», explica, que no necesariamente entra en todos los detalles porque no está concebida como un memorándum defensivo, sino que también explica en unas veinte páginas la situación que encontró en la Secretaría de Estado, su sorpresa por no haber recibido ninguna nota de su antecesor sobre las operaciones en curso («en la nunciatura siempre las hacemos»), la existencia de un método que conducía a la firma de los superiores ante una urgencia real o supuesta, de la que él mismo habría sido víctima, así como de un cierto clientelismo que llevaba a mantener siempre a los mismos proveedores, aun cuando éstos no tuvieran condiciones ventajosas.
El testimonio también toca el presunto encubrimiento que Peña Parra habría pedido hacer contra Torzi a través del exfuncionario del Sisde Giovanni Ferruccio Oriente, tema sobre el que Peña Parra se mantiene vago, pero del que hablaron tanto Carlino como Capaldo en el testimonio.
En el contrainterrogatorio, Peña Parra explicó que, «muy sorprendido por la actitud del IOR», su mayor preocupación era que pudiera haber «contactos» entre el Instituto y Gianluigi Torzi, el intermediario (acusado) que mantenía el control total de la Edificio Londres a través de mil acciones con derecho a voto.
“Me informaron que Torzi había dicho en una reunión en Londres que salió por la puerta pero volvió a entrar por la ventana. Tenía la duda de que esta actitud anómala se debía a alguna unión con el grupo que se nos oponía. Por eso le pedí al señor Oriente y al comandante de Gendarmería (entonces Giandomenico Giani, ed) que hicieran un informe. No me interesa la vida del director, pero era mi deber como diputado ver si el IOR estaba involucrado de alguna manera en este asunto. Lo hice y, si fuera el caso, lo volvería a hacer. Me parecía un deber».
La relación con Torzi
Una inquietud y una desconfianza que surgen también de un hecho: cuando Peña Parra se da cuenta en diciembre de que Torzi ha puesto en un callejón sin salida a la Secretaría de Estado, lo convoca y Torzi en respuesta elimina a Tirabassi del directorio de GUTT, su empresa con la que administra la propiedad de Londres, dejando así a Peña Parra sin ninguna referencia.
Cuando Milanese, el amigo del Papa que a instancias del mismo Papa había entrado en negociaciones, decide por motivos personales no involucrarse más, Peña Parra recurre a un abogado internacional, Dal Fabro.
Él también decidirá no participar.
En definitiva, nos encontramos ante un Torzi empeñado en hacer cumplir el contrato (nunca firmado según su abogado) que establece que recibe el 3 por ciento del valor de la propiedad, y una situación confusa en la que nadie confía más que ninguno, incluso con la duda de que las ofertas sobre el inmueble sean artificiales para aumentar el valor de la transacción a favor del Mincione.
El propio Parolín le mostrará a Peña Parra dos ofertas por el inmueble, las cuales Peña Parra no le creerá porque están «fuera del valor de mercado» que ya se conocía.
La Secretaría de Estado, que interpuso una acción civil, pretende recuperar el dinero que le habrían sustraído, denuncia que en ningún contrato se especificaba que el control de la propiedad estaba en las mil acciones entregadas a GUTT, subraya que el Mincione nunca lo había hecho antes de saber que el inmueble estaba sujeto a hipoteca.
Pero si estos son detalles técnicos, queda la duda: si el Papa estaba al corriente de todo, y aprobó la negociación, ¿cómo se puede probar la supuesta extorsión de Torzi o la mala fe de Mincione?
Si Tirabassi y la AIF actuaron bien, como dijo Peña Parra, ¿por qué están entre los acusados?
¿Y por qué, en cambio, Monseñor Alberto Perlasca no terminó entre los acusados, cuyo testimonio fue, entre otras cosas, menos creíble por las declaraciones de Genevieve Ciferri y Francesca Immacolata Chaouqui, quienes habían tenido, de diferentes maneras, una ascendencia sobre él?
Estas son las preguntas que quedan abiertas y que, con suerte, serán respondidas.
Por Andrea Gagliarducci.
Ciudad del Vaticano.