Las lecturas de este domingo resaltan el signo del agua, como un elemento vital tanto para la vida física como espiritual. Veamos.
EL ENCUENTRO CON JESÚS
Jesús busca a la Samaritana en el lugar donde ella hace parte de su vida: el pozo de Jacob. Allí la espera pacientemente, mientras ella se acerca sin miedo ni recelo. El primer encuentro se da en el corazón de Jesús, él la ama inmensamente y espera de ella su sinceridad: «en esto has dicho la verdad» (Jn 4,18). Entre ellos acontece un diálogo escatológico sobre el agua viva y la vida eterna, la adoración del Padre, la salvación, el pecado y la llegada del Mesías. Al final del encuentro Jesucristo le revela el secreto mesiánico: «Yo soy, el que habla contigo» (Jn 4,26).
LA CONVERSIÓN DE LA SAMARITANA
En ese momento, la Samaritana se llenó de gozo y paz en el Espíritu Santo: «entonces la mujer dejó su cántaro» (Jn 4,28a), es decir, su condición de pecadora y se regresó al pueblo. El mayor signo de un encuentro auténtico con el Maestro es la conversión, es decir, el cambio de vida, de mentalidad y de actitudes; pues la persona ha descubierto una verdad que le da mayor sentido a su vida. Jesucristo es esa verdad, pero más que un concepto o una idea, es una persona, “que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (DCE # 1). La mujer cambia, se alegra y sigue el proyecto de Dios. En este episodio acontece la Reconciliación de los judíos y los samaritanos, derribando Jesús, con su amor, «el odio que los separaba» (cf. Ef 2,14).
LA SAMARITANA COMO EVANGELIZADORA
La conversión le permite a la mujer tomar un nuevo rumbo a su vida: «vete y no vuelvas a pecar» (Jn 8,11); pues Jesús no la condena sino que le anuncia el perdón, la misericordia y el amor de Dios. Por eso, la Samaritana con alegría anuncia a la gente de su pueblo las maravillas que descubrió en Jesús (cf. Jn 4, 28b.39.41-42), se convierte en un apóstol, una misionera y evangelizadora de las buenas noticias de Dios. Y la misión dio frutos verdaderos: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,42).
Para reflexionar:
- ¿Nos dejamos tocar por Jesús y deseamos beber el agua viva que Él nos ofrece?
- ¿Somos anunciadores de las maravillas que Dios ha obrado en nosotros?
- ¿Somos promotores de Reconciliación o mantenemos el odio o rencor con los hermanos?