En octubre de 2021, la Iglesia católica de México inició el proceso sinodal en todas las arquidiócesis y diócesis bajo esquemas de diálogo y consultas que trataron de escuchar a una ampla gama de personas, especialmente de los bautizados. Las conclusiones diocesanas se concentrarían en un documento nacional que ya se conoce y resultó ser un duro diagnóstico de las virtudes, fallas y defectos de la Iglesia católica en México.
Setenta y cinco diócesis remitieron sus conclusiones en el documento general. En diez núcleos temáticos, se hizo un análisis del catolicismo nacional que, en resumidas cuentas, se dirige hacia una erosión de la religión y el rampante avance del secularismo que permea entre los católicos. En la “Fase preparatoria del Sínodo de los obispos 2021-2023”, consulta diocesana, documento extenso de once cuartillas y firmado por el presidente de la CEM, el arzobispo Rogelio Cabrera López y el secretario general del organismo, el obispo Ramón Castro Castro, tiene profundas implicaciones que, sin duda, impactarán la fe de un país que ya es distinto al México Siempre Fiel que visitó Juan Pablo II hace 44 años.
Se reconoce la pluralidad de las comunidades que ven en sus parroquias espacios privilegiados para el encuentro y la escucha; sin embargo, en esas mismas no se ha superado lo que se identifica como “soberbia, rebeldía, descalificación y cansancio”. El primer punto es que este propósito no fue completo, puesto que bautizados y comunidades quedaron al margen del proceso sinodal. Aquí hay un punto que los obispos reconocen. Hay sectores que no se han alcanzado y escuchado debidamente: las comunidades indígenas además de una distancia pastoral que abre una brecha entre la Iglesia, científicos e intelectuales.
Pero hay aseveraciones más inquietantes. Las consultas a los largo y ancho del país reconocen que entre los fieles mexicanos hay sentimientos generalizados de tristeza, soledad, desesperación, angustia, cansancio, depresión, incertidumbre, miedo, dolor, confusión, vulnerabilidad, todo lo anterior agudizado por la pandemia y la actual crisis postcovid. Los prelados mexicanos admiten una fractura, ellos “han escuchado poco o nada” a los alejados entre los que están los niños, adolescentes, jóvenes, personas en condición de calle, homosexuales, mujeres violentadas, políticos, empresarios, comunicadores y profesionales en general. Esto causa el “éxodo silencioso”, un alejamiento de las prácticas sacramentales y, aunque se admite que la Iglesia es importante en momentos especiales de la vida, no hay conversión en los fieles acentuando la carencias de fe y, aunque parezca increíble, la llamada “teología bautismal” del Concilio Vaticano II no ha sido “suficientemente desarrollada”.
Esto también implica el desarrollo del culto y la celebración. El documento reconoce que la eucaristía, es decir la celebración de la misa, tiene un valor inestimable entre los fieles, pero se ha relativizado la importancia de la presencia viva en los templos. Debido a la pandemia, los fieles no consideran que sea importante la presencialidad; los obispos urgen, igualmente, a la revisión de los gestos y signos en lo que estiman como los claroscuros de la misa: Disminuye la música sacra, son preponderantes las celebraciones tristes, las homilías debe cualificarse para ser profundas y significativas; sin embargo, en esta ámbito se reconocen un “extravío pastoral” con la presencia de “costumbres preconciliares autoritarias” y afirma: “Somos neófitos en muchas materias de la actual vida social y cultural que nos rebasan…” y admite que al seno de la Iglesia “predominan católicos de corazón frío, cerrados, dogmáticos, defensores de la fe, promotores de una tolerancia mal entendida y actitudes apologéticas…” que no permiten el diálogo especialmente con otras comunidades religiosas.
Este diagnóstico es una crítica al catolicismo actual. Aunado a lo anterior, el documento no explora aspectos que permitan conocer cómo piensa la Iglesia en torno a la defensa de la vida, la familia y el matrimonio, pero se reconoce que hay una erosión que parece imparable. Un párrafo parece resumir todo: “Falta de apertura, humildad, confianza, cercanía, atención, calidez… En síntesis, la necesidad de una espiritualidad para el diálogo, especialmente en estos tiempos donde el “diálogo nacional se ha complicado debido al clima de polarización política que ha provocado la comunicación gubernamental”. Ahora una fase importante se asoma en 2023, “comunión, participación y misión”, de eso depende el futuro de la fe católica.