Cuándo y cómo Francisco deshizo la paz litúrgica creada por Benedicto

ACN
ACN

Que el papa Francisco le haya “roto el corazón” al papa Benedicto con su prohibición del rito antiguo en latín no se está escrito en ninguna parte, con estas precisas palabras, en el libro “Nada más que la verdad”, en el que Georg Gänswein relata su vida al lado del difunto Papa, de próxima publicación en varios idiomas.

Pero en las cuatro páginas del libro que describen lo sucedido en aquella ocasión está toda la amargura que experimentó Benedicto el 16 de julio de 2021, cuando “descubrió, hojeando esa tarde ‘L’Osservatore Romano’, que el papa Francisco había publicado el motu proprioTraditionis custodes‘ sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970”, con el que limitó, casi hasta anular, la libertad de celebrar Misa en el rito antiguo permitida en 2007 por él mismo con el motu proprio “Summorum pontificum”.

Benedicto “leyó atentamente el documento” y “cuando le pedí su opinión”, cuenta Gänswein, dijo que había encontrado “un cambio de rumbo definitivo y lo consideró un error, ya que ponía en peligro el intento de pacificación que se había hecho catorce años antes”.

El Papa emérito “en particular consideró erróneo prohibir la celebración de la Misa en rito antiguo en las iglesias parroquiales, ya que siempre es peligroso arrinconar a un grupo de fieles, haciéndoles sentir perseguidos e inspirándoles la sensación de tener que salvaguardar a toda costa su identidad frente al ‘enemigo’”.

Y la cosa no acabó ahí. “Después de un par de meses, leyendo lo que el papa Francisco había dicho el 12 de septiembre de 2021 durante una conversación con jesuitas eslovacos en Bratislava, el Papa emérito arrugó la frente ante una afirmación suya: ‘Ahora espero que con la decisión de poner fin al automatismo del rito antiguo podamos volver a las verdaderas intenciones de Benedicto XVI y Juan Pablo II. Mi decisión es el resultado de una consulta con todos los obispos del mundo que tuvo lugar el año pasado’”.

“Y aún menos aprecio -continúa Gänswein- le mereció la anécdota relatada inmediatamente después por el pontífice”. Una anécdota transcrita así por “La Civiltà Cattolica”, en la que se publicó toda la conversación de Francisco con los jesuitas de Eslovaquia:

“Un cardenal me contó que fueron a verlo dos sacerdotes apenas ordenados para pedirle estudiar el latín para celebrar bien la misa. Él, que tiene sentido del humor, les respondió: ‘¡Pero si en la diócesis hay tantos hispanos! Estudien español para poder predicar. Después, cuando hayan estudiado el español, vuelvan a verme y les diré cuántos vietnamitas hay en la diócesis, y les pediré que estudien vietnamita. Luego, cuando hayan aprendido el vietnamita, les daré el permiso para estudiar también el latín’. Así los ‘aterrizó’, les hizo volver a la tierra”.

A Joseph Ratzinger “le pareció incongruente” -sigue escribiendo Gänswein- sobre todo “esa referencia a sus ‘verdaderas intenciones, a las que Francisco había dicho que quería encontrar, cuando en realidad el motu proprio “Traditionis custodes” era precisamente lo contrario al deseo de Benedicto -resumido en su libro-entrevista de 2010 “Luz del mundo”- de “hacer más fácilmente accesible la forma antigua, sobre todo para preservar el vínculo profundo e ininterrumpido que existe en la historia de la Iglesia”.

Esto se debe a que “en una comunidad en la que la oración y la Eucaristía son lo más importante, lo que antes se consideraba lo más sagrado no puede considerarse del todo incorrecto. Se trataba de la reconciliación con el propio pasado, de la continuidad interna de la fe y de la oración en la Iglesia”.

Además, después de leer que el papa Francisco reivindicó su decisión como “el fruto de una consulta a todos los obispos del mundo realizada el año pasado”, Benedicto “se quedó con la incógnita de por qué no se dieron a conocer los resultados de la consulta”. Tanto más cuanto que él, como Papa, después de la publicación en 2007 de “Summorum pontificum”, “había preguntado regularmente a los obispos, con ocasión de las visitas ‘ad limina’, cómo se desarrollaba la aplicación de esa normativa en sus diócesis, obteniendo siempre una sensación positiva”.

Hasta aquí esto es lo que informa el relato de Gänswein sobre el asunto. Pero también hay que recordar que, en 2009, dos años después de la publicación del motu proprio “Summorum pontificum”, Benedicto XVI atravesó uno de los momentos más tormentosos de su pontificado, cuando intentó sanar el cisma con la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X también gracias a la paz litúrgica entre los dos ritos antiguo y nuevo, completada con la revocación de la excomunión de los cuatro obispos de la Fraternidad.

La excomunión fue efectivamente revocada, pero cuando se conoció la noticia -hasta entonces desconocida por el Papa- de que uno de los cuatro obispos había hecho declaraciones fuertemente antisemitas, hasta el punto de negar el Holocausto, la pacificación fracasó y se lanzó una oleada universal de acusaciones contra Benedicto XVI, que se echó la culpa a sí mismo, pero al mismo tiempo reafirmó las razones de su actuación, en una conmovedora carta a los obispos de todo el mundo.

¿Pero cuáles eran exactamente sus razones? Eran sin duda de sustancia, pero más todavía, eran su “método”, sostiene el profesor Pietro De Marco, en el análisis que se publica a continuación, extraído de una recopilación inédita de sus escritos sobre el pontificado de Benedicto XVI.

De Marco es un reconocido estudioso de la vida de la Iglesia, ex profesor de sociología de la religión en la Universidad de Florencia y en la Facultad de Teología de Italia Central. Este artículo suyo data de 2009, poco después del suceso analizado.

*

EL MÉTODO DE BENEDICTO

por Pietro De Marco

Nada más obtuso que el juicio recurrente que señala la conferencia de Benedicto XVI en Ratisbona en 2006 como el primero de una serie de incidentes de su imprudencia culpable -en ese caso hacia el mundo islámico-, el último de los cuales se vería en la remisión de la excomunión de los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X.

Ya entonces observé cómo había un rasgo inconfundible en la importante conferencia de Benedicto XVI en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona: la decisión de no evitar la “pars critica” dentro de un diseño dialógico.

Que la denuncia y la sanción de los excesos debían entenderse como una premisa leal y fáctica a la voluntad de encuentro quedó patente en los actos posteriores de Benedicto. Dado que la historia católica anterior al Concilio Vaticano II es el horizonte vital del “espíritu” del Concilio mismo y de su realización, los actos de paz comienzan necesariamente por aquellas áreas de la sufrida ortodoxia tradicionalista, aunque demasiado expuestos, que se remontan a la historia preconciliar. Sólo un uso político del Concilio, no de su doctrina, ha degradado bajo el pretexto de la “ruptura” del Concilio y empujado a los márgenes de la vida católica los siglos de Tradición vital y auténtica a la que se refieren los tradicionalistas católicos.

Digo de entrada que, al igual que la preocupación por la integridad de la historia litúrgica, también el gesto de apertura a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío tenía como objetivo, en Benedicto, reconducir la vida católica a su naturaleza esencial de “complexio”. La rehabilitación de estilos, sensibilidades y formas de la historia cristiana pretende actuar como paradigma estabilizador de las derivas centrífugas y de la fragmentación subjetivista que operan no sólo en la experimentación avanzada, sino también en la pastoral habitual.

Pero la estabilización requiere que lo que he llamado el “uso político” del Concilio tome conciencia del propio exceso desequilibrante, de su propia parcialidad; y extraiga de ello consecuencias autocríticas. Así, el objetivo de la reconciliación interna en el seno de la Iglesia se convierte en parte de una intervención medicinal más amplia para la Iglesia universal.

Ya las mismas reacciones negativas al motu proprio “Summorum pontificum” de 2007, que autorizaba la celebración de la Misa en el rito antiguo, confirmaron la urgencia de la acción medicinal del papa Benedicto. En sus pacientes páginas aclaratorias de las intenciones de “Summorum pontificum” él afirmó que el rito antiguo no es un rito más, que su presencia en el pueblo cristiano es memoria constructiva, y su celebración legítima y oportuna. La riqueza longitudinal e histórico-tradicional de la “complexio” católica es, por tanto, el dato primario al que recurrir; y así debe entenderse la “moderatio sacrae liturgiae” ejercida por cada obispo.

En consecuencia, la acción del pontífice se confirmaba dirigida contra una lectura ideológica y sustancialmente “revolucionaria” del Concilio que era proporcionada por elites teológicas y pastoralistas católicas, y penetraba lentamente en los laicados parroquiales. Deslices que tienen una preocupante relevancia “de fide”. Siempre se trató, para Benedicto XVI, de asumir el riesgo de indicar el exceso “opportune et importune”, cuando doctrinas y conductas sobrepasaban umbrales extremos de tolerabilidad.

De ahí surgieron varias veces, en el pontificado de Benedicto, “escándalos” previstos e imprevistos, pero oportunos en el plan de Dios. Que se tratara de la intensa confrontación con el Islam, o de la dedicación al diálogo con los judíos, o del cuidado de la unidad de la Iglesia en la unidad de la tradición viviente, los “escándalos” contingentes y su dolorosa superación condujeron a una toma de conciencia, en las partes implicadas, precisamente de los umbrales críticos que el camino de Pedro y la preocupación de Roma estaban atravesando.

Este camino de Pedro es en beneficio de todos. Vana y algo indecente, comparada con el profundo movimiento del pontificado, ha sido esa “hostilidad dispuesta al ataque” que el papa Benedicto denunció en su carta a los obispos datada el 10 de marzo de 2009, ese sabor de enemistad y placer en agredir a la Sede de Pedro que sólo espera una oportunidad para manifestarse sin responsabilidad y, de hecho, sin inteligencia.

El camino de reintegración de los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X en la comunión eclesial constituyó, a la luz de lo dicho, un posterior acto soberano profundo y valiente, complementario del “Summorum pontificum”.

La esperanza que yo veía entonces en la decisión de Benedicto XVI era la de ser, en persona y constantemente, la prueba de la presencia esencial de la Tradición entre nosotros, presencia que sirviera de medicina a la desorientación pastoral y doctrinal contemporánea de las comunidades cristianas. Y no había dudas de que proceder en esta dirección era importante y urgente. Más urgente, decía la carta, más prioritario, para el sucesor de Pedro era el “confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32), que tiene un contenido soberano: “abrir a los hombres el acceso a Dios, no a cualquier dios, sino a ese Dios que habló en el Sinaí, a ese Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo en Jesucristo crucificado y resucitado”.

Baste pensar que la no aceptación del magisterio del Concilio o la más contingente desaprobación de los actos ecuménicos de Benedicto XVI, por parte de los miembros de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, son al menos simétricas en gravedad, en la orilla opuesta, a las interpretaciones del Concilio como ruptura y nuevo comienzo, subversivas de la tradición de los Concilios antiguos.

Impactan, y no positivamente, las formas de reaccionar, por parte de algunos episcopados, ante el levantamiento de la excomunión a los obispos de las Fraternidades Sacerdotales de San Pío X. ¿Frente a qué riqueza incuestionable piensan algunos episcopados que se puede dejar a la deriva el patrimonio de fervor, de carismas y probablemente de santidad, “ese amor a Cristo y la voluntad de anunciarlo, y con Él al Dios viviente”, contenidos en los hombres y mujeres de la Fraternidad?
Hay que decir francamente que algunas jerarquías nacionales harían mejor en analizar sus propias incapacidades actuales: su tolerancia, o impotencia, frente a las teologías desviadas y los abusos programáticos disciplinarios y litúrgicos, como frente a la permeabilidad por parte de clérigos y laicos cualificados a las ideologías y políticas secularizadoras.

Quizá sea la dificultad, lo doloroso de este análisis para muchas de las élites católicas del mundo lo que les empuja -con un mecanismo típico de la intelligentsia de cada época- a aislar a la Fraternidad como “grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio” (así en la carta de Benedicto). Un chivo expiatorio convertido en tabú, al que ni siquiera puede acercarse el Papa sin quedar impuro a los ojos de esa misma intelligentsia.

La provocadora pregunta formulada por los críticos contra Joseph Ratzinger -“Que nos diga el Papa si debemos seguir todavía el Concilio o volver a la Iglesia del pasado”- es, en esencia, una confirmación de esta reducción a tabú del preconcilio y de sus defensores. Pero que los “signos preferenciales para la selección de la víctima” sean el Catecismo de Pío X o la Misa tridentina indica cuánta falsa ciencia subyace en la violencia y el desprecio de que han sido objeto los miembros de la Fraternidad.

Cito otro pasaje decisivo de la carta de Benedicto XVI a los obispos: “No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive”.

En Italia se trató inmediatamente de dar un contenido benévolo y reductivo a la preocupación por esta fe que se ha profesado a lo largo de los siglos y que es, para Benedicto, la prioridad suprema de la Iglesia y del sucesor de Pedro: “conducir a los hombres a Dios, al Dios que habla en la Biblia”. Esta preocupación debería promover, se ha escrito, no “la enemistad hacia la humanidad actual, sino el deseo de comprometerse día tras día para mejorar la convivencia civil, combatir la idolatría siempre renovada, frenar la decadencia hacia la barbarie y fomentar la paz y la justicia”.

Pero no se ve para qué sirve “toda la historia doctrinal de la Iglesia” si se acaba resolviendo así la asiduidad a la Palabra de Dios y la originalidad cristiana: en instancias de moral pública ordinaria, buenas para todos los usos, incluso para las polémicas políticas contingentes. Bastaría con el residuo cristiano de la religión civil de Rousseau, quizá equivocada con el mensaje “impulsor y revolucionario” del Concilio.

SANDRO MAGISTER.

CIUDAD DEL VATICANO.

LUNES 9 DE ENERO DE 2023.

SETTIMO CIELO.

Comparte:
By ACN
Follow:
La nueva forma de informar lo que acontece en la Iglesia Católica en México y el mundo.