La muerte de Benedicto abre la puerta al Misterio: no hay coincidencias, sino diosidencias. ¿Qué sobrevendrá?

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* Mucho se ha escrito sobre el paso atrás de Benedicto XVI. Pero a la luz de estos 10 años fue, a los ojos de Dios, un paso adelante. 

Adelante a la verdad a menudo oculta; adelante a la doctrina; hacia una visión trascendente de la existencia. Es aquí donde acecha el misterio de Benedicto XVI. Quizás no fue su renuncia, sino la aceptación de una vocación que encuentra su centro de gravedad en Dios, de un sacrificio que revela su sentido sólo si somos capaces de mirar el mundo desde el Cielo. 

El primer Papa emérito de la historia falleció el último día del año. Si Dios siembra huellas de eternidad en el tiempo -nuestro tiempo tan finito- esta dualidad no puede dejar de tener su propio sentido trascendente, pasando así de la coincidencia a la diosidencia

Casi como si Benedicto XVI nos hubiera transportado de una época a otra, nos hubiera acompañado hasta el filo de un nuevo año, en el que quién sabe si las noticias tendrán los colores de la esperanza o de la inquietud, que tanto huele a nueva era; casi como si realmente, en este lapso de poco menos de 10 años, hubiera cumplido un ministerio que encuentra su debida asonancia con la palabra misterio.

Porque el sentimiento lo tienen muchos, más allá de las necesarias intuiciones de carácter eclesial, canónico y teológico, de que Benedicto XVI se despojó de su capa blanca para ponerse un vestido inédito -tejido con el hilo de la humildad, el tejido de los verdaderos gobernantes- para cubrir un papel extraordinario en la Iglesia necesaria para tiempos extraordinarios como estos. A menudo, es apropiado decirlo, era una contraparte del altar oficial. Un contrapeso discreto y orante a las palabras ingrávidas de muchas eminencias grises con sotana, un terraplén a las borrascas de la nada que estremecían los muros leoninos, una pequeña llama que ardía nítida y claramente visible precisamente por la densa oscuridad que nos envuelve, un voz suave pero firme que encendía la esperanza de muchos, porque sólo una de sus sílabas tenía un peso específico excepcional en este clima de fe tan ligero como el helio.

Volvemos a la actualidad, donde se abre su más allá y se cierra un año terrenal, y a esa extraña sensación de que, de manera similar, se cierra una era y se abre otra

Esta década suya –no al margen de la Iglesia sino en su corazón–, ha transcurrido en un aura de misterioatmósfera propia de las cosas de Dios y de los que viven en su seno–, por lo que los años venideros habrán de ser interpretados y leídos por nosotros a través de la lente de la fe, esa virtud que encuentra lo sobrenatural en lo natural, que descubre el misterio en lo cotidiano. El magisterio de Benedicto XVI, la dimisión, la elección y el pontificado del Papa Francisco, los años de estancia en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano y finalmente su muerte justo cuando también el año está a punto de expirar, pueden ofrecer entonces una clave para comprender la días venideros, una clave de comprensión que deberá recordarnos, con consuelo, que nada, absolutamente nada, escapa al plan providencial de Dios.

Y Benedicto XVI, en este sentido, fue ciertamente un hombre de la Providencia.

Por Tommaso Scandroglio.

Ciudad del Vaticano.

Martes 3 de enero de 2023.

lanuovabq.

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