Conocí al cardenal Joseph Ratzinger los primeros días de diciembre de 2004. Eran pasadas las 7.30 de la mañana.
Fue un encuentro completamente inesperado, involuntario, por lo tanto una gran sorpresa.
El día estaba aburrido y gris. La plaza de San Pedro quedó toda mojada porque pequeños camiones la limpiaron por completo con potentes chorros de agua. Poca gente y pocos coches circulaban por los alrededores.
Ese día estaba junto a un amigo chileno que trajo un bebé a Roma para un gran tratamiento, llamado ‘rehabilitación extensa‘, en el hospital Centro S. Maria della Pace (Fundación Don Carlo Gnocchi).
Mi amigo llevó a su hijo de 14 años en un cochecito y el niño estaba muy abrigado porque quería evitar un enfriamiento antes de la cirugía.
Estábamos los tres para tomar fotos y escuchar mi pequeña historia turística subre la Basilica y la Plaza, que en ese momento estaba vacía.
En algún momento, de repente, mi amigo dijo «¡Mira para alla!», señalando la columna de la derecha con su dedo. Se acercaba un cura, también abrigado, con un panuelo al cuello y una gorra plana negra.
-«Tal vez pueda tomarnos una foto a los tres juntos«, agregó mi amigo.
Todavía no eran los años del «selfie», por suerte. Tan pronto como pasó frente a nosotros y espontáneamente con una linda sopnrisa nos deseó buenos días. lo reconocí como el cardenal Ratzinger, y le pedimos que nos tomara una foto a los trtes. La suya fue una respuesta que me dejó petrificado:
–‘Claro, dime dónde está el disparador’.
Casi al instante dejó su bolso de cuero negro bastante usado en el suelo a sus pies, enmarcó una foto y tomó un par de veces con precisión.
Estábamos muy agradecidos con el cardenal y queríamos acompañarlo en su camino a su oficina como Prefecto de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, a la izquierda de la fachada de la Basílica.
En una barra libre frente a este edificio del Vaticano, le ofrecimos un café al Cardinal Ratzinger. Sonrió muy cortésmente diciendo que quería ir de inmediato a una reunión que estaba a punto de comenzar, pero abrió su maletín y sacó un billete de 10 euros de un libro y, extendiendo la mano hacia el hijo de mi amigo, lo llamó por su nombre y alegremente le dijo:
‘Paga el desayuno de ellos. Es mi regalo insignificante para todos ustedes. Rezaré mucho por tu salud».
Se despidió, trazando la señal de la cruz en el frente del muchacho.
A lo largo de los años, pude reunirme ya profesionalmente como periodista con el Papa Benedicto XVI, recordamos esas fotografías y siempre apuntábamos cada detalle. También pedí por la salud del hijo de mi amigo.
Con el paso de los años, la dulzura y la expresividad de estas manos de Joseph Ratzinger, a quien conocimos así, nunca cambiaron, ya que reflejan un alma grande.
Por LUIS BADILLA.
Luis Badilla: «Su vida, su estilo, sus relaciones, sus obras y gestos y su fe sin manipulación mediática, son el Testamento de Ratzinger»
«Será relevante conocer las provisiones que dejó para su funeral, entierro y otros asuntos relacionados»
«Será igualmente relevante conocer las reflexiones póstumas que deja al Pueblo de Dios al que guió y alimentó con su ministerio y magisterio»
30.12.2022 | Por Luis Badilla
Estamos a la espera de conocer, y tal vez leer, parte o todo el texto del testamento espiritual del Papa Benedicto XVI. Todos sabemos que Joseph Ratzinger, hace casi 10 años, en Castel Gandolfo, el 28 de febrero de 2013, comenzó «la última etapa de su peregrinación en esta tierra: ‘la noche oscura'» (Cap. 1, J.Ratzinger «Introducción al cristianismo», Queriniana). Unos minutos antes del comienzo de la sede vacante por renuncia (20.00 horas), el Papa Benedicto XVI se despidió con unas palabras que constituyen la primera parte de su testamento:
«Queridos amigos, estoy feliz de estar con vosotros, rodeado de la belleza de la creación y de vuestra simpatía, que me hace mucho bien. Gracias por vuestra amistad, vuestro afecto. Sabéis que este día mío es diferente de los anteriores; ya no soy el Sumo Pontífice de la Iglesia católica: hasta las ocho de la tarde lo seguiré siendo, luego ya no. Soy simplemente un peregrino que comienza la última etapa de su peregrinación en esta tierra. Pero aún quisiera, con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi reflexión, con toda mi fuerza interior, trabajar por el bien común y por el bien de la Iglesia y de la humanidad. Y me siento muy apoyada por vuestra simpatía. Avancemos juntos con el Señor por el bien de la Iglesia y del mundo. Gracias, ahora les imparto mi Bendición de todo corazón. Que Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo nos bendiga. Gracias, buenas noches. Gracias a todos».
Han pasado casi otros 10 años desde entonces, y este testamento ha adquirido sin duda nuevas formas y contenidos. Entre ellas, será relevante conocer las provisiones que dejó para su funeral, entierro y otros asuntos relacionados. Será igualmente relevante conocer las reflexiones póstumas que deja al Pueblo de Dios al que guió y alimentó con su ministerio y magisterio.
A muchos expertos les parece que el Papa Benedicto en su biografía, escrita por Peter Seewald, y en el libro «Últimas conversaciones», ha entrado en más detalles tanto sobre su renuncia como sobre su muerte, pero seguramente podría añadir más en su testamento. En cualquier caso, serían reflexiones abordadas a la luz de lo que ya ha dicho:
«Hay que prepararse para la muerte», afirmó Benedicto XVI. No en el sentido de realizar determinados actos, sino de vivir preparándose para pasar el último examen ante Dios. Dejar este mundo y presentarme ante Él y los santos, amigos y enemigos. Para, digamos, aceptar la finitud de esta vida y ponerse en camino para alcanzar la presencia de Dios».