Un jesuita heterodoxo dice que…»perdona» a Benedicto XVI

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* Un conocido jesuita heterodoxo norteamericano, el P. Thomas Reese, ha aprovechado que Benedicto XVI está gravemente enfermo para publicar un artículo en que el que “perdona” al Papa emérito por haber corregido sus barbaridades y heterodoxias.

* Como el artículo en realidad es un ataque a Benedicto XVI que debe ser respondido y además muestra con claridad varias de las dolencias que han aquejado a la Iglesia durante medio siglo, me ha parecido oportuno traducirlo casi en su totalidad y traerlo al blog.

* Mis comentarios aparecen en color rojo.

Conocí al cardenal Joseph Ratzinger en 1994, cuando estaba investigando para mi libro “Dentro del Vaticano: la política y la organización de la Iglesia Católica” [Ya esto nos da un indicio de cuál es la visión de la Iglesia del P. Reese: una visión política en el peor sentido de la palabra]. Me estaba preparando para irme de Roma y él fue una de las últimas y más importantes entrevistas para el libro. Debido a una enfermedad, tuvo que cancelar nuestra primera cita y luego amablemente la reprogramó para un horario en el que la mayoría de los funcionarios del Vaticano estaban durmiendo la siesta.

Al final de la entrevista, le pedí su bendición, algo que solo hice con otros dos funcionarios del Vaticano, porque sentí que estaba en presencia de un hombre santo. [Es triste que un sacerdote que pretende ser teólogo no sepa que la bendición que imparte cualquier sacerdote es de Dios y no propia, así que resulta ridículo afirmar que solo se pide a los que uno considera santos, pero agrada (y sorprende) que llame “hombre santo” a Benedicto XVI] Pero también sabía que estaba en presencia de un hombre que, como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había causado un daño irreparable a la discusión teológica en la iglesia [Ah, ahora se entiende. Lo que quería decir es que el Papa Benedicto es un “santito”, un hombre piadosillo pero tontorrón e ignorante, porque, el pobre, no está a la altura de teólogos como el P. Reese y, con su falta de capacidad intelectual, ha hecho un daño irreparable a la Iglesia. En fin, para mirar con esa suficiencia a Benedicto XVI hay que tener no solo una idea exageradísima de la propia valía, sino también ignorancia monumental].

Decenas de teólogos  habían sido investigados y silenciados por su Congregación durante el papado de Juan Pablo II. Se habían censurado artículos y libros. Profesores habían sido destituidos de sus trabajos. Otros incluso habían practicado la autocensura para evitar el acoso. Entre los afectados estaban teólogos de la liberación en América Latina, teólogos morales en los Estados Unidos y Europa, y cualquiera que escribiera sobre el sacerdocio. [Observemos que, con cierta astucia, se limita a criticar a Benedicto XVI y a Juan Pablo II por “censurar”, así, en general, pero omite decir lo que censuraban: la negación frontal y pertinaz de la fe católica por parte de catedráticos, profesores, sacerdotes y religiosos católicos. Es decir, censuraban lo que merecía ser censurado y ellos tenían la obligación de censurar. Como sabe cualquiera, censurar, que significa corregir y reprobar por malo algo, es parte esencial de la misión del magisterio de la Iglesia. Además, seamos sinceros, nadie (y menos el P. Reese) ignora que, si en algo han pecado en ese sentido los prelados de la Iglesia en el último medio siglo, ha sido por defecto y no por exceso. La tolerancia de lo intolerable, desgraciadamente, se ha convertido en la tónica general y por eso estamos como estamos. Que, en ese contexto, el P. Reese pretenda convencernos de lo horribles que son Juan Pablo II y Benedicto XVI porque corrigieron a una pequeñísima parte de los clérigos y profesores que niegan la fe de la Iglesia es risible]

Algunos de ellos eran mis amigos cercanos. Yo vivía con dos jesuitas que pasaron la mayor parte de su año sabático defendiéndose de los ataques de Roma [Dejemos a un lado lo llamativo que es que unos religiosos con voto de pobreza tengan “años sabáticos”, que ningún fontanero se puede permitir. Baste señalar que no hubo ningún tipo de “ataques” de Roma; a lo que se refiere es a correcciones realizadas por el Magisterio de la Iglesia en ejercicio de su misión propia. Quizá lo más característico y destructivo del progresismo actual sea la creencia de que cambiar el nombre de las cosas hace que cambie su realidad, es decir, la obsesión por sustituir la realidad por la ideología y la verdad por lo políticamente correcto. En ese sentido y al margen de la intención de los protagonistas, es una lucha por ir más allá de Cristo, que es la Verdad]. No eran figuras menores. Uno, Michael Buckley, había trabajado como jefe de personal del comité de doctrina de los obispos de EE. UU.; el otro, David Hollenbach, había ayudado a los obispos a escribir su carta pastoral sobre la economía [Se omite, por supuesto, que ambos habían señalado públicamente su apoyo a diversas posturas contrarias a la enseñanza de la Iglesia, como la ordenación de mujeres, los anticonceptivos, etc. Pero eso da igual, porque no eran “figuras menores” y eso es lo importante. Cualquier parecido entre todo esto y el catolicismo es pura coincidencia]. El problema de Ratzinger era que trataba a los teólogos como si fueran sus estudiantes de posgrado que necesitaban corrección y orientación. [Asombroso. Dejando al lado el aire suficiencia del propio P. Reese, parece que no entiende algo tan básico como que el Magisterio de la Iglesia está para enseñar, corregir y orientar. La propia palabra lo indica. Al margen de cualquier otro caso concreto, resulta obvio que el propio P. Reese estaba y sigue estando necesitadísimo de esas correcciones y orientaciones, porque ignora o rechaza doctrinas básicas de la Iglesia. Pero claro, cómo se atrevía el tal Ratzinger a corregirle a él. ¡A él!]

Como resultado, mi última pregunta al cardenal fue: “Dada la historia de esta congregación y de la iglesia en relación con ciertos teólogos, estoy pensando en algunos que fueron silenciados antes del Vaticano II y luego fueron reconocidos, ¿alguna vez le preocupa que usted puede ser … ?” Él se rio y respondió: “Bueno, todos los días hacemos un examen de conciencia sobre si estamos actuando bien o no. Pero finalmente, solo nuestro Señor puede juzgar”. En resumen, lo haces lo mejor que puedes. [Qué argumento tan ridículo el del P. Reese: como alguna vez puede que alguien haya sido corregido injustamente, todas las correcciones son injustas y, especialmente la mía propia. Francamente, el único que queda bien es el propio Benedicto XVI, capaz de reírse de sí mismo y de responder con humildad y paciencia a las preguntas más tontas]

Mis propias dificultades con Ratzinger comenzaron poco después de convertirme en editor de America Magazine, una revista de opinión publicada por los jesuitas estadounidenses. Cuando asumí el cargo de editor en junio de 1998, quería hacer de America una revista de discusión y debate sobre los temas importantes que enfrenta la iglesia. Sabía que había límites en lo que podíamos publicar. No habría editoriales a favor de los sacerdotes casados, las mujeres sacerdotes o el cambio de la enseñanza de la iglesia sobre el control de la natalidad. Pero pensé que podíamos tener discusión y debate en artículos que no necesariamente representaban los puntos de vista de la revista. [Llama la atención la monumental hipocresía de lo que se afirma en este párrafo, supongo que sin que su autor se dé cuenta de ello. America nunca, nunca, nunca publicaría un artículo a favor del racismo o de un gobierno nacionalsocialista en Estados Unidos, por ejemplo, porque considera esas cosas realmente malas. Pero sí publica artículos sobre contra la doctrina de la Iglesia en relación con los anticonceptivos, la ordenación de la mujer, etc., porque los responsables de la revista piensan que negar la fe es perfectamente admisible, no es realmente malo. Ese es el auténtico punto de vista de la revista (fielmente continuado por su director actual, el P. Jim Martin SJ): que la fe y la negación de la fe son igualmente admisibles en la Iglesia. Y ese punto de vista, a la larga, no conduce a otra cosa que a la destrucción completa y absoluta de la fe]

Ese verano el Vaticano emitió documentos sobre la autoridad de las conferencias episcopales y sobre el ecumenismo y el diálogo interreligioso. Pregunté por ahí para encontrar a los mejores canonistas y teólogos para escribir sobre estos documentos y publiqué sus artículos. No les dije qué decir. En su mayor parte, fueron respuestas corteses que comenzaron diciendo lo que les gustaba de los documentos seguido de dónde pensaban que fallaban los documentos. [Uno está tentado de sospechar que el P. Reese se está burlando de nosotros. Claro que no les decía a los articulistas qué era lo que tenían que decir, lo que hacía era elegir a los que sabía que iban a decir cosas contra la doctrina de la Iglesia (esos eran los “mejores”, por supuesto), porque a esos no hacía falta animarles a negar la doctrina, ya lo hacían solos. Y también, de vez en cuando, publicaba a algún articulista bueno como coartada y para que no se notara tanto que los que les gustaban eran los primeros (aunque resultaba evidente para cualquiera con ojos en la cara). Uno espera de los jesuitas que, incluso para hacer el mal, sean un poco más astutos, pero hay que ser muy ingenuo para pensar que esos truquitos pueriles engañan a alguien que no quiera engañarse] Durante mis siete años como editor, traté de conseguir escritores que representaran diferentes puntos de vista en la iglesia [De nuevo, emplea una restricción mental. Cuando dice “diferentes puntos de vista”, quiere decir “negaciones de la fe de la Iglesia, mezcladas con posturas católicas para disimular”. ¡Que no somos tontos! Lo cierto es que la negación de la fe católica nunca es un “diferente punto de vista en la Iglesia”, por la sencilla razón de que no está en la Iglesia, sino fuera de ella]. […]

Al cabo de un par de años, Ratzinger, a través del superior general de los jesuitas en Roma, empezó a señalar su descontento con la revista. Quedó claro que, desde el punto de vista de Roma, una revista católica de opinión solo debería expresar una opinión: la del Vaticano. Cada documento y palabra del Vaticano debe recibirse con entusiasmo acrítico. [Lo que le pedían al P. Reese no era eso, sino que su revista católica se ajustara a la fe de la Iglesia, pero supongo que algo así era demasiado duro para un jesuita que, aparte del voto de obediencia de todos los religiosos tiene un cuarto voto de obediencia especial al Papa. Tiendo a pensar que, si hubiera intentado estos jueguecitos del lenguaje en tiempos de San Ignacio, habría recibido patadas en el trasero de Washington a China, ida y vuelta]

Voces católicas conservadoras en los Estados Unidos también atacaban a la revista por no ser obediente al Papa. Curiosamente, muchas de estas mismas voces ahora están criticando al Papa Francisco en un tono que nunca hubiera tomado con nadie en el papado. [No puede evitarlo y sus palabras siempre traslucen la verdad, aunque procure esconderla. Para el P. Reese, lo importante es el “tono”. Si él critica la fe católica y al Papa que la defiende con un tonillo buenista y de “experto”, aunque esté cargado de suficiencia y destile veneno (y continúe haciéndolo años después en este artículo), entonces todo está bien. Si alguien critica lo contrario, que se deforme la fe católica, como todo católico tiene el derecho y el deber de hacer, eso es imperdonable y ese católico es un hipócrita. Porque lo que importa es el tono y ser progre y mundano, no la fe]

En un momento, el Vaticano quiso imponer un comité de obispos como censores de la revista. Afortunadamente, el cardenal Avery Dulles y otros salieron en nuestra defensa y la idea fue pospuesta. El último clavo en el ataúd fue una serie de artículos sobre el matrimonio homosexual, comenzando con uno de un profesor de filosofía de la Universidad Católica de América que se opuso firmemente. En respuesta a este artículo, recibimos un artículo no solicitado que apoyaba el matrimonio homosexual escrito por un profesor de teología del Boston College. Sabía que esto sería controvertido, así que permití que el primer autor respondiera a la respuesta y, por lo tanto, tuviera la última palabra. Eso no fue lo suficientemente bueno [Claro que no fue lo suficientemente “bueno”, porque no era bueno en absoluto. En la Congregación para la Doctrina de la Fe notaron inmediatamente el truco pueril de publicar a alguien que defiende la fe y a otro que la niega para conseguir lo que verdaderamente quería el P. Reese: normalizar la negación de la enseñanza de la iglesia y convertir la fe y su contrario en meras opiniones discutibles dentro de la Iglesia. Todo este artículo no es más que una pataleta del P. Reese porque esa estratagema tan transparente para descatolizar la Iglesia desde dentro no le funcionó. Desgraciadamente, en otras muchas ocasiones sí que ha funcionado y sigue funcionando].

Poco después, llegaron instrucciones de Ratzinger de que Reese tenía que irse. Por varias razones, el mensaje no me fue comunicado hasta después de que él fuera elegido Papa. No me sorprendió cuando lo escuché. Ya había llegado a la conclusión de que era hora de irme. De acuerdo con mi historia con Ratzinger, ahora que él era Papa, lo mejor para los jesuitas y la revista era que me retirara. Y aunque amaba el trabajo, estaba cansado después de siete años de mirar por encima del hombro[Es espeluznante constatar la falta del más mínimo arrepentimiento después de años y años de trabajar con el objetivo de socavar la fe católica, utilizando para esa labor de derribo los medios que la propia Iglesia le había encomendado. Cuando explica que se pasaba la vida mirando “por encima del hombro” para intentar esquivar las ayudas que la Iglesia le daba para que volviera a la fe católica, se entiende lo trágico que es el abandono de la fe, que hace que a uno lo bueno le parezca malo y viceversa]

Cierto, estaba enojado y deprimido, pero pronto se hizo evidente que una vez que dejé de ser editor, a nadie en Roma le importaba lo que dijera o escribiera. Era libre. He disfrutado de mi carrera post-America como escritor para Religion News Service y National Catholic Reporter [Donde, inasequible al desaliento, ha seguido difundiendo barbaridades contra la enseñanza de la Iglesia y procurando convencer a sus lectores de que no hay ningún problema en votar a partidos y candidatos que promueven el asesinato de niños inocentes por millones. A la última revista que menciona, que es el Religión Digital norteamericano y en la que se niega la fe todos los días, el obispo tuvo que quitarle el título de “católica”, por, ¡eso es!, no ser católica]. Y la elección del Papa Francisco levantó mi depresión.

Me estoy haciendo viejo y ahora quiero perdonar a Benedicto. Quiero dejarlo ir. No creo que realmente crezcamos hasta que seamos capaces de perdonar a nuestros padres por sus fallos. [¡Qué magnificencia, qué altura de miras! ¡Qué ejemplo para los niños! El P. Reese no tiene que pedir por nada, porque ya sabemos que ser progre significa no tener que pedir nunca perdón, pero a la vez perdona a Benedicto XVI por el terrible crimen de haber hecho lo que tenía el deber de hacer como cardenal y como Papa, le perdona por enseñar la verdadera fe, y hasta le perdona por atreverse a sugerir que quizá la Revelación de Dios en Cristo sea verdad y no haya que apartarse de ella. Verdaderamente, el P. Reese es más bueno que el mismo Jesucristo, porque perdona lo que, a todas luces, es imperdonable]

Benedicto no me ha pedido perdón. Dudo que recuerde quién soy. Probablemente todavía cree que lo que me hizo a mí [¡Lo que me hizo! ¡A mí! ¡Se atrevió a corregirme por la minucia de no creer la fe católica! ¡Cómo se atrevió!] y a numerosos teólogos fue lo correcto para la iglesia, pero aún quiero perdonarlo [¡Es imperdonable, pero yo le perdono! Bueno, no del todo, escribo todo un artículo de tres páginas para criticarle cuando está gravemente enfermo, pero sí, le perdono mucho. Aunque ya sabemos que Benedicto se cree que está por encima de los demás y no sabe nada de teología y tiene graves defectos y… ¿he dicho ya que osó corregirme a mí? ¡A mí!].

[…] En resumen, veo a Benedicto como un individuo santo pero imperfecto que hizo lo mejor que pudo. Para todos nosotros, eso es lo mejor que podemos decir, así que debemos perdonar como nos gustaría ser perdonados. Al final, como dijo, “finalmente, solo nuestro Señor puede juzgar” [Es cierto, gracias a Dios, que el juicio definitivo siempre corresponde al cielo. Pero conviene señalar que ese juicio no es arbitrario y que nuestro Señor ya ha señalado los criterios de ese juicio, que están en la fe católica, esa misma que el P. Reese se ha esforzado toda su vida por deformar. Quizá, Dios lo quiera, algún tipo de ignorancia invencible subjetiva le haya impedido darse cuenta de ello, pero, como sabe Benedicto XVI y sabe cualquiera que sabe algo de catolicismo, objetivamente la conducta del P. Reese ha sido gravísimamente pecaminosa y escandalosa para el pueblo fiel, cuya fe ha tratado de pervertir. Quizá no le guste el tono de esta afirmación tan clara, pero probablemente le guste menos aún el tono de aquella otra: a quien escandalice a uno solo de estos pequeños que creen en mí…]

Bruno M.

Por Bruno M. 

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