La noche es una realidad ambivalente, temerosa como la muerte e indispensable
como el tiempo de un nuevo despertar, sin embargo, no dejo de reflexionar por qué en ella muere el día o, más bien, nace un nuevo amanecer. Creo que debe, a su vez, ceder el punto al día, que ya está a la puerta. Me imagino ese acontecimiento extraordinario.
Os ha nacido hoy
en la ciudad de David,
un Salvador,
que es Cristo, el Señor.
Es un día de alegría y gozo porque Dios ha venido al mundo a traernos la
salvación. No se debe temer, pues alegría le será dada a todo aquel que esté
atento a recibirlo.
Me parece que la noche no es tinieblas delante de ti, la noche es luminosa como
el día. ¡Brotó el día de la noche! ¿No será acaso el sol que nace de lo alto como
primicia de una nueva humanidad lo cual invita a renacer?
Mientras es de día, los rayos del sol iluminan las sombras de muerte y temor,
llegada la noche, el cielo se cubre de tristeza y dolor. Esa noche es en la que ha
nacido el salvador, él ha querido afrontar esta condición, que es el reino de Dios. A
pesar de su naturaleza divina, se asemejó a nuestra condición.
De este modo, me siento orgulloso por tal distinción, acepto el legado y la
salvación. Nosotros no somos ya de la noche, porque la noche es ausencia de la
luz; en adelante, la vida se reviste y da sentido en función. Este brillo se da en el
fondo del corazón.
El cristiano, siendo ya hijo, puede aspirar a este don. La metáfora de este nuevo
“nacimiento” es una realidad en cuestión, por lo tanto, la semilla depositada es un
germen de incorrupción. Este principio aplica desde que nace el salvador y, para
subir al cielo, más que una escalera larga se necesita este don. Este niño que ha
nacido desde hace más de dos mil años vuelve a ofrecer la salvación.
Tú decides, no lo pienses más, ha llegado la hora. Jesús, ser de carne, nacido de
mujer, apareció en el mundo en esta fecha, cuando Quirino era gobernador, pero
Dios, en este niño, se ha hecho Emmanuel, la única salvación de la humanidad.
Por todo ello, querido lector, hemos sido llamados a la salvación; uno de los
aspectos esenciales del redentor es la liberación.
El Dios revestido de luz quiere hoy y siempre, en efecto, tu redención. ¡Acéptala!
La historia misma se ha desarrollado entre el día y la noche, una sucede a la otra,
hasta la iluminación de nuestro corazón. En realidad, el hijo de Dios es “el
resplandor de su gloria”, por consiguiente, todo lo que es luz proviene de Él y todo
lo que es extraño a esta luz pertenece a otro “reino”.
Querido lector, espero por siempre contar con tu lección, pues es así como se
crece para la gloria de Dios. Hoy quise matizar este hecho extraordinario de la
llegada del Salvador que, siendo un niño, trajo la redención desde la encarnación,
el nacimiento, la vida, la muerte y la gloriosa resurrección. ¡Feliz Navidad!, gracias
por tu predilección.
Por RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS.