A las 6 de la tarde del sábado 26 de noviembre se vio una sombra que se dirigía, con paso tembloroso, desde el Palacio del Sant’Uffizio, a la Plaza Santa Marta. No es un viaje largo.
La pequeña figura dirige su mirada a la derecha hacia la cúpula iluminada, y más arriba. Es la misma ruta que tomó el cardenal Angelo Becciu el 24 de septiembre de 2020.
Fue más o menos a la misma hora, ese jueves de septiembre de 2020, y el sol estaba en lo alto: en el camino recibió una llamada telefónica que presagiaba cosas malas, pero no hizo caso. No. Allí estaba Francisco esperando al prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Todo sucedió en veinte minutos, se abrió bajo sus pies el abismo donde cayó su corazón: cuando salió era un hombre desesperado y solo.
Un fiel, un sacerdote, y precisamente el hombre, ante todo el hombre, que hasta dos años antes era el más cercano colaborador del Papa…ahora (24 de septiembre de 2020), era desalentado por «su» Pedro, tratado incluso como ladrón del tesoro de los pobres y ni siquiera se le permite defenderse, ¿cómo quieres que se sienta?
Su costado perforado arde con la punta de una lanza, la muerte no es nada. Poco después su persona será colgada «perinde ac cadaver» de las jambas de las puertas del mundo, crucifixión precautoria, presuntamente inocente.
¿ HABITACIÓN NÚMERO 201?
Y sigue ahí. Pero ahora es el sábado 26 de noviembre de 2020. Alguien lo reconoce de cerca como el jubilado más famoso del mundo, los guardias suizos saludan frente a la entrada de la Domus Sanctae Martae. ¿Se dirige a la misma habitación que entonces, la número 201?
Luego viene la confirmación, según informó Ansa, que coincide con la reconstrucción de Libero: el Papa ha recibido al réprobo, pero ahora el guión se ha invertido con respecto a ese día aciago.
Esta vez desde la puerta de la pensión, donde había entrado consternado, ven salir a un don Angelino tranquilizado, su rostro está relajado, camina casi erguido del suelo:
El cardenal Angelo Becciu fue «recibido en audiencia por el Santo Padre el pasado sábado por la tarde», dijo el propio cardenal, quien subrayó que «fue, como siempre, un encuentro cordial. Además de brindarle las aclaraciones que consideré necesarias, manifesté y renovó mi devoción absoluta hacia él. Me animó renovándome la invitación a seguir participando en las celebraciones cardenales”. Becciu añadió: “el Santo Padre me ha autorizado a dar a conocer” esto.
Cualquier cosa parecía que podía pasar, pero para peor. En cambio, ahora el Papa inmediatamente da audiencia al que -si es posible- se había hundido aún más. Pero más abajo, por debajo de donde había caído, debió encontrar el abrazo del «dulce Cristo en la tierra», según la definición de Santa Catalina de Siena, quien ciertamente no fue tierna con los sucesores de Pedro.
SEGUNDA OPORTUNIDAD
Vamos, todos lo pensamos así. Un asunto como este, no se puede perdonar, excepto setenta veces siete. Inconcebible. Pero Cristo perdonó a Pedro. Pedro – pensó Bergoglio – debe seguirlo «incluso donde no quieras», como dice Jesús a Simón en el Evangelio de Juan. No es fácil. Pongámonos en los zapatos del hombre Jorge Mario Bergoglio.
Desde hacía unos meses le había dado al «cardenal a la mitad» calviniano fuertes muestras de afecto y consideración, hasta el punto de readmitirlo en la asamblea plenaria de cardenales. ¿Y luego qué pasa? El jueves en el Tribunal Vaticano el fiscal, el profesor Alessandro Diddi, inesperadamente revela la grabación de una llamada telefónica. Se escucha la voz de Becciu que accede a grabar lo que se dirá con el Santo Padre.
No es un delito, uno puede grabar sus llamadas telefónicas y guardarlas: pero uno no lo hace. Acto deplorable. Si entonces es un cardenal con el Papa, es un loco escándalo. Nadie -después de esta triste actuación- parecía más dispuesto a apostar un centavo a la figura moral y -aunque no hay que confundir los planes- a la absolución de Becciu. Tal vez no le quitó dinero al Papa para dárselo a sus hermanos o a algún reparador, pero en este punto, amén: le robó al Papa su buena fe.
Doom sellado, reputación irrecuperable. Un momento. El Papa -si es cierto que lo recibió- debió identificarse con la fragilidad de un hombre abandonado por todos. Averiguó la fecha de la autointercepción del cardenal con el Papa: fue el 24 de julio de 2021, exactamente diez meses después de que Becciu se sintiera vomitado en la acera por la persona más cercana a él, y en todo caso por la autoridad que ostenta en su entregar las llaves del Reino.
Había escrito una súplica: que el Papa dijera si recordaba o no las circunstancias en las que le había autorizado a dar medio millón para liberar a Sor Gloria, en manos de terroristas de Al Qaeda. Y el Papa había respondido con las palabras del acusador, una carta cargada de términos jurídicos, en la que parecía haber entregado al pequeño prelado sardo a sus verdugos.
ELECCIÓN DESPIADADA
Quedaban tres días para que comience el juicio. Becciu era un muerto andante. Y los muertos no son responsables de lo que hacen. Se aferró a una esperanza, una buena palabra del Papa, de hecho, recuerda Francisco, dice que le quitará el secreto. Becciu con el teléfono cerrado, se enfurece consigo mismo. Nunca tuvo la intención de usar ese «archivo». Le dice a su hermana que lo borre. No era un presunto inocente, era un hombre harapiento por dentro.
¿El Papa entendió?
Estoy seguro de que sí. Sin embargo. ¿Cómo puedes ser tan despiadado como el abogado de Su Santidad? Sabe perfectamente lo que es un pico en la nuca de Becciu para sacarlo frío y pasarlo en la sala. Quizá sea deber de los magistrados ser mezquinos, utilizar todos los medios para revertir la suerte de un juicio que va muy mal para la Fiscalía.
Esa llamada telefónica, así como las palabras de enfado y decepción pronunciadas en el chat privado de los familiares del imputado –«el Papa quiere mi muerte»–, no tienen valor probatorio para la acusación, si lo tienen en este punto lo tienen para la defensa. Sin embargo, lo hacen. La revelan, buscando un resultado: clavar a un pobre cristiano en la cruz por segunda vez.
Pudiendo sepultar en el olvido el fiasco del Testimon de’ Testimonis, aquel Monseñor Alberto Perlasca que debió ser la baza de la acusación. El único acusador formal del vaticano contra el cardenal Becciu, monseñor Perlasca confesó que alguien precocinó las preguntas con las que elaboró su declaración acusando a Becciu, y también le dio la motivación para acusar a su exsuperior, mintiendo sobre el hecho de que el cardenal había testificado en su contra.
Pero quién lo hizo…»no lo recuerda». Dijo que necesita consultar su diario. Nos gustaría saber el nombre del diario.
Por RENATO FARIÑA.
CIUDAD DEL VATICANO.
LUNES 28 DE NOVIEMBRE DE 2022.