La Iglesia católica, en el ámbito de los abusos sexuales internos, aún no tiene una relación cristalina con la verdad y las palabras sin hechos concretos de poco o nada. Los atajos de la confidencialidad para los miembros de la jerarquía que son culpables son devastadores para la comunión eclesial.
La terrible y dolorosa historia del obispo francés Michel Santier, emérito de las diocesis de Luçon y Créteil, sancionado por el Vaticano privadamente hace un año por su conducta sexual repulsiva en el caso de dos víctimas, ahora debe responderse y defenderse,s egún un comunicado del arzobispo de Rouen, monseñor Dominique Lebrun ( 20 de octubre de 2022 )…después de otras cinco quejas graves. Monseñor Lebrun habla de ello en su comunicado explicando la dinámica de estas alegaciones, que recién ahora se conocen. Hasta hoy, nada se sabia de la conducta del obispo Santier.
Todo había quedado rigurosamente sellado, como suele ocurrir en estos casos, ya muchísimos, sobre todo cuando el implicado -acusado, juzgado y sancionado- pertenece a la jerarquía eclesiástica.
Normalmente una decisión del Vaticano obliga también a los obispos y conferencias episcopales, como dejó claro la presidenta de la Conferencia Episcopal Francesa en la nota de prensa. En el caso de Santier, las autoridades eclesiásticas a cargo no comunicaron nada públicamente, y lo mismo ocurrió en el caso del arzobispo emérito de Dili (Timor Oriental) y Premio Nobel de la Paz, Mons. Ximenes Belo: una historia silenciada durante años, hasta que una investigación reciente de un diario holandés relató los hechos agregando pruebas rigurosas.
Hay muchos otros casos similares que permanecieron igalmente ocultos hasta que la prensa, otras denuncias o investigaciones privadas confiaron que varios eclesiásticos -cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes- habían sido acusados, juzgados y condenados, siempre en el ámbito privado.
Sobre estos casos, decenas, en numerosos países y diferentes continentes, han llegado a saber la verdad a veces después de muchos años de ocurridos los hechos como en el caso del arzobispo Chileno Francisco Javier Cox (fallecido) or el cardenal polaco Marian Golebiewski, para recuerda algunos casos sensacionales.
A estas alturas parece más que legítimo, porque es plausible, que en los archivos del Dicasterio para la Doctrina de la Fe existan no pocos hechos con protagonistas sancionados pero sin que se comunique un mínimo de información transparente y adecuada al respecto, que hubiera sido una forma de para luchar contra la pederastia en la Iglesia y para evitar que si repitiera el crimen.
No informar al pueblo de Dios y a la opinión pública es un gravísimo error con consecuencias contraproducentes.
Eventos secretos de este tipo debilitan la lucha contra los y hacen que la Iglesia pierda credibilidad.
Para los católicos esta forma de actuar es insoportable e intolerable. Son conductas que no se corresponden con lo que el Papa y los Episcopados vienen diciendo desde hace muchos años sob re la transparencia y la oportuna lucha contra la pederastia en la Iglesia.
Lo que dijo Monseñor Eric de Moulins-Beaufort, Presidente de la Conferencia Episcopal de Francia:
«Necesitamos pensar en cambios en nuestros procedimientos, en la forma en que los llevamos a cabo y en la forma en que comunicamos los resultados. Este es un tema importante que requiere un estudio serio. Los obispos comenzarán a trabajar en esto en la asamblea plenaria de noviembre. El Grupo de Trabajo sobre Buenas Prácticas en Quejas estableció después de la reunión de noviembre de 2021 también tendrá recomendaciones que hacer en esta área. Llevaremos en Roma el fruto de nuestras reflexiones y nuestras propuestas para mejorar lo que se puede mejorar”. el respeto por las personas y la necesidad de transparencia (…) Este es un tema importante que requiere un estudio serio».
Las propuestas para superar estos pesados e insidiosos obstáculos parecen adecuados y pueden frenar la deriva. Sin embargo, hay una cuestión fundamental que no debe oscurecerse, pretender que no existe o que es una exageración: la Iglesia Católica, en el contexto de abuso sexual dentro de ella, aún no sostiene una relación cristalina con la verdad y las pocas o ninguna palabra son inútiles sin hechos concretos.
Además, los atajos de la confidencialidad para los miembros de la jerarquía que son culpables son devastadores para la comuneón eclesial, resultan contraproducentes.
La verdad, por dolorosa que sea, es la única chimenea.
LB/RC/IS
23 de octubre de 2022.