Ranulfo, originario del norte del país, es el nombre de un campesino sencillo y sin
letras, pero de una inquebrantable habilidad para escuchar. Él se hizo celebre en
su pueblo porque en los tiempos difíciles todos acudían a él para ser escuchados,
no existía nadie que no hubiera tenido contacto con él. La fama corría rápido y
después de haber sido visitado por casi todo el pueblo, acudían habitantes de los
pueblos vecinos solo para ser escuchados con atención por aquel campesino que
aun cuando se encontraba labrando la tierra, suspendía su labor y se sentaba en
una piedra a escuchar a quien lo visitaba.
Actualmente, en una cultura ampliamente digitalizada, el sentido de la escucha
corre el riesgo de atrofiarse; hoy en día, se escucha cada vez menos. Oír y
escuchar son dos acciones distintas. Durante el día se oyen muchas cosas, pero
se escucha poco.
Saber escuchar es todo un arte que pocas personas dominan, porque es una
acción difícil, ya que exige dominio de uno mismo e implica atención, comprensión
y esfuerzo, es decir, dirigir nuestra atención hacia el otro en su ámbito de interés.
La realidad es que escuchamos poco y, además, escuchamos mal. Precisamente
por eso se dan tantos problemas comunicativos, por lo que se prefiere en muchos
casos estar solo.
Para lograr la escucha se le debe dar tiempo y espacio al otro, hay que escucharlo
con atención descentrándose de uno mismo y haciendo a un lado “mi mundo”,
para darle protagonismo al otro.
El arte de escuchar implica estar disponible y dispuesto a que tu interlocutor se
sienta acogido y respetado. Es preciso escuchar para creer, ejercitar el oído a una
escucha atenta, inteligente, reflexiva, efectiva y responsable: hablar menos y
escuchar más.
El hombre no quiere escuchar y en eso está el drama. Es sordo a la voz de los
demás y de su creador; su oído y su corazón están atrofiados por tantos sonidos
cercanos y ajenos, ruidos externos e internos, pero cuando se descubre la
importancia de escucharse a uno mismo, a los demás, a la naturaleza y sobre todo
a Dios, se conocen también las maravillas de un lenguaje sin igual que nos hace
entender, escuchar y comprender el mensaje que se nos está dirigiendo por parte
de ellos.
Creo que la auténtica sabiduría se consigue al estar abiertos a escuchar las
razones del otro, en silencio, sin importar las nuestras. Siempre podemos
aprender algo positivo si somos capaces de ser respetuosos cuando hablan los
demás, aunque no compartamos los ideales que exponen. Cuánta falta hacen
personas que estén dispuestas a escuchar atentamente.
Al realizar un recorrido de la situación actual, tomo conciencia de la debilidad y de
las dificultades para escuchar en medio de estas eventualidades diarias. Quiero
que juntos reflexionemos, ¿cuándo y a quién fue la última vez que escuchaste con
atención?, ¿qué fue lo que te dijo? y ¿qué crees que puedes aprender de este
hecho? Seguramente aquel campesino no tenía estudios, pero aprendió a
escuchar a sus paisanos y, a través de este ejercicio, el cual se convirtió en una
virtud, aprendió la sabiduría práctica de la vida por medio de la escucha.
POR RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS