Mutación de Argentina: de la España católico a la China británica

José Arturo Quarracino
José Arturo Quarracino

En los primeros días de agosto, la Cámara de Senadores nacionales aprobó un acuerdo a medida del régimen de Beijing. Se trata de un convenio entre la Argentina y la República Popular China, suscripto en Beijing el 17 de mayo de 2017, sobre el establecimiento de un centro cultural chino en el país. Ese convenio fue firmado por el ex presidente Mauricio Macri, y llamativamente es confirmado por el actual gobierno progresista socialdemócrata, enfrentado “ideológicamente” con el gobierno anterior, pero en este caso en coincidencia absoluta a medida de los intereses estratégicos del país oriental.

En otras palabras: si bien ambas fuerzas políticas -macrismo y kirchnerismo- están enfrentadas en casi todas las cuestiones políticas importantes, en el caso chino la subordinación política y cultural es única y la misma.

El objetivo del acuerdo es “promover el intercambio cultural y la cooperación entre los dos países y profundizar la comprensión mutua”. El polo “cultural“ será una institución oficial sin fines de lucro que el gobierno de China dirigirá conforme la normativa de la Argentina.

Las funciones de la institución del régimen serán promover el idioma, la cultura y las artes de China, y crear bibliotecas, salas de lectura y de proyección. La entidad podrá cobrar aranceles necesarios para cubrir gastos y estará exento de pagar derechos de importación y/o tarifas aduaneras para determinados artículos.

De acuerdo al pedido de Xi Jinping, máxima autoridad del Partido Comunista y del gigante asiático, el polo cooperará con órganos estatales, autoridades locales, institucioínes culturales y artísticas. Tendrá derecho a cobrar los aranceles necesarios para cubrir los gastos de espectáculos, exposiciones y otras actividades culturales y educativas, catálogos, posters, folletería y casas de té o cafés orientados a mostrar el estilo de vida tradicional de China.

Además, podrá cooperar con órganos estatales, autoridades locales, instituciones culturales y artísticas, y personas físicas de la Argentina. También tendrá permitió abrir cuentas bancarias en el país.

Como es habitual en los acuerdos que firma China, este país tiene el control total y absoluto de la iniciativa, como constituyendo un pequeño país dentro del país anfitrión, ya que será responsable del diseño, la construcción, la refacción y la decoración de los edificios del centro cultural. Incluso los contratistas para la construcción también serán seleccionados por el país asiático.

Según consta en el acuerdo, el personal designado por China para el centro estará integrado por ciudadanos chinos titulares de pasaportes de servicios, mientras que el resto del personal podrá estar integrado por ciudadanos de otros países.

Otro de los puntos que destaca es que Argentina le brindará asistencia y facilidades al personal del centro cultural, sus cónyuges e hijos, menores de 18 años, para la tramitación de su entrada y residencia en el país.

El acuerdo se había suscripto donde la presidencia de Mauricio Macri y bajo el acuerdo que llevó adelante el ex canciller Jorge Faurie. La carta que fue enviada al Congreso en aquel entonces indicaba que el establecimiento del centro cultural permitiría profundizar las relaciones de amistad y ampliar la cooperación amistosa en el campo cultural, y entre los pueblos de los dos países, sobre la base del respeto mutuo y la confianza. Ahora, el gobierno kirchnerista acató el deseo de Xi Jinping.

Con este paso dado, por servilismo y claudicación de su dirigencia política gobernante, aliada a su supuesto “enemigo político”, se pretende iniciar un camino de abandono de la tradición histórica y cultural de la que nació la Argentina, la herencia hispano católico, para mutar y someterse a una cultura extraña y ajena al país, la chino-oriental, esencialmente imperialista y afín al poder político británico que la sustenta en todos sus niveles.

Sin memoria histórica, un país es fácilmente dominado. Este es el objetivo final: la Argentina de rodillas ante los poderes internacionales dominantes.

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