Clausuró el Papa el encuentro «Economía de Francisco, en Asís

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Cuando a la comunidad civil y a las empresas les faltan las capacidades de los jóvenes, toda la sociedad se marchita, y la vida de todos se apaga. Falta creatividad, falta optimismo, falta entusiasmo. Una sociedad y una economía sin jóvenes son tristes, pesimistas, cínicas. Pero gracias a Dios ustedes están: no sólo estarás mañana, sino que están hoy; no son sólo el «todavía no», son también el «ya», son el presente, comentó hoy el Papa en su discurso al término del Encuentro denominado «Economía de Francisco».

“Una economía que se deja inspirar por la dimensión profética se expresa hoy en una nueva visión del medio ambiente y de la tierra”,, añade el Papa constatando que son muchas las personas, las empresas y las instituciones que “están haciendo una conversión ecológica”. Por eso llama a “avanzar por este camino, y hacer más”. “Hay que cuestionar el modelo de desarrollo”.

La situación es tal que no podemos sólo esperar a la próxima cumbre internacional: la tierra arde hoy, y es hoy cuando debemos cambiar, en todos los niveles.

Recordando el trabajo realizado por los jóvenes sobre “la economía de las plantas”, constata cómo el paradigma vegetal contiene un “enfoque diferente con respecto a la tierra y el medio ambiente”. “Las plantas – nota – saben cooperar con todo el ambiente de su entorno, e incluso cuando compiten, en realidad están cooperando por el bien del ecosistema”. El Pontífice espera que los jóvenes sean capaces de salir del paradigma económico siglo XX:

Aprendamos de la mansedumbre de las plantas: su humildad y su silencio pueden ofrecernos un estilo diferente que necesitamos urgentemente.  Porque, si hablamos de transición ecológica, pero nos quedamos en el paradigma económico del siglo XX, que depredó los recursos naturales y la tierra, las maniobras que adoptaremos serán siempre insuficientes.

Francisco recuerda que la Biblia está está llena de árboles y de plantas, “desde el árbol de la vida hasta el granito de mostaza. “Y San Francisco, precisa, nos ayuda con su fraternidad cósmica con todas las criaturas vivas”.

Nosotros, los humanos, en los dos últimos siglos, hemos crecido a costa de la tierra. A menudo la hemos saqueado para aumentar nuestro bienestar, y ni siquiera el bienestar de todos. Es éste el tiempo de un nuevo coraje para abandonar las fuentes de energía fósiles, para acelerar el desarrollo de fuentes de impacto cero o positivo.

“Es necesario un cambio rápido y decisivo. ¡Cuento con ustedes! ¡No nos dejen tranquilos, y dennos el ejemplo!”, afirma Francisco al tiempo que recuerda que “la sostenibilidad es una realidad con diversas dimensiones”:  la dimensión medioambiental y las dimensiones social, relacional y espiritual.

“La dimensión social comienza a ser reconocida lentamente: nos estamos dando cuenta de que el grito de los pobres y el grito de la tierra son el mismo grito”, añade, citando lo que ha escrito en la Laudato si’ para llamar la atención a tener en cuenta “los efectos que algunas opciones medioambientales tienen sobre la pobreza”.

No todas las soluciones medioambientales tienen los mismos efectos sobre los más pobres y, por lo tanto, hay que preferir aquellas que reducen la miseria y las desigualdades. Mientras intentamos salvar el planeta, no podemos descuidar al hombre y a la mujer que sufren. La contaminación que mata no es sólo el del dióxido de carbono, la desigualdad también contamina mortalmente a nuestro planeta.

“Mientras intentamos salvar el planeta, no podemos descuidar al hombre y a la mujer que sufren”, continúa el Santo Padre. También hay una insostenibilidad de nuestras relaciones, recuerda. “Especialmente en Occidente, las comunidades se vuelven cada vez más frágiles y fragmentadas”. “¡Las soledades son un gran negocio en nuestra época!, pero así genera una carestía de felicidad”, denuncia el Papa, para hacer hincapié en la “insostenibilidad espiritual de nuestro capitalismo”. El primer capital de toda sociedad es el espiritual, señala el Papa, “ porque es el que nos da las razones para levantarnos cada día e ir al trabajo, y genera la alegría de vivir que también es necesaria para la economía”.

Nuestro mundo está consumiendo rápidamente esta forma esencial de capital acumulada durante siglos por las religiones, las tradiciones sapienciales y la piedad popular. Y así, sobre todo los jóvenes sufren por esta falta de sentido: a menudo frente al dolor y a las incertidumbres de la vida, se encuentran con un alma empobrecida de recursos espirituales para elaborar sufrimientos, frustraciones, decepciones y lutos. La fragilidad de muchos jóvenes proviene de la falta de este precioso capital espiritual: un capital invisible pero más real que los capitales financieros o tecnológicos.

En la ciudad del santo de Asís, que dedicó su vida a los pobres, el Papa se detiene en la pobreza. ”Hacer economía inspirándose en él significa comprometerse a poner a los pobres en el centro” y mirar la economía a través de ellos”.  “Una economía de Francisco, afirma el Papa, no puede limitarse a trabajar para o con los pobres”. Es necesario “abrir nuevos caminos para que los mismos pobres se conviertan en los protagonistas del cambio”. “San Francisco, nota el Papa, no sólo amaba a los pobres, sino también amaba la pobreza”.

Nuestro capitalismo, en cambio, quiere ayudar a los pobres, pero no los estima, no entiende la paradójica bienaventuranza: ‘bienaventurados los pobres’. Nosotros no debemos amar la miseria, es más, hay que combatirla, ante todo creando trabajo, trabajo digno. Pero el Evangelio nos dice que sin estimar a los pobres no se combate ninguna miseria. Y, en cambio, es de aquí desde donde debemos partir, también ustedes empresarios y economistas: habitando estas paradojas evangélicas de Francisco.

Y a la luz de esta reflexión, Francisco deja a los jóvenes  que tiene “tres indicaciones de recorrido”:  “mirar el mundo a través de los ojos de los más pobres”, “no olvidarse de los trabajadores y de crear trabajo” y “la encarnación, un compromiso concreto y cotidiano”.

Pero para tener los ojos de los pobres y de las víctimas hay que conocerlos, hay que ser sus amigos. Y, créanme, si se hacen amigos de los pobres, si comparten su vida, también compartirán algo del Reino de Dios, porque Jesús dijo que de ellos es el Reino de los cielos, y por esto son bienaventurados.  Y lo repito: que sus elecciones cotidianas no produzcan descartes.

El Pontífice concluye su discurso a los chicos y chicas economistas, empresarios y empresarias que se han encontrado hoy en Asís rezando una oración para invocar la bendición del Señor sobre ellos y sus proyectos:

Bendícelos en sus empresas, en sus estudios, en sus sueños; acompáñalos en sus dificultades y en sus sufrimientos, ayúdalos a transformarlos en virtud y sabiduría. Sostén sus deseos de bien y de vida, sostenlos en sus decepciones frente a los malos ejemplos, haz que no se desanimen y continúen en el camino. Tú, cuyo Hijo unigénito se hizo carpintero, dónales la alegría de transformar el mundo con el amor, con el ingenio y con las manos. Amén.

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