Este jueves 15 de septiembre, último día de la “peregrinación de paz” del Obispo de Roma a Kazajistán, el punto de encuentro fue la Catedral Madre del Perpetuo Socorro, sede de la Arquidiócesis de María Santísima en Astana. Se trata de un templo con una prolífica historia, que comienza en la década de 1930, cuando los habitantes de las regiones occidentales de Ucrania, Bielorrusia, la región del Volga y otros lugares de la antigua Unión Soviética fueron deportados a Kazajistán. En la iglesia, el Pontífice fue recibido por un grupo de niños que le obsequiaron flores, mientras una familia ejecutaba unos cantos tradicionales, ataviados con tocados de piel y trajes típicos.
La cálida acogida al Sucesor de Pedro en la Catedral de Nursultán.
En este sitio sagrado, que el 6 de agosto de 1999, tras el establecimiento de la Administración Apostólica de Astana por San Juan Pablo II se convirtió en Catedral, el Pontífice agradeció las palabras de Monseñor José Luis Mumbiela Sierra, español, presidente de la Conferencia Episcopal de Asia Central y obispo de Almaty.
El Papa saluda a Monseñor Mumbiela Sierra.
Francisco, quien desarrolló su alocución desde una silla al lado del icono de María, Madre de la Gran Estepa, aludió a la intervención del prelado. En su saludo, el obispo comentó que “la mayor parte de nosotros somos extranjeros”. Para el Papa, en efecto, “la fuerza de nuestro pueblo sacerdotal y santo está justamente en hacer de la diversidad una riqueza compartiendo lo que somos y lo que tenemos: nuestra pequeñez se multiplica si la compartimos”.
Herencia y promesa
Inspirándose en el fragmento que escucharon, en el que la Palabra afirma que el misterio de Dios -dice San Pablo- ha sido revelado a todos los pueblos, el Sucesor de Pedro acotó que “cada hombre puede acceder a Dios, porque -explica el apóstol- todos los pueblos ‘participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio’ (Ef 3,6)”.
De ahí el énfasis del Pontífice en dos palabras: herencia y promesa. Por un lado, se detuvo en la idea de “una Iglesia que hereda siempre una historia, siempre es hija de un primer anuncio del Evangelio, de un evento que la precede, de otros apóstoles y evangelizadores que la establecieron sobre la palabra viva de Jesús”.
Por otra parte, “es también la comunidad de aquellos que han visto en Jesús el cumplimiento de la promesa de Dios y, como hijos de la resurrección, viven en la esperanza de la plenitud futura”. “Sí, insistió Francisco, somos destinatarios de la gloria prometida, que anima nuestro camino con esperanza”.
“Herencia y promesa: la herencia del pasado es nuestra memoria, la promesa del Evangelio es el futuro de Dios que nos sale al encuentro”, expresó Bergoglio, quien se explayó en este concepto: una Iglesia que camina en la historia entre memoria y futuro.
La memoria
El primer elemento, que remite al pasado, fue desglosado por Francisco considerando que, “si hoy en este vasto país, multicultural y multirreligioso, podemos ver comunidades cristianas vivas, así como un sentido religioso que atraviesa la vida de la población, es sobre todo gracias a la rica historia que los precede”. El Papa destacó la difusión del cristianismo en Asia central, un proceso que ocurrió desde los primeros siglos. También, su mirada se posa sobre los abundantes evangelizadores y misioneros que se desgastaron difundiendo la luz del Evangelio, fundando comunidades, santuarios, monasterios y lugares de culto.
Existe, por tanto, una herencia cristiana ecuménica, “que ha de ser honrada y custodiada una transmisión de la fe que ha visto protagonistas y también tanta gente sencilla, tantos abuelos y abuelas, padres y madres”.
Como lo ha reiterado en tantas oportunidades, Francisco instó a “no perder de vista el recuerdo de cuantos nos anunciaron la fe, porque hacer memoria nos ayuda a desarrollar el espíritu de contemplación por las maravillas que Dios ha realizado en la historia, aun en medio de las fatigas de la vida y de las fragilidades personales y comunitarias”.
Igualmente, Francisco alertó que “no se trata de mirar hacia atrás con nostalgia, quedándonos estancados en las cosas del pasado y dejándonos paralizar en el inmovilismo”. No, “esta es la tentación del ‘retroceso’”, aseveró. En realidad, “la mirada cristiana, cuando vuelve hacia atrás para hacer memoria, lo que quiere es abrirnos al asombro ante el misterio de Dios, para llenar nuestro corazón de alabanza y gratitud por cuanto ha hecho el Señor”.
“Un corazón agradecido, que desborda de alabanza, que no alberga añoranzas, sino que acoge el presente que vive como gracia; y quiere ponerse en camino, ir hacia adelante, comunicar a Jesús, como las mujeres y los discípulos de Emaús el día de la Pascua.”
“Esta es la memoria viva de Jesús, que nos llena de asombro y a la que accedemos sobre todo por el Memorial eucarístico, la fuerza del amor que nos impulsa. Es nuestro tesoro”, sostuvo el Santo Padre. Por este motivo, enfatizó que “sin memoria no hay asombro”.
“Si perdemos la memoria viva, entonces la fe, las devociones y las actividades pastorales corren el riesgo de debilitarse, de ser como llamaradas, que se encienden rápidamente, pero se apagan enseguida. Cuando extraviamos la memoria, se agota la alegría. Desaparece la gratitud a Dios y a los hermanos, porque se cae en la tentación de pensar que todo depende de nosotros”.
Los testimonios
Retomando el testimonio del sacerdote Ruslan Rakhimberlinov, de la Diócesis de Karaganda, el Santo Padre expresó que el padre Ruslan “nos ha recordado algo hermoso: que ser sacerdote ya es mucho, porque en la vida sacerdotal nos damos cuenta de que todo cuanto sucede no es obra nuestra, sino un don de Dios”. En efecto, para el presbítero, “mirar lo que sucede entre Dios y cada ser humano individualmente y comprender que lo que sucede no viene de ti, el ministro, que no puedes crearlo ni cambiarlo, sino que sólo te ha sido dado por Dios para estar presente en esta obra divina y presenciarla con asombro y reverencia”.
El padre Ruslan Rakhimberlinov es un sacerdote de etnia kazaja de la diócesis de Karaganda y el neo rector del Seminario Interdiocesano «María, Madre de la Iglesia» de Karaganda.
Y luego citó el mensaje de Sor Clara, quien, hablando sobre su vocación, “quiso ante todo agradecer a aquellos que le anunciaron el Evangelio”, dijo Francisco. “Gracias a todas las personas que han sido testigos de Cristo en mi vida”, había compartido Sor Clara, “y me han ayudado a responder a Dios y a su llamada”. Para ella, “ser religiosa significa ser espiritualmente una madre para cada persona” y “ser testigo de Cristo es mostrar cómo el Amor y la Misericordia de Dios han actuado y siguen actuando en mi vida”.
La Hermana Clara, de la Comunidad de las Beatitudes, habló en nombre de las religiosas de Kazajistán.
“Gracias por estos testimonios, que nos invitan a hacer memoria agradecida de la herencia que hemos recibido”, manifestó Francisco. Herencia y memoria: los dos términos centrales de su mensaje.
La fe se transmite con la vida
El Pontífice lanzó una pregunta para reflexionar: “Si profundizamos en esta herencia, ¿qué es lo que vemos?”. Respondió: “Que la fe no ha sido transmitida de generación en generación como un conjunto de cosas que hay que entender y hacer, como un código fijado de una vez para siempre”. “No, declaró el Papa con contundencia, la fe se transmite con la vida, con el testimonio de quien ha llevado el fuego del Evangelio en medio de las situaciones para iluminarlas, para purificarlas y difundir el cálido consuelo de Jesús, así como la alegría de su amor que salva, la esperanza de su promesa”.
“Haciendo memoria, entonces, aprendemos que la fe crece con el testimonio. El resto viene después”, prosiguió el Obispo de Roma, quien pronunció una llamada a todos, que quiso reafirmar:
“No nos cansemos de dar testimonio de la esencia de la salvación, de la novedad de Jesús, de la novedad que es Jesús. La fe no es una hermosa exposición de cosas del pasado -esto sería un museo-, sino un evento siempre actual, el encuentro con Cristo que tiene lugar en nuestra vida, aquí y ahora.”
Por tanto, aclaró que la fe se comunica no con la sola repetición de las cosas de siempre, sino transmitiendo la novedad del Evangelio. De este modo, la fe permanece viva y tiene futuro, confesó el Pontífice. «Por esto a mí me gusta decir que la fe se transmite en dialecto», amplió el Obispo de Roma.
El futuro
De la memoria la meditación de Francisco pasó hacia el futuro, reconociendo que “la memoria del pasado no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a la promesa del Evangelio”.
“Jesús nos aseguró que estará siempre con nosotros. Por lo que no se trata de una promesa dirigida sólo a un futuro lejano, sino que estamos llamados a acoger hoy la renovación que el Resucitado lleva a cabo en la vida. A pesar de nuestras debilidades, Él no se cansa de estar con nosotros, de construir a nuestro lado el futuro de la Iglesia que es suya y nuestra.”
El Sumo Pontífice admitió que, frente a tantos retos de la fe (en especial, los que tienen que ver con la participación de los jóvenes, así como delante de los problemas y fatigas de la vida), “mirando a los números, en la vastedad de un país como este, podríamos llegar a sentirnos ‘pequeños’ e incapaces”. No obstantes, puntualizó que “si adoptamos la mirada esperanzadora de Jesús, descubrimos algo sorprendente: el Evangelio dice que ser pequeños, pobres de espíritu, es una bienaventuranza, la primera bienaventuranza (cf. Mt 5,3), porque la pequeñez nos entrega humildemente al poder de Dios y nos lleva a no cimentar la acción eclesial en nuestras propias capacidades”.
“¡Esta es una gracia! Lo repito: hay una gracia escondida al ser una Iglesia pequeña, un pequeño rebaño, en lugar de exhibir nuestras fortalezas, nuestros números, nuestras estructuras y cualquier otra forma de prestigio humano, nos dejamos guiar por el Señor y nos acercamos con humildad a las personas”. “Ricos en nada, pobres de todo, caminamos con sencillez, cercanos a las hermanas y a los hermanos de nuestro pueblo, llevando la alegría del Evangelio a las situaciones de la vida”, acentuó el Papa.
“Ser pequeños nos recuerda que no somos autosuficientes”
En esta gracia escondida de ser una Iglesia pequeña, ricos en nada, pobres de todo, trae a colación un recordatorio importante: que necesitamos de Dios, pero también de los demás, “de todos y cada uno: de las hermanas y hermanos de otras confesiones, de quien profesa un credo religioso diferente al nuestro, de todos los hombres y mujeres de buena voluntad”.
“Nos damos cuenta, con un espíritu de humildad, que solo juntos, en el diálogo y en la aceptación recíproca, podemos hacer algo verdaderamente bueno por todos. Es la tarea particular de la Iglesia en este país, no ser un grupo que se deja arrastrar por las cosas de siempre, o que se encierra en su caparazón porque se siente pequeña, sino una comunidad abierta al futuro de Dios, encendida por el fuego del Espíritu: viva, llena de esperanza, disponible a su novedad y a los signos de los tiempos, animada por la lógica evangélica de la semilla que da frutos de amor humilde y fecundo.”
Ser comunidad abierta: esto se realiza “cada vez que vivimos la fraternidad entre nosotros, que atendemos a los pobres y a quienes están heridos por la vida, cada vez que en las relaciones humanas y sociales damos testimonio de la justicia y de la verdad, diciendo “no” a la corrupción y a la falsedad”.
Que las comunidades cristianas sean escuelas de sinceridad
El Papa auguró que las comunidades cristianas no sean ambientes rígidos y formales, sino “gimnasios de la verdad, de la apertura y del intercambio” y que “en nuestras comunidades seamos todos discípulos del Señor: todos discípulos, todos esenciales, todos de igual dignidad”. “No solo los obispos, los sacerdotes y los consagrados, sino todos los bautizados han sido sumergidos en la vida de Cristo y en Él -como nos recordaba san Pablo- están llamados a recibir la herencia y a acoger la promesa del Evangelio”, subrayó Bergoglio. Por este motivo, remarcó que se ha de brindar un espacio a los laicos. Según el Papa, esto “les hará bien, para que las comunidades no se hagan rígidas y no se clericalicen”.
“La apertura, la alegría y el intercambio son los signos de la Iglesia de los orígenes, y son también los signos de la Iglesia del futuro. Soñemos y, con la gracia de Dios, edifiquemos una Iglesia que esté más llena de la alegría del Resucitado, que rechace los miedos y las quejas, que no se deje endurecer por dogmatismos ni moralismos”.
“No sean administradores de lo sagrado”
Francisco evocó el testimonio del Beato Wladyslaw Bukowiński, “un sacerdote que gastó su existencia cuidando a los enfermos, a los necesitados y a los marginados, sufriendo en carne propia la fidelidad al Evangelio con la prisión y los trabajos forzados”. A partir de esta emblemática figura, el Sucesor de Pedro repitió, como en tantas ocasiones a lo largo de su Pontificado, que la misión de los sacerdotes y de los obispos no es ser administradores de lo sagrado o gendarmes preocupados por hacer que se respeten las normas religiosas, “sino pastores cercanos a la gente, imágenes vivas del corazón compasivo de Cristo”.
El Pontífice recordó, además, “a los beatos mártires greco-católicos, al obispo Mons. Budka, al sacerdote Zariczkyj y a Gertrude Detzel, cuyas causas de beatificación se han abierto”. “Como nos ha dicho la señora Miroslava, ellos llevaron el amor de Cristo al mundo. Ustedes son su herencia: ¡sean promesa de nueva santidad!”, añadió. Precisamente, Miroslava Galushka, esposa de un sacerdote greco-católico de la Administración Apostólica de los católicos de rito bizantino de Kazajistán y Asia Central, ofreció su testimonio contando que hace diez años ayuda a su marido en el ministerio en misiones para los fieles católicos de rito bizantino en Kazajistán. “Doy gracias al Señor porque mi marido respondió una vez a la llamada del Espíritu Santo y decidió dejar su tierra natal para venir a ejercer su ministerio en Kazajstán y compartir la vida con la gente que el Señor pone en el camino de la fe cristiana, sostenida por el amor de Dios y la alegría del Evangelio”, había exteriorizado Miroslawa en su conmovedor parlamento.
En la parte final de su mensaje, el Papa confirmó que está cerca de sus hermanos obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, agentes de pastoral y los exhortó a vivir con alegría esta herencia y a dar testimonio de ella con generosidad, “para que todas las personas con las que se encuentren puedan percibir que también hay una promesa de esperanza dirigidas a ellas”. Francisco los acompaña con la oración y encomienda a todos de manera particular al corazón de María Santísima, a quien veneran de modo especial como Reina de la paz.
Bergoglio aprovechó para recordar “un bonito signo maternal” que sucedió en tiempos difíciles, según leyó el Santo Padre. “Mientras tantas personas eran deportadas y se veían obligadas a pasar hambre y frío, ella, Madre tierna y cariñosa, escuchó las oraciones que sus hijos le dirigían”.
“Durante uno de los inviernos más crudos, la nieve se derritió rápidamente, haciendo surgir un lago con muchos peces, que dieron de comer a muchas personas que morían de hambre”, continuó. “¡Que la Virgen derrita el frío de los corazones, infunda en nuestras comunidades una renovada calidez fraterna y nos dé una nueva esperanza y un nuevo entusiasmo por el Evangelio!”, añadió Bergoglio, quien, con afecto, bendijo a los presentes y les dio las gracias, pidiéndoles, como es costumbre, que recen por él. Una solicitud que fue seguida de aplausos efusivos del Santo Pueblo Fiel de Dios, un pueblo católico alegre, vivo, que representa una minoría en esta nación multiétnica y multireligiosa, en la que todos tienen necesidad de todos.