Lección sobre la humildad

Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Pbro. José Manuel Suazo Reyes

El evangelio de este domingo (Lc 14, 1. 7-14) nos presenta a Jesús, asistiendo a un banquete en la casa de uno de los jefes de los fariseos. Esta circunstancia es aprovechada por él para ofrecer una lección sobre la humildad y sucesivamente sobre la acogida de los más pobres y marginados. El hijo de Dios que vino a llamar a la conversión a los pecadores aprovecha toda ocasión para enseñar la verdad que salva.

En aquel banquete había otros invitados que “espiaban” a Jesús. Jesús también observa su comportamiento de cómo los que iban arribando buscaban los primeros puestos en el refectorio. Los fariseos lo espiaban para encontrar un motivo, acusarlo y llevarlo ante los tribunales; la mirada de Jesús hacia los fariseos, en cambio tiene otra intención, desenmascara su comportamiento para llamarlos a la conversión y conducirlos por el camino de la salvación.

Jesús busca siempre la salvación de todos. Las llamadas de atención a la gente y en este caso a los fariseos están motivadas por la compasión y la misericordia. Él no pierde la oportunidad de acercarse incluso a sus adversarios. No los evita ni los margina. Él busca a todo tipo de personas, dialoga con ellos y abre las puertas de la salvación. Jesús muestra con todo ello que la misericordia de Dios es más grande que cualquier pecado de la humanidad.

El ejemplo de Jesús es digno de imitación. No es bueno dejarse impresionar por las diferencias que pudieran existir con los demás. Como buen cristiano debe siempre tender la mano, decir siempre una buena palabra y acortar las distancias que se puedan hacer con los demás.

Ante el comportamiento que observa de la búsqueda de los primeros lugares, Jesús ofrece una lección sobre la humildad. “El que se engrandece a sí mismo será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. No se trata de una lección de urbanidad sino una norma de comportamiento religioso. Es una norma moral que se relaciona con Dios y con los demás en orden a la salvación. Delante de Dios hemos de procurar acercarnos con una actitud humilde para recibir de él los dones de la salvación. La actitud humilde lleva a la persona al reconocimiento de sus propias culpas y a buscar la ayuda divina. Lo contrario de la humildad es la soberbia y esa nos nubla la razón y no nos permite reconocer nuestros errores ni nuestras faltas, nos lleva a exigir a los demás las cosas que consideramos erróneamente que nos pertenecen.

En el banquete del reino de Dios nadie puede sentirse más digno que los demás. Nadie puede considerarse superior a los demás. A los ojos de Dios todos somos su hijos.

Las enseñanzas de Jesús no buscan prohibir las reuniones de convivencia entre familiares y amigos sino enseñarnos una doble lección:

La primera es que no debemos hacer las cosas por egoísmo o para tener una ventaja personal sobre los demás, sino lo que nos debe mover es el amor. Uno debe procurar actuar en forma desinteresada, si desea tener una recompensa de parte de Dios.

La segunda es que nuestras acciones de amor deben tener además una preferencia: los pobres, los necesitados del cuerpo y del espíritu. Aquellos que el mundo desprecia pues en ellos por así decirlo se esconde el Señor. Recordemos aqu,ello que dice Jesús: tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me hospedaste… Lo que hiciste al más insignificante a mí me lo hiciste, dice el Señor.

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Párroco en San Miguel Arcángel, Perote, Veracruz.