MENSAJE A LA COMUNIDAD
7 de agosto de 2022
“LA FE ES LA GARANTÍA DE LO QUE SE ESPERA”
(Hb 11,1)
Vivir la fe cristiana, en estos tiempos de tanta confusión y diversidad en pensamientos, puede parecer una tarea imposible de cumplir por el compromiso que conlleva, ya que la situación actual nos llama más a la superficialidad que a la profundización de nuestros pensamientos, la corrección de nuestros sentimientos y mejorar nuestras acciones.
Es necesario que aprendamos a vivir en la docilidad y en la apertura al mensaje de salvación, y que no nos dejemos envolver por el individualismo que tanto daño está causando a nuestras familias y a la sociedad en general.
La fe mueve el corazón a la solidaridad, a la empatía con el prójimo, llevándonos a compartir lo que tenemos y las cosas que nos pasan, estando al pendiente de aquellos que viven alejados y olvidados como consecuencia de una cultura que descarta y que no se compromete con quienes más lo necesitan.
Les invito a que, en comunión, pidamos a Dios nos conceda la gracia de vivir fortalecida nuestra fe en el testimonio cotidiano, en el compromiso generoso, en la apertura a la novedad divina que quiere manifestarnos su amor en todo momento.
Esta fe que nos ayudará a salir adelante, confiando en que al poner al servicio de los demás los dones con los que hemos sido bendecidos, podremos edificar una sociedad unida y una sociedad en paz.
De manera particular, quiero motivar a los jóvenes universitarios que están por iniciar, o algunos ya iniciaron, el nuevo ciclo de escolar, a que confíen en que sus sueños y anhelos pueden realizarse plenamente, especialmente si se disponen de corazón a darlo todo. Este es el tiempo de fortalecer los cimientos de la construcción de la propia vida. No desaprovechen la oportunidad que tienen para crecer en conocimientos, en convivencia y en sana esperanza.
A todos los maestros y maestras, los animo en su encomienda, pidiendo a Dios les conceda luces, sabiduría y fortaleza para cumplir con esta noble vocación que tanto bien hace a quienes les son confiados en las aulas escolares.
Pedimos también por las autoridades universitarias para que cumplan con gran responsabilidad ese cometido y hagan de las instituciones de Monterrey, de México y del mundo, instituciones que respondan a las necesidades e inquietudes de los más jóvenes.
Finalmente, invito a los padres de familia de los jóvenes universitarios a que no desfallezcan en el esfuerzo que desde hace tiempo realizan para lograr que sus hijos reciban la educación superior. Estoy convencido de que el trabajo que ustedes realizan será recompensado, solo es cuestión de tiempo y acompañamiento positivo para seguir dándole la mano a quien aspira a obtener una vida mejor; no dejen de quererlos pero también de corregirles cuando no hacen lo que deben realizar.
Que Dios bendiga el inicio de este ciclo escolar y nos ayude a todos a ser solidarios, especialmente al volver a los congestionamientos viales que se ocasionan en estos tiempos. Tengamos paciencia y procuremos organizar bien nuestro tiempo, contando siempre con el apoyo de las autoridades de tránsito y vialidad, a quienes agradecemos su dedicación para agilizar la vialidad en nuestra ciudad. Ojalá tengamos una ciudad más en orden y más bella.
Quiero aprovechar, primero para invitarles a las peregrinaciones que la semana que entra tendremos como Arquidiócesis; el jueves 11 de agosto estaremos en “el cubilete”, allá cerca de León, Guanajuato, para pedirle a Cristo Rey que México viva en paz y que cese la violencia.
Posteriormente, el 12 de agosto (viernes) en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe allá en la Ciudad de México, a las 12 del día, celebraremos la Santa Misa y pondremos en las manos de la Virgen María, de la morenita del Tepeyac, la vida de todos ustedes. Quienes puedan acompañarnos, con gusto los esperamos.
También, es ocasión para mí agradecer a los sacerdotes de la Diócesis de la Tarahumara, su buena acogida, su cariño con el cual convivimos durante esta semana en ejercicios espirituales. Que sepan los pueblos de la Tarahumara, que un servidor, todos los Obispos de México y todos los ciudadanos mexicanos estamos con ustedes. Que Dios les conceda la paz, que cese la violencia y que Dios conceda a cada uno el desarrollo humano-espiritual que necesitan.
Un pensamiento especialmente para el pueblo rarámuri: sepan que los queremos y que estamos con ustedes. Gracias por tantas cosas, y ojalá en nuestro país los pueblos originarios reciban siempre lo que deben recibir: nuestro respeto, nuestro amor y nuestra solidaridad.
Que tengan un buen domingo.
Mons. Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Monterrey
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