Máximas de Jesús

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Los primeros versículos del capítulo doce de san Lucas recogen palabras de JESÚS que pudieron ser pronunciadas en distintas circunstancias, pero recogidas por el evangelista en ese tramo de la “Subida a Jerusalén”. El primer versículo del capítulo doce responde sin matices a la controversia creada con los fariseos, escribas y legistas. La primera sentencia dice: “guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (v.1). El capítulo once concluye con un punto de tensión especialmente elevado entre los fariseos y JESÚS: “cuando salió de allí comenzaron los escribas y los fariseos a acosarlo implacablemente, intentando hacerle hablar de muchas cosas, buscando encontrar con insidias alguna palabra de su boca” (v.52-53). Recordemos que el capítulo once se inicia con la enseñanza del Padrenuestro a los discípulos, y concluye con la puesta en evidencia de unos corazones incapaces de recibir la nueva revelación que trae JESÚS por estar instalados en la doblez y la mentira. Las sentencias iniciales del capítulo doce tienen por objeto advertir a los discípulos sobre los riesgos que los acechan a su alrededor, al mismo tiempo que deben vivir con un corazón sencillo fijos en la confianza y Providencia de DIOS: “no temas pequeño rebaño, porque el PADRE ha decidido daros el Reino” (v.32). Lo que JESÚS dice al pequeño grupo de discípulos lo dice a todos aquellos que lo quieran acoger, por eso su Palabra se mueve siempre entre el pequeño círculo donde es manifestada por primera vez, y el gran campo que es la generalidad de los pueblos. Los más cercanos reciben la Palabra como testigos de la misma con el compromiso de difundirla.

Oposición a JESÚS

La “levadura de los fariseos” es la fuerza malévola que trata de destruir la obra de JESÚS como concluye el capítulo once. Los fariseos, escribas y juristas al escuchar a JESÚS no optaron por el camino de la conversión personal, sino que el objetivo común estuvo alrededor de eliminar a JESÚS. San Lucas señala cómo estos se dedican a proponer a JESÚS argumentos capciosos, con los que poder argumentar de forma falsa con expresiones fragmentadas del propio JESÚS. El resultado de esta operación de acoso se visibiliza en el juicio que conduce a JESÚS a la condena a muerte por parte de las autoridades religiosas y civiles. La hipocresía que JESÚS delatay denuncia hurde una trama que conspira contra ÉL. Al advertir de la campaña radical que en su contra se estaba formando, JESÚS no era presa de imaginaciones conspiranoicas; la cosa iba en serio hasta el punto de extender su radio de acción a uno de sus discípulos cercanos que actuaría como el traidor en la noche, en el drama vivido por JESÚS en Getsemaní.

Superando las categorías éticas

Definimos al hipócrita como el que vacía la verdad de lo que es en realidad para aparentar algo opuesto. El hipócrita es un experto en el enmascaramiento, y finge para originar daño a su alrededor. Alguien puede sobreponerse a la tristeza o el dolor físico para no crear un ambiente de malestar. Este no es un caso de hipocresía; sin embargo actúa de forma hipócrita el que  careciendo de una verdadera dolencia finge una afectación para ser compadecido. El hipócrita que aparece en el evangelio señalado por JESÚS es el que finge una ordotoxia religiosa que lo obliga a oponerse radicalmente al Mensaje y a la persona misma de JESÚS. El fariseo, escriba o letrado, fingen sentirse profundamente afectados y heridos en la más profunda fibra religiosa por la conducta, Mensaje y persona de JESÚS. El fariseo que lo había invitado a comer a su casa “se escandalizaba porque JESÚS no seguía para las comidas el sistema de abluciones prescrito por la normativa rabínica (Cf. Lc 11,38). El mal para presentarse en el escenario de los humanos viene disfrazado de algo bueno, pues así es como nos lo refiere el relato del Génesis (Cf. Gen 3). Incluso al narrar el libro sagrado el asesinato de Abel a manos de Caín, nos cuenta que éste le hace una amable invitación a su hermano para ir al campo, y en ese lugar apacible Caín mata a Abel (Cf. Gen 4,8). La hipocresía es el disfraz que el mal utiliza para inocular su veneno presentándolo como algo bueno y valioso. JESÚS es la encarnación de la Verdad no es una cualidad ética: ÉL vino para ser el testigo de la Verdad (Cf. Jn 18,37). Optar por JESÚS o negarlo es lo mismo que entrar o rechaza la esfera de la Verdad, y eso nos afecta a nuestra misma esencia. Volvemos al primer versículo del capítulo doce: “Habiéndose reunido miles y miles de personas hasta pisarse unos a otros, se puso a decir primeramente a sus discípulos: guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Son “miles y miles” los que vendrán a lo largo de los siglos a escuchar a JESÚS, y para todos sigue vigente la advertencia dada a los más cercanos: “guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Un poco de levadura fermenta toda la masa. Los “miles y miles” constituyen el conjunto de creyentes, que serán iniciados por los discípulos debidamente unidos a su MAESTRO. Pero unos y otros, los miles y miles, y los más próximos deben prevenirse de la hipocresía, que es la levadura corrupta. Hay fermentos buenos y otros que son perniciosos. Los buenos procesos de fermentación consiguen buenos vinos; los malos procesos de fermentación corrompen los alimentos necesarios para el sustento. Bastan mínimas cantidades de algunos elementos en nuestro organismo para que funcione bien el metabolismo, y ocurre lo contrario en el momento que se produce alguna deficiencia. Una mínima cantidad de fermento actúa en toda la masa y esta metáfora la utilizan los evangelios para imaginarnos la expansión del Reino de DIOS, semejante a la levadura que emplea una mujer mezclándola en una masa de tres medidas de harina (Cf. Mt 13,33). Un poco de Caridad y el Amor de DIOS puede extenderse a muchas personas; de la misma forma un poco de doblez o hipocresía despierta la doblez propia sumándonos al de apariencia ganadora. Se finge algo en un principio, hasta que la red envolvente hace imposible el retorno a comportamientos honrados. Poco a poco el alma se fue vendiendo al éxito momentáneo. En el juego de la hipocresía lo importante es el papel que se está jugando y se paga el precio de la honradez y la verdad.

El Evangelio no es una doctrina esotérica

En nuestros tiempos también es necesario tener en cuenta este principio que recoge san Lucas. Una doctrina esotérica es la que se reserva para una élite de iniciados, que cifran en el conocimiento de determinados símbolos el nivel de su crecimiento espiritual. Los esoterismos van de la mano de los secretos satánicos, y sus emisarios los establecen en grados de iniciación. El luciferismo ofrece atractivo para los que se introducen en él, pues está dispuesto para que los adeptos entreguen progresivamente sus mentes y voluntades a un conocimiento que les promete poder y felicidad. Desde el minuto uno en el camino cristiano el principio y la meta del conocimiento espiritual está claro y definido: JESUCRISTO, que es la Segunda Persona de la Santísima TRINIDAD; nació de la VIRGEN MARÍA, murió, fue sepultado y resucitó al tercer día. Lo que se lee en privado en las Escrituras se predica y proclama en púlpitos y plazas, sin restricción alguna. San Lucas nos lo dice así: “nada hay encubierto, que no haya de ser descubierto; ni oculto que no haya de saberse. Porque lo que dijisteis en la oscuridad será oído a la luz; y lo que hablasteis en las habitaciones privadas será proclamado en los terrados” (v.2-3). En las Escrituras la Palabra de DIOS está velada, para que el creyente busque en ella el alimento espiritual que DIOS en su infinita Providencia tenga a bien ofrecerle. En muchos casos esta revelación personal debe ser compartida: el sacerdote transmitirá públicamente en sus predicaciones lo que el SEÑOR le vaya revelando en la lectura devota y meditativa de la Palabra. El padre y la madre de familia deben compartir con los suyos lo que han recibido del encuentro con DIOS a través de la Palabra, porque así se lo pide la Palabra misma: “hablarás a tus hijos” (Cf. Dt 6,7). Cualquier bautizado debe aportar de forma oportuna lo que el SEÑOR le ofrece en la fuente de la Revelación, pues la sociedad debe escuchar el eco de lo que los cristianos reciben en las estancias privadas de la oración (Cf. Mt 6,6). No es verdad que la religión cristiana deba quedar relegada al ámbito privado: tal cosa nunca fue dispuesta por JESUCRISTO. El Evangelio es el proyecto de salvación previsto por DIOS desde toda la eternidad para todos y cada uno de los hombres; y esto no está destinado a ser enterrado como el que escondió el talento para devolvérselo intacto a su SEÑOR (Cf. Mt 25,18). La gente debe saber que solo hay un DIOS y un único Salvador: JESUCRISTO. 

El miedo paralizante

En distintas ocasiones JESÚS tuvo que sacar de la cárcel del miedo a sus discípulos, porque la gran debilidad que padecemos puede paralizar. Algo de miedo despierta la prudencia en algunos casos; pero un miedo excesivo paraliza de forma mortal. La historia de los mártires en la Iglesia, que confesaron a JESUCRISTO, demuestra que la Gracia de DIOS viene en ayuda de la debilidad humana cuando el reto inmediato es la evangelización o el testimonio por JESUCRISTO. Personas normales con sus virtudes y defectos adquirieron en un momento dado la enteraza de morir perdonando a sus verdugos. Desde los mártires de los primeros siglos, los mártires cordobeses mencionados por san Eulogio (Siglo IX). Los mártires de la Guerra Cristera, en Méjico (1926-1929); o los mártires de la Guerra Civil española (1936-1939). El siglo veintiuno sigue anotando los mártires cristianos a manos de grupos fanáticos, que no soportan la presencia de los cristianos por el simple hecho de rezar en la calle o en los templos. JESÚS avisó a los suyos de la resistencia al Evangelio: “amigos míos no temáis a los que matan el cuerpo y después de esto no pueden hacer más” (v.4). El cristiano sabe que otra vida existe. Le basta un instante al SEÑOR para infundir una certeza total al que se encuentra acosado hasta el extremo. La vida sigue con otro revestimiento distinto del cuerpo físico actual (Cf. 2Cor 5,2), porque el SEÑOR ha resucitado y hace partícipe al cristiano de la condición de su mismo Cuerpo Glorioso (Cf. 1Cor 15,44). Los verdugos de aquí sólo pueden matar el cuerpo físico, que es de todo punto valioso para este mundo, pero no es apto para el otro mundo o la otra vida, pues “la carne y la sangre no heredarán el Reino” (Cf. 1Cor 15,50).

Providencia y confianza

Tanto san Mateo y san Lucas ponen en labios de JESÚS las comparaciones de las flores del campo y las aves del cielo (Cf. Mt 6,25ss; Lc 12,6ss) para mover a los discípulos a la confianza incondicional hacia la Providencia de DIOS, que provee de todo lo necesario a las criaturas por ÉL creadas. La Fe en el PADRE garantiza la Vida; por otra parte, la creencia supersticiosa en los ídolos acarrea miseria y muerte. Los discípulos, amigos de JESÚS, deben investirse de confianza en el PADRE para neutralizar el miedo ante las adversidades. La confianza heroica de Abraham cuando se encamina con su hijo Isaac hacia el Monte Moria es proverbial: “hijo mío, DIOS proveerá” (Cf. Gen 22,8). Ninguno de los pajarillos que se venden en el mercado por dos ases queda fuera de la mirada de DIOS (v.6). Dos ases, podría equivaler a cinco céntimos de euro, por lo que el valor de un solo pajarillo sería insignificante desde el punto de vista monetario; pero ese no es el valor con el que DIOS considera las cosas y a sus hijos en especial. Y concluye JESÚS diciendo: “hasta los pelos de vuestra cabeza están contados” (v.7). 

Testigos de JESÚS

Si JESÚS fuera un hombre dentro del común de los mortales sería una máxima presunción reclamar una adhesión como la que ÉL pide: “por todo el que se declare por MÍ ante los hombres, también por él se declara el Hijo del hombre ante los Ángeles de DIOS. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los Ángeles de DIOS” (v.9). La carta a Timoteo nos dice: “si morimos con ÉL, viviremos con ÉL; si sufrimos con ÉL, reinaremos con ÉL; si lo negamos, también ÉL nos negará; si somos infieles, ÉL permanece fiel” (Cf. 2Tm 2,11-13). La negación de JESUCRISTO es la catástrofe del hombre. La apostasía establece el mal sin remedio, pues es la negación de JESUCRISTO previo su conocimiento. San Pablo dirá: “nadie puede decir, JESÚS es SEÑOR, si no es movido por el ESPÍRITU SANTO” (Cf. 1Cor 12,3). ¿Bajo la acción de qué espíritu alguien se decide a declarar que JESÚS no es SEÑOR? La cosa se agudiza en el mal, porque no sólo aparece la declaración apóstata, sino la dependencia del espíritu que la inspira y promueve. Los Ángeles que sirven a JESÚS proveen de todo lo necesario en orden a la Salvación a sus protegidos y encomendados (Cf. Hb 1,13); pero quedan excluidos de su función de enviados por aquellos que niegan la singularidad salvadora de JESÚS de Nazaret, el HIJO de DIOS hecho hombre. 

El pecado de muerte

San Juan en su primera carta exhorta a la oración por aquellos que han incurrido en pecado después del Bautismo y pone una excepción: “hay un pecado que es de muerte por el que no os digo que pidáis” (Cf. 1Jn 5,16). En la misma línea nos hablan los sinópticos y en este caso san Lucas: “a todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero al que blasfeme contra el ESPÍRITU SANTO no se le perdonará” (v.10). Quien descarte de su vida la Divina Misericordia dada por JESÚS en la Cruz se queda sin recursos para la Salvación. DIOS perdona cualquier pecado que proceda del arrepentimiento del pecador, pero se encuentra sin recursos para el que no quiere ser perdonado. Satanás no quiere ser perdonado y se opone a ÉL y todas sus obras. El pecado de Satanás es de muerte y de odio radical a DIOS. Nada tiene que ver ese pecado con la multitud de pecados resultantes de la debilidad humana.

La batalla espiritual

El amigo de JESÚS o su discípulo debe estar preparado para dar la batalla espiritual en cualquier época. Las máximas recogidas por san Lucas en estos versículos sacan al discípulo de cualquier forma de pusilanimidad, apocamiento o desidia. La prudencia debe estar presente en todos sus juicios y la templanza en las acciones llevadas a cabo. Confiado en la Providencia mostrará el tono manso y pacífico de los que se sienten agradecidos por lo que DIOS, el SEÑOR del mundo, le provee. El discípulo de JESÚS no se retrae ante los magistrados y se atreve a debatir y defender sus ideas y planteamientos: “cuando os lleven ante las autoridades, los magistrados y las sinagogas, no os preocupéis de lo que vais a decir, o cómo os defenderéis, porque el ESPÍRITU SANTO os enseñará en ese mismo momento lo que tengáis que decir” (v.12). De diversos modos se va manifestando el ESPÍRITU SANTO y encuentra un cauce especial a través del testimonio de los discípulos de JESÚS que marcan rasgos diferentes de los que propone el mundo. Lo transitorio de este mundo no es despreciable en absoluto en cuanto que es susceptible de encontrar su sentido, porque el Creador lo ha pensado todo en orden a su HIJO y el ESPÍRITU SANTO lleva a cabo esta misión. Todo cambia cuando lo presente se vacía de lo que verdaderamente le da sentido y contenido, entonces cabe decir: “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Cf. Qh 1,1).

El libro del Eclesiastés

El autor de este libro sapiencial se presenta como un rey sabio que dedicó tiempo y recursos a examinar lo que le puede ocurrir al hombre “bajo el sol”. El libro se presenta como una exposición realista de lo que al hombre le ocurre en este mundo, y sus conclusiones son pesimistas, al concluir que la suerte final del sabio y del necio es la misma (Cf. Qh 2,14). Qohelet atisba al final de su escrito una vida unida a DIOS sin una clara retribución por lo que se ha hecho y vivido en este mundo. Concluye Qohetet diciendo: “el hombre se va a su eterna morada, y circulan por la calle los del duelo; mientras no se quiebre el hilo de plata y se rompa la bolita de oro, se haga pedazos el cántaro contra la fuente y caiga la polea dentro del pozo. Vuelve el polvo a la tierra y el espíritu vuelve a DIOS que es quien lo dio” (Cf. Qh 12,5-7). Qohetet es un ejemplo claro de la revelación progresiva que va operando en el Pueblo de DIOS, aunque la aparición de JESUCRISTO con su persona y Mensaje suponen un cambio de nivel dentro del Plan de DIOS. La Encarnación no está incoada en el perfeccionamiento histórico si lo hubiere, sino en la intervención excepcional de DIOS que irrumpe entre nosotros de una forma totalmente nueva. Qohetet analiza las cosas de acuerdo con los elementos de juicio que tiene a su alcance, aunque no pierde del todo la trascendencia, pero no lo puede hacer de la misma forma que si dispusiese de la revelación dada por la Resurrección de JESUCRISTO y la retribución del hombre redimido. El cristiano ve al mundo desde la óptica de la Redención, y Qohetet lo observa en un proceso esforzado de liberación, que experimenta frecuentes momentos de fracaso y frustración. Qohelet comienza su disertación con una conclusión: “vanidad de vanidades: todo es vanidad” (Cf. Qh 1,2), y a lo largo de sus páginas irá argumentando esta perspectiva central del hombre y lo que se mueve a su alrededor. La lectura cristiana ofrece una versión distinta de las cosas; pero el cristiano puede observar que si el hombre se comporta como si DIOS no existiese el resultado coincide con lo que Qohelet expone. Este es un libro sagrado de advertencia para el hombre de cualquier época, al tiempo que se dispone en una postura crítica frente a los otros libros de la Biblia. Algunas expresiones de su pesimismo existencial las hemos incluido en nuestro catálogo sin tener conocimiento expreso de ello. 

Presentación

“Habla Qohelet, hijo de David, rey de Jerusalén” (v.1). Es el rey sabio el que toma la palabra después de haber comprobado con rigor lo que sucedía a su alrededor. La obra de Qohelet data del siglo quinto antes de la era cristiana, y su autor utiliza el recurso de la pseudonimia para ofrecer una narración de lo que la Sabiduría le ha inspirado. Su libro, como el de Job, es una exposición que somete a crítica la retribución del hombre, que se aprecia fundamentalmente como alguien pasajero o más bien fugaz. Produce un cierto vértigo la acumulación de hechos que ponen de manifiesto la volatilidad de la acción humana. 

El vacío de las cosas

“Vanidad de vanidades, todo es vanidad, dice Qohelet” (v.2). El autor sagrado del libro del Apocalipsis aporta la visión cristiana de las cosas: “ellos están en paz, porque sus obras los acompañan” (Cf. Ap 14,13). Al cambiar el horizonte, cambia el sentido y el contenido de las cosas. Sin DIOS, sin transcendencia, lo que se da a nuestro alrededor carece de verdadera consistencia. Si la suerte del sabio y del necio es la misma; si el resultado del que trabaja es fatigarse para que otro venga y lo despilfarre, entonces domina el vacío y el sin sentido. Sin embargo la vida cristiana llena de sentido y significado lo que por sí mismo coincide con el diagnóstico de Qohelet. Dice JESÚS: “la gloria de mi PADRE está en que deis fruto y vuestro fruto dure” (Cf. Jn 15,8). DIOS en su HIJO JESUCRISTO da una nueva razón de ser a las cosas por ÉL creadas.

Rutina de la naturaleza

El sol sale y se pone todos los días por los mismos lugares. Los vientos soplan del sur al norte de forma incesante. Todos los ríos van al mar y éste nunca se llena (Cf. Qh1,3-8). Los ritmos naturales le sirven al autor sagrado para acusar el cansancio que producen las mismas cadencias de las cosas: “todas las cosas dan fastidio, y nadie puede decir que no se cansa, el ojo de ver y el oído de oír” (v.8). Sin una mirada verdaderamente contemplativa, el hombre creado por DIOS cae en el aburrimiento y la depresión, pues se cansa de ver y de oír; y saturado nada le ofrece beneficio. La novedad no existe: “lo que fue eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo bajo el sol” (v.9) Si el autor sagrado viviera en nuestros días tendría que incorporar el hecho de la innovación continua, que puede originar el mismo sopor en el ánimo de los hombres. Algo aparece como nuevo y en pocos días es innovado con nuevas características. En la época de Qohelet las generaciones se sucedían y todo parecía igual a la generación anterior: los hijos vivían las mismas expresiones culturales y de convivencia que los antepasados. La insatisfacción del hombre de hoy es la de no poder abarcar la ingente variedad de estímulos que se le presentan. Hace cien años los cambios acelerados empezaban a producirse, pero se mantenían las bases antropológicas. En estos momentos hasta la identidad fisiológica de una persona se pretende subordinar al sentimiento de su autopercepción. Esto último y otras cosas “son nuevas bajo el sol”, y no dejan de producir hastío y cansancio en el alma, hasta el punto de aumentar el número de suicidios de forma considerable. El suicidio es la última expresión humana que denuncia el vacío producido en el alma de la persona por la vida y circunstancias concurrentes.

El saber

“Donde abunda sabiduría abundan penas, y quien acumula ciencia acumula dolor” (v.18). Nadie se libra del dolor y el sufrimiento en este mundo y esta queja profunda del sabio reclama de forma implícita la retribución después de la muerte, que compense todos los esfuerzos fallidos. Pero esa es una vía que el Qohelet no va a explorar.

Los placeres de la vida (Qh 2)

Qohelet mira retrospectivamente el reinado de Salomón repleto de lujo, riquezas, abundancia en todo lo que un rey puede desear: sirvientes, esposas, concubinas, expertos en la elaboración de manjares y repostería. Qohelet mira a través de los ojos de este rey rodeado de todas las exquisiteces posibles y la conclusión es la misma que en el caso del sabio y del que acumula ciencia: “de cuanto me pedían mis ojos, nada les negué; ni rehusé a mi corazón ninguna alegría, y esto me compensaba de todas mis fatigas” (v.10). Sin embargo “todo ello al final era vanidad y atrapar viento” (v.11) Sin la moderación en los placeres, estos se vuelven contra quien los disfruta. Entonces Qohelet de nuevo mira al sabio y reconoce que aún dentro de la insatisfacción de todo lo humano, la sabiduría es mejor que la necedad; y el sabio tiene mejores perspectivas que el necio (v.14).

Memoria efímera

“No hay recuerdo duradero ni del sabio ni del necio: todos son olvidados, pues el sabio muere igual que el necio… Todo es vanidad y atrapar vientos” (v.15). La mirada de Qohelet abarca hasta donde le permite el horizonte existencial que no cuenta con la Resurrección; y la mirada hacia el más allá es imprecisa y sombría. El que muere va a reunirse con los suyos en un lugar de sombras; y los más elevados espiritualmente lo considera un lugar de reposo pero del todo incierto. Para el hombre religioso la vida más plena está aquí donde se puede bendecir a DIOS, darle gracias y realizar todo acto de culto.

Lo que viene de DIOS

“No hay mayor felicidad para el hombre que comer y beber, y disfrutar en medio de sus fatigas; también esto veo que viene de la mano de DIOS, pues quien come y quien bebe lo tiene de DIOS” (v.24) Lo repetirá Qohelet en otros lugares, pues comer y beber con moderación restablece las fuerzas y la salud del hombre, que debe también disfrutar de la mujer que DIOS le da (Cf. Qh 9.9). Esta mirada del sabio Qohelet no es hedonista, sino que en su realismo hace justicia a las cosas buenas de la vida que DIOS pone a su disposición. Qohelet entiende que el hombre tiene que vivir con equilibrio sin los agobios infructuosos que lo van a hacer infeliz.

Un conflicto y una parábola (Lc 12,13-21)

El Reino de DIOS no se realiza en medio de los hombres sin la confianza en la Providencia Divina. La enseñanza del Padrenuestro con el que se iniciaba el capítulo once debe profundizarse con las actitudes propias de los discípulos que ponen en DIOS toda su confianza. La cosa no es fácil pues los miedos y las incertidumbres acechan la fragilidad espiritual del hombre con toda facilidad. JESÚS no cesa de impartir doctrina a los discípulos y a las multitudes. Miles y miles –miríadas de miríadas- se concentran en torno a JESÚS (v.1). Todos querían ver a JESÚS, escucharlo y percibir el timbre de su voz que poseía algo indescriptible, y con resultados sanadores para el alma y el cuerpo. Nadie volvía a sus casas de la misma forma, que al salir al encuentro del MAESTRO. Los intereses particulares de cada uno eran variados, y entre aquellos reunidos había dos hermanos que mantenían un conflicto por causa de la herencia. Uno de ellos le dice a JESÚS: “MAESTRO dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo. JESÚS le contestó: nadie me ha constituido entre vosotros juez o repartidor” (v.13-14). Algunos mantenían la visión tomada de la actuación de los legistas, que en determinados momentos podían actuar como autoridades en la resolución de conflictos patrimoniales. La Ley de Moisés recogida en el Pentateuco ofrece algunos criterios normativos para mantener la herencia y la unidad territorial del Pueblo elegido. Pero aquel tipo de funciones no entraba en la actividad misionera de JESÚS. El Evangelio tenía un horizonte distinto y su causa se ocupaba de esclarecer el rostro de DIOS para los hombres. JESÚS no había sido enviado a resolver asuntos de herencias particulares, ni de ensanchar los límites territoriales del Pueblo elegido. JESÚS en ningún momento ocultó el sentido último de su verdadera misión, y la fue mostrando en ocasiones de forma provocadora, pues lo que le importaba era el núcleo mismo de la religión. Con motivo de la petición de aquel hombre presumiblemente defraudado por su hermano, JESÚS expone una parábola para hacer una caricatura de la inutilidad del agobio por acumular riquezas materiales.

La avaricia

“Guardaos de toda codicia” (v.15) Este caso de la herencia mal repartida y la parábola posterior vienen a poner el contrapunto en el conjunto del discurso. La avaricia, la codicia y los apegos a las cosas quedan en el polo opuesto a la confianza en la Divina Providencia. Como bien sabemos, la avaricia es uno de los siete pecados capitales; por tanto, una de esas raíces profundas, que en un buen número de personas aparece como pasión dominante. San Ignacio de Loyola lo explica muy bien, y nos dice que alrededor de esa tendencia negativa al ser dominante se van engarzando otros vicios, pecados y defectos. Al descubrir la pasión dominante damos con la cabeza de la serpiente, y es cuestión de tiempo que el SEÑOR acabe con ella. La avaricia hace que el afán por la posesión de cosas sea insaciable: nada es suficiente para el avaricioso. Como toda pasión dominante, la avaricia es compulsiva y vuelve al que la padece un individuo caprichoso y violento. La avaricia cuyo resultado es el aumento de las posesiones va creando una mayor sensación de poder sobre las personas y las cosas. El sujeto empieza a generar fantasías cercanas a la “omnipotencia”, que lo hacen en la práctica prepotente, soberbio y despótico. No es objetable el sano ejercicio de la competencia empresarial, en el que respetando la legalidad se va incrementando el beneficio a favor de la empresa misma y de los trabajadores. El ejercicio económico no tiene que ir inexorablemente ligado a la avaricia; lo mismo que el ejercicio de la política no tiene que estar asociado a un comportamiento soberbio psicopático. Ambas actividades son necesarias en la sociedad: no podemos prescindir de los buenos políticos que nos representen, ni de los empresarios que en muchas ocasiones realizan el milagro de crear empleo para un número amplio de personas. Necesitamos políticos y empresarios con una buena armadura ética para crear las mejores condiciones sociales. Un empresario avaro intentará explotar a sus empleados; y un político soberbio psicópata despreciará a los ciudadanos y actuará siempre a mayor gloria suya.

La codicia

Para garantizar el linaje y el patrimonio familiar, el primogénito de las familias tenía preferencia a la hora de la trasmisión de los bienes. Los hermanos menores recibían donaciones por parte del padre, y siempre cantidades menores del grueso de la herencia, que pasaba al hijo mayor. Aquel del público, que acude a JESÚS para que resuelva el conflicto debía ser uno de los hermanos menores que se sentía defraudado por el acaparamiento total de los bienes por parte del hermano mayor. JESÚS no interviene directamente, pero, como siempre, aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza contra uno de los vicios capitales: la avaricia, de la que la codicia es un pariente próximo. La codicia se mueve en el campo del deseo. El codicioso es un antojadizo compulsivo que desea ardientemente todo lo que tienen los otros. El motor de la codicia es la envidia, y el codicioso no soporta carecer de algo, que presume está prestigiando a otra persona, que con frecuencia es alguien próximo con el que se siente en total competencia. El séptimo mandamiento de la Ley de Moisés declara el imperativo moral de no robar, y el décimo atiende al mundo interior de los deseos y las intenciones: “no codiciarás ni el buey, ni el asno, ni la mujer de tu prójimo” (Cf. Ex 20,17). Antes de la aplicación general de los Diez Mandamientos está la regulación personal de la conducta según sus normas. La propiedad privada es un derecho personal que la Ley Natural avala con toda claridad, y nadie tiene legitimidad a dañar dicha propiedad. La lección de JESÚS debe ser atendida: “guardaos de toda codicia, porque aún en la abundancia la vida de uno no está asegurada por sus bienes” (v15).

Un seguro de vida

Los bienes materiales favorecen la disposición de distintos medios que dan seguridad. Un nivel de medios económicos alto puede permitir la aplicación de costosos tratamientos que hagan llevadera una enfermedad crónica. Sin esos medios económicos, ni los auxilios médicos extraordinarios esa persona habría muerto. Unos medios económicos superiores a la media hacen posible una formación de élite, que asegura un éxito profesional. El mejoramiento de un gran patrimonio empresarial favorece nuevas influencias de poder social, político y económico. Pero nada de eso asegura la vida, porque no es objeto de compraventa, y la vida inexorablemente se acaba en este mundo. JESÚS llama la atención del ardor por la posesión de los bienes materiales y la caducidad de la vida en este mundo, y este esquema en el planteamiento no es para asustar o intimidar, sino para tomar el pulso a la realidad de las cosas. La muerte es nuestro horizonte vital para los años que nos correspondan en este mundo, y pasar por alto el hecho es de insensatos. El hecho de la muerte se hace incontestable y abre los interrogantes más básicos para la persona. A los hombres nos distingue la inteligencia, la memoria y la reflexión. Nuestros sentimientos son de una categoría superior a los de cualquier otro ser vivo, precisamente porque somos inteligentes, y nuestra inteligencia impregna los deseos y los sentimientos más inmediatos y profundos. Aunque algunos animalistas nos quieran convencer de otra cosa, los hombres poseemos un conjunto de características que nos hacen únicos en el planeta. Pero por encima de todo somos hijos de DIOS para una eternidad en su Presencia. Quien destine todos sus esfuerzos a procurar una seguridad total en este mundo se equivoca lamentablemente. Las zonas vulnerables de nuestra existencia superan con mucho el nivel de seguridades materiales que alguien se pueda procurar. Tratamientos hospitalarios carísimos para una élite de personas les prolongan la vida, en el mejor de los casos, unos cuantos años, y al final la muerte los visita como al común de los mortales. Por otra parte, el asegurado por sus bienes durante un tiempo no se libra del tedio, en unos momentos, y la ansiedad, en otros, al ver que su vida termina irremediablemente. A personas tan capaces e inteligentes, JESÚS ofrece su Evangelio, pero muchos de ellos lo consideran para parias, pero los parias son ellos.

Una parábola (v. 16-21)

En la parábola del hombre que recogió una gran cosecha, sobresalen dos verdades: esa noche le pedirán el alma al hombre en cuestión, y como consecuencia la previsión sensata es la de hacerse rico para DIOS. Sin embargo la mirada torpe y miope del hombre enriquecido se centra en el modo de garantizar los bienes y dedicarse a descansar, comer, beber y banquetear. Objetivo primero, no hacer nada, alterando así el principio del trabajo consagrado en el Génesis (Cf. Gen 2,5). Es loable asegurarnos el alimento dando gracias al SEÑOR, pues nos permite cumplir el plan de DIOS en este mundo, pero la bebida y la comida se prostituyen cuando las reducimos a meras fuentes de placer. Banquetear es sinónimo de los excesos realizados en línea de juerga y orgía. El nuevo rico de la parábola quiere construir un mundo particular de permanente evasión lúdica, pues ahí considera que está la fuente de la felicidad. Independientemente de la frustración que el nuevo rico se pudiera labrar, la cuestión principal es que el alma no es suya y se la van a pedir en cualquier momento, en la parábola se dice, que aquella misma noche. Una parada cardiorrespiratoria mientras duerme y al nuevo rico no le da tiempo de despedirse de nadie. El nuevo rico se ve burlado de la forma más absurda para él, pero ahí está la consistencia y solidez de la condición humana. Hoy día sabemos cuando nos hacemos un exhaustivo análisis de sangre, que cualquier variación en uno de los factores analizados puede traer graves consecuencias para el organismo en general; y las cantidades medidas o analizadas son miligrámicas. Un poco más de azúcar en sangre y un coma diabético termina con nuestros días. Un pequeño coágulo de sangre desprendido al pulmón o al corazón y el organismo colapsa de inmediato. Un poco de falta de oxígeno durante el sueño, y el corazón se para sin más señales. Y no vamos a entrar en el capítulo de los posibles accidentes potenciales. El consejo de JESÚS no ha perdido vigencia: “haceos ricos para DIOS”, porque ÉL os puede pedir la vida en cualquier momento. Sólo DIOS sabe nuestro instante de nacimiento y el momento exacto de la muerte; y en ese intervalo ignoto para nosotros nos toca emplear la vida de acuerdo con el destino eterno desvelado por JESÚS el MAESTRO en su Evangelio.

Ricos para DIOS

Al comienzo del capítulo, san Lucas presenta a un numeroso grupo de “miles y miles que se agolpaban hasta pisarse unos a otros” (v.1); y observamos que JESÚS dirige enseñanzas más específicas al grupo de discípulo. Así ocurre en los versículos siguientes a la parábola del nuevo rico. El desprendimiento del discípulo tiende a la radicalidad, pero ese estilo de vida no es asumible de forma absoluta por la mayoría de los seguidores de JESÚS. Por tanto, los “miles y miles de seguidores” se rigen por unas condiciones distintas para “hacerse rico para DIOS”. Un padre de familia no puede repartir el patrimonio familiar y destinar a los hijos a la mendicidad, esperando el socorro de los vecinos. Eso no lo quiere el SEÑOR, sino que atendamos al adecuado desprendimiento ajustado a las posibilidades reales de cada uno. Todo seguidor de JESÚS de Nazaret cuenta con la ayuda espiritual necesaria de modo que pueda “hacerse rico para DIOS”. Salvo en circunstancias excepcionales, el cristiano tiene a su alcance los medios espirituales para transformar su vida cotidiana en una señal de la acción de DIOS. Casi un eslogan: ricos para DIOS en Amor a ÉL y al prójimo; en la confianza incondicional en su Providencia y de modo especial para el momento de nuestra muerte. Ricos para DIOS en pequeñas misiones por las que llevamos una palabra de aliento a los que encontramos en el camino. Fundamentalmente seremos “ricos para DIOS” si ÉL nos enriquece con su Gracia por los méritos infinitos de la pasión de nuestro SEÑOR JESUCRISTO.

San Pablo, carta a los Colosenses 3,1-,9-11

El capítulo tres se inicia con algunas recomendaciones a los de Colosas para librarse de las desviaciones espirituales estériles, que estaban captando la atención de algunos cristianos. “Una vez que habéis muerto con CRISTO –en el Bautismo- a los elementos del mundo, ¿por qué sujetaros como si aún vivierais en el mundo a preceptos como, no tomes, no gustes, no comas?, pues son toda cosas destinadas a perecer. Tales cosas tienen una apariencia de sabiduría por su piedad afectada, sus mortificaciones y rigor con el cuerpo, pero sin valor alguno con la insolencia de la carne” (Cf. Col 2,20.23). En otro lugar nos dirá san Pablo que “el Reino de Dios no es comida ni bebida” (Cf. Rm 14,17).

Las cosas de arriba

“Si habéis resucitado con CRISTO, buscad las cosas de arriba donde está CRISTO sentado a la diestra de DIOS” (v.1). Los tiempos nuevos de la Gracia, en los que el ESPÍRITU SANTO reparte con profusión todo tipo de dones, ha comenzado. Al inicio de la carta hermana a los Efesios, a modo de una profesión creyente se dice que DIOS nos enriquece con toda clase de dones espirituales y celestiales (Cf. Ef 1,3) Del Cielo nos viene DIOS mismo en la tercera persona de la TRINIDAD, el ESPÍRITU SANTO. Otro don celestial lo recibimos en la inhabitación trinitaria que llega al corazón en Gracia. El don celestial más visible es la objetiva presencia de JESÚS en la EUCARISTÍA. Otros dones espirituales nos son concedidos para caminar en este mundo como pueden ser los dones del ESPÍRITU SANTO o los carismas de profecía, sanación, lenguas o interpretación de las mismas. Terminado el camino por este mundo dichos carismas desaparecerán, porque no serán precisos. Estos últimos son un ejemplo de los bienes espirituales que aún así debemos buscar, pero en su momento cesarán. El SEÑOR JESÚS está sentado a la derecha del PADRE, porque posee el mismo poder de DIOS, y dispone de todos los méritos de la Redención.

La aspiración santa

En contraste con el Budismo, el Cristianismo no practica la ascesis de la eliminación de los deseos. DIOS ha puesto en el corazón del hombre aspiraciones santas, que se deben cultivar; y hace bien el Apóstol en conducir a los de Colosas por la senda de las aspiraciones santas que hagan anhelar las promesas evangélicas para el más allá. Dentro del Nuevo Testamento se recogen motivos concretos capaces de satisfacer los deseos santos más elevados: paz, amor, felicidad, fraternidad perfecta, luz indeficiente, belleza sin cansancio en todas las criaturas bienaventuradas; canto, culto y alegría indefinible; recepción de la herencia definitiva pensada por DIOS desde toda la eternidad; adoración, alabanza y acción de gracias sin agotar jamás el Misterio de DIOS; las cosas de arriba se rigen dentro de la perfecta virtud y justicia, por lo que cada cual no se verá defraudado, sino que DIOS mismo será su herencia. Estas son algunas cosas que podemos extraer de las realidades eternas, a las que san Pablo nos remite: “nadie puede imaginar lo que DIOS tiene preparado para los que lo aman” (Cf. 1Cor 2,9). Pero siendo así la realidad final y total, sin embargo la Escritura nos abre alguna rendija para mirar con certeza eso que DIOS nos tiene preparado, que está a pocos años después de haber nacido.

El misterio del hombre

“Habéis muerto, y vuestra vida está con CRISTO escondida en DIOS” (v.3). Desde muchos ángulos el hombre es un enigma, sobre el hombre de la psicología, la medicina, la antropología o los comportamientos grupales estudiados por la sociología, añadimos el misterio del hombre en CRISTO. De esto último sabemos algo en la medida que el propio JESÚS nos lo quiera desvelar. Después del fracaso del primer Adán, JESÚS de Nazaret se convierte para nosotros en el primero y el último modelo de hombre. Lo que somos está en función de lo que lleguemos a ser; y la realización plena está en CRISTO. El punto de partida se inició en el Bautismo cuando de forma mística nos asociamos a la muerte y Resurrección de JESUCRISTO. En ÉL somos alguien por mucho que a algunos les pese: “sin MÍ no podéis hacer nada” (Cf. Jn 15,4). No podemos hacer nada sin CRISTO, porque sencillamente sin ÉL caemos en la nada existencial, que no es otra cosa que el abismo de la  condenación. “No se nos ha dado otro Nombre por el que podamos ser salvados” (Cf. Hch 4,12).

La Revelación

En último término la revelación de DIOS es JESUCRISTO y éste en su Parusía, que a su vez significa “revelación”. San Pablo nos dice: “cuando aparezca CRISTO, vida vuestra, también vosotros apareceréis gloriosos con ÉL” (v.4). Nosotros sabemos que las cosas existen porque la luz las ilumina y nuestros ojos están adaptados al fenómeno de la percepción visual. Sabemos de las realidades que vemos. La Fe para nosotros es el inicio de la visión espiritual, lo mismo que para un ciego físico el tacto es un modo precario de ver lo que está más cerca. Pero todo está pendiente de la gran revelación en la Segunda Venida del SEÑOR, y en ese punto veremos como somos vistos por el SEÑOR en plenitud. Para ese momento el Apóstol quiere preparar a los cristianos de Colosas.

Ascesis

“Mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia que es una idolatría” (v.5). Cualquier lista de vicios o pecados cabe en este lugar, aunque parece primar en este breve listado los excesos de orden sexual. El placer inmediato del sexo consigue dopar las conciencias y recluirlas en un complaciente letargo espiritual. Después de algún tiempo algunas personas son capaces de salir del hastío y adormecimiento  de una sexualidad sin restricciones. Tal cosa es muy actual, pero se daba también en los tiempos del Apóstol.

Renovados en CRISTO

La ascesis cristiana tiene dos acciones complementarias: la negación o lucha personal contra el pecado y la incorporación de los pensamientos y sentimientos de CRISTO (Cf. Flp 2,5). JESÚS dice: “aprended de MÍ” (Cf. Mt 11,29). “Despojaos del hombre viejo con sus obra, y revestíos del hombre nuevo que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su CREADOR” (v.10). JESÚS es el hombre, en el que cada ser humano  ha de mirarse para conseguir la “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gen 1,26) prevista por el CREADOR desde el principio. Cada uno de nosotros, hijos de DIOS, somos vistos por el PADRE en su HIJO. El PADRE quiere encontrar en cada uno de los humanos la imagen viva de su HIJO JESUCRISTO, pues para eso ÉL es el modelo.

Instaurar todas las cosas en CRISTO

“En CRISTO, no hay griego o judío,; bárbaro o escita; esclavo o libre, sino que CRISTO lo es todo en todos” (v.11). CRISTO es el vínculo de la unidad para todo el Pueblo de DIOS disperso en razas, lenguas y naciones. La igualdad propuesta por las ideologías no es posible, pues la causa de la unidad de la humanidad nunca será política o económica. Sólo CRISTO puede realizar la síntesis de la condición humana respetando las diferencias queridas por DIOS, por otra parte. El Cristianismo tiene el potencial suficiente para transformar sociedades y purificar culturas; corregir ideologías y elevar el nivel espiritual de la humanidad. El potencial del Cristianismo no está en las instituciones religiosas o en los hombres particulares. En algún momento la humanidad será testigo del poder de la Redención de JESUCRISTO.

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