El silencio del Vaticano ante los crímenes de Daniel Ortega en Nicaragua es demasiado largo y doloroso

La última ‘sorpresa’ de la pareja dictatorial, Daniel Ortega – Rosario Murillo, marido y mujer, respetuosamente presidente y vicepresidente de Nicaragua, es el cierre de cientos de las llamadas ONGs y asociaciones territoriales de base, así como el cierre de las obras de caridad de las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta, después de más de 40 años de servicio a la caridad, religiosa inmensamente querida por el pueblo nicaragüense. La mayoría de ellos se verán obligados a abandonar paulatinamente el país, obligando a muchos niños, ancianos y enfermos a abandonarlos. Un verdadero crimen por parte de Ortega.

Anteriormente hubo otras decenas de acciones represivas, asesinatos, expulsiones, detenciones ilegales, torturas y campañas de odio y muerte, calumnias y mentiras, como la lógica sin sentido de la pareja gobernante, que usurpó el nombre del líder más importante, Augusto César Sandino (1895-1934), para imponerse: tierra arrasada alrededor de todos aquellos que no aceptan someterse al gobierno de Ortega y sus paramilitares. En definitiva, un dramático revés de la historia: el «Sandinismo» nace para acabar con las dictaduras de la dinastía Somoza que al cabo de unas décadas se convirtió en la misma dictadura peor que las de los Somoza.La síntesis histórica y humana de esta tragedia es el mismo Daniel Ortega quien hace varios años persigue a la Iglesia católica, obispos, sacerdotes, catequistas y ahora también a las religiosas.

Lo que más surprende de esta historia, que hemos seguido y documentado desde el inicio de la crisis en 2018, es la pasividad y debilidad con la que se ha desenvuelto la Santa Sede, en particular el Pontífice,  para no irritar o molestar al dictador feroz y despiadado. En los últimos años el Vaticano ha recibido muchos llamamientos al diálogo, en busca de soluciones consensuadas, para la liberación de los presos políticos y demás… Pero Ortega nunca ha escuchado nada y siempre ha mentido como saben muy bien en los despachos de la Secretaría de Estado.

Dentro de la Sede Apostólica y los obispos de Nicaragua existe desde hace varios años un conflicto, aunque oculto y discreto, conflicto provocado por la política vaticana del método de perfil bajo, de silencio estratégico, de amistad que amansa .

En Nicaragua -pero también en otros lugares- esta forma de actuar no sólo ha sido un fracaso, sino que ha costado mucho al prestigio y autoridad de la diplomacia vaticana. También se ha perdido credibilidad, como en el caso del obispo auxiliar de Managua, Mons. Silvio Báez, hoy de hecho exiliado en Miami a pesar de que fue trasladado a instancias del Papa desde Nicaragua a Roma donde nunca recibió destino. Una atrevida operación eclesial-diplomática en la que, al final, sólo ganó Ortega. La iglesia local también salió debilitada al máximo después de que se hubiera negociado el acuerdo de convivencia pacífica entre Ortega y el Vaticano (relevando al obispo Báez, como quería el dictador).

La Sede Apostólica ha dado la impresión de que considera necesario callar o incluir el cedro. Algo similar ya se había visado -para quedar solo en América Latina- en el caso de la persecución de Nicolás Maduro contra la iglesia en Venezuela.

Este silencio del Santo Padre, inexplicable e injustificable, ha causado y está causando un gran dolor en la comunidad católica de Nicaragua y de América Latina.La Santa Sede debe corregir algunos errores graves también para evitar que otros gobiernos de la región se sientan animados a silenciar la voz de cientos de obispos fieles al Magisterio, al Concilio y  a Aparecida.

Diplomacia, geopolítica, geoestrategia y las huelgas mediáticas, no son los caminos de la fe.