Muchas veces cuando pecamos pensamos que no podemos orar a Dios porque nos sentimos hipócritas e incoherentes. Pensamos en Dios como esa persona a quien, a causa de nuestras faltas, le debemos dar espacio para que nos perdone y restablezca la relación. Sin embargo, Dios no actúa como los hombres, lo que significa que nunca necesita tiempo para hacer el duelo y perdonarnos por nuestras faltas.
Entonces, ¿por qué creemos que no podemos orar cuando cometemos una falta? Por ejemplo, cuando una persona vive en adulterio, puede podría pensar que no puede rezar, adorar al Santísimo o asistir a misa. Esa es la peor tentación a la que cualquier ser humano puede consentir.
Dios sabe que ni el más santo de los pecadores es perfecto y nos hemos olvidado del poder de la Gracia de Dios para seguir buscándolo, incluso cuando nos hemos distanciado a causa de nuestras faltas. Ahora bien, ¿qué es el pecado sino una consecuencia de nuestras heridas emocionales, que no han sido sanadas? De esta forma, cualquier persona puede y debe reconocerse pecador, y además continuar buscando la gracia de la sanación para que el pecado no sea atractivo en su vida.
Tal vez suene a trabalenguas así que lo voy a repetir. El pecado es una consecuencia de nuestras heridas. Nadie peca porque quiere sino porque su carne, el mundo o la tentación del maligno, tienen poder sobre él o ella. Es así como gracias a mi carrera como psicólogo católico descubrí que las heridas emocionales se catalogan en tres grandes grupos: Abandono, agresión y abuso sexual, y estas son las responsables de inclinarnos a nuestras tentaciones.
Por su parte, el proceso de sanación de heridas emocionales en Cristo, es capaz de liberarnos de aquellas tensiones que nos llevan al pecado. De esta manera una persona que vive en adulterio, es capaz de organizar su sexualidad para honrar a Dios, amándose y amando bien a su pareja, en lugar de llenarse de placer solo para llenar su vacío emocional.
¿Tiene sentido? Si tu respuesta es sí, te invito a que te preguntes cuáles son tus pecados recurrentes. Uno muy común es pensar que no tienes grandes pecados. Así, el pecado de la soberbia que nos hace creer que, si bien no somos santos, no ofendemos a nadie y por eso no sabemos de qué confesarnos. Haz un análisis de tu conducta y piensa, qué pasó en tu infancia que te hace comportarte así.
Si quieres indagar más sobre tu proceso, iluminado por Cristo y en un proceso de sanación psicológica y espiritual estructurado, ingresa hoy al Diplomado Católico Digital en Sanación Interior para que puedas reconocer tus heridas y liberarte tensiones que te llevan al pecado.
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