¿Nos amamos realmente?
Jesús en el Evangelio de hoy se está despidiendo de sus discípulos; les habla con ternura especial, los llama “hijitos”. Aquella comunidad que ha nacido en torno a Jesús es pequeña y frágil, de allí que Jesús se cuestione ¿qué será de ellos si se quedan sin su Maestro? Por eso les deja un regalo, una especie de testamento y lo quiere dejar grabado en sus corazones para siempre: “Que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”, les dice. Este amor será el distintivo de la nueva comunidad: “Por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. El amor a los demás ya estaba estipulado en el Antiguo Testamento, pero Jesús les da la novedad, que es signo de la nueva alianza, y la novedad consiste en amar incluso a los enemigos. El amor debe caracterizar al discípulo de Jesús, ese amor semejante al de Cristo que consiste en amar hasta el sacrificio. Jesús vive en cada corazón que ama. La presencia invisible del Resucitado, es por tanto, perceptible y palpable en el amor de sus seguidores, un amor desarmado que se manifiesta más fuerte que el odio.
Desde los primeros tiempos, la comunidad cristiana quiso distinguir el amor al que se refería Jesús del término fília, el cual hacía alusión al amor a una persona cercana, familiar y se empleaba para la amistad. También la separan del término eros, que es la inclinación al placer o al amor apasionado. Los cristianos lo llamaron ágape, al que le dieron un contenido nuevo y original. De allí que digamos que el estilo de amar de Jesús es inconfundible, ya que no se acerca a las personas buscando su propio interés o satisfacción. Sólo piensa en hacer el bien, acoger, ofrecer amistad, ayudar a vivir. Su amor tiene un carácter servicial, un amor que no tiene fronteras, un amor incluyente, un amor que lleva a amar a los enemigos.
Hermanos, vivimos en una sociedad donde se ha impuesto la cultura del intercambio; las personas se cambian objetos, servicios; con frecuencia se intercambian sentimientos o como se dice: ‘me amas, te amo’, ‘me das, te doy’. Es lo que decimos un amor condicionado. El amor que Jesús nos ha dejado y quiere que vivamos es un amor sin interés, es amor que es entrega total, un amor que no tiene límites. Un amor que no se queda en lazos familiares, en personas que nos aman, un amor que desborda ritos religiosos, doctrinas, ideologías.
Podemos hablar de tres características de este amor en Cristo:
1a- Es universal. No se trata de amar solamente a los nuestros: familia, amigos, cultura, religión, clase social, nación, sino que, además de amar a los nuestros, tenemos que amar a los que tienen otra cultura, a los que pertenecen a otras religiones, a los que no piensan igual que nosotros.
2a- Gratuita. Vivimos en una sociedad utilitarista y la pregunta siempre es: ¿Para qué sirve? ¿Cuánto cuesta? Y en la medida que una cosa nos sirve, la valoramos y la amamos. Jesús nos habla de un amor gratuito, a fondo perdido, sin esperar nada, desinteresado, como fue el amor de Jesús.
3a- Eficaz. No quedarnos solamente en palabras, deseos o buenas intenciones, sino que solucione los problemas, que ayude a las personas.
Recuerdo las palabras de un teólogo francés Joseph Moingt, que hacía esta afirmación: ‘La gran novedad de Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta de la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo’. Su eje central radica en aquella parábola del fin del mundo: “Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve desnudo y me vistieron”. Este teólogo nos hace ver y nos invita a reflexionar que la salvación no pasa simplemente por los templos o en la práctica de los ritos, no se queda en aprender doctrinas y recitarlas de memoria, la salvación no es simplemente centrarnos en la relación individual con Dios, la salvación apunta hacia el necesitado: ¿Con qué ojos veo al que sufre? ¿Qué hago con el que me necesita?.
Recordemos: La verdad del cristiano es amar. El cristiano es alguien que cree en el amor, lo que significa, creer en la fuerza del amor y así está convencido de que amando se tiene razón, amando se triunfa, amando se enseña. Un amor que sabe afirmar la vida, el crecimiento, la libertad, la felicidad de los demás, por eso, decir que soy cristiano sin amar a los demás, es una mentira.
Este mandamiento que Jesús nos ha dejado nos sigue interpelando en nuestros días. Como Iglesia, como bautizados, es fácil decir que somos seguidores de Jesús, pero lo que debe caracterizarnos es que vivamos este mandamiento que nos dejó Él, que mostremos con nuestra vida que el amor entre los humanos se da y que como Iglesia o comunidad eclesial damos testimonio. El papa Francisco nos lo recuerda con su encíclica Fratelli tutti, que somos hermanos todos, eso implica que sabemos que tenemos al mismo Padre que es Dios y que no sólo lo sepamos, sino que lo vivamos.
Este Evangelio me conduce a reflexionar, sobre todo, cuando escucho expresiones de personas que dicen: ‘La gente se está alejando de la Iglesia’, ‘Las personas están dejando de creer’. Ese alejamiento de las personas o el abandono de la Iglesia ¿no será porque no mostramos el amor que Jesús nos dejó?. Hermanos, quienes creemos en Dios, hemos de hacer el esfuerzo por hacer visible la presencia de Dios. ¿Nos atreveremos a amar así hoy?. Este mandamiento ¿Cómo lo vivimos como presbiterio? ¿Cómo se vive en los grupos o movimientos eclesiales?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!