Ante la debacle de la arquidiócesis de México, el arzobispo Aguiar Retes anuncia cambios, otra vez…

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Cambios y movimientos en un gobierno pastoral urgido de resultados. El desastre propiciado se ha querido minimizar con el acarreo de fieles, las fotos de la demagogia pastoral y la descristianización apabullante de la arquidiócesis de México, en medio de lo que pretende ser la visita pastoral del arzobispo Aguiar quien ahora ordena cambios en su estructura curial para enfrentar la ruina de Iglesia particular y un urgente golpe de timón a medida que su tiempo se acaba cuando deba presentar su renuncia canónica por motivos de edad en 2025.

Desde la semana pasada, se rumoraban los cambios en las vicarías territoriales. Hubieran sucedido en el domingo del Buen Pastor, pero Aguiar, en conjunto con sus auxiliares, en la forma más sinodal que les caracteriza, es decir, la imposición sin posibilidad de diálogos o consultas, con un comunicado que anuncia “cambios importantes” mueve a dos de sus más leales e incondicionales pajes episcopales, clérigos ahora pagados con la mejor moneda que caracteriza al arzobispo todoterreno: ensalzar y degradar.

De siete vicarios territoriales, cuatro son renovados. Otro movimiento, quizá el más significativo, en el Seminario Conciliar de México con el auxiliar Luis Manuel Pérez Raygoza como obispo-rector, cosa que no se había dado desde los tiempos del desaparecido auxiliar Abelardo Alvarado Alcántara, (1984-1986).

De acuerdo el comunicado, Aguiar decapita a dos quienes le daban una lealtad sin límites: sus monseñores de chocolate, Eloy Díaz Mera quien, incluso, llegó a entronizar a Aguiar como el “apóstol de la Ciudad” y Miguel Ángel Urban Lozano, uno de los clérigos abandonados a su suerte cuando el covid-19 casi le arrebata la vida y quien tuvo que pasar la charola a sus fieles para recuperarse de la enfermedad cuando su jefe Aguiar lo dejó a su suerte.

Las causas de estas degradaciones no tendrían otra explicación más que la incompetencia por los magros resultados y no dar a las arcas arquidiocesanas lo que era esperado. Tanto Eloy Díaz como Urban Lozano tenían en sus manos dos parroquias envidiables en las zonas pudientes y por la bonanza económica que representan: El Señor de la Resurrección en Bosques de las Lomas y San Jacinto en la exclusiva zona de san Ángel al sur de la Ciudad de México. No es lo mismo alabar con la boca que abonar al bolsillo. La inhábil administración e incluso la falta de aportaciones suficientes desagradaron al arzobispo Aguiar cuando en la arquidiócesis parece más libarse honores al Mammon con la tapadera de la eficacia pastoral con un plan de negocios fue frustrado por la pandemia del covid-19.

Pablo Monjarás Wintergest es de las excepciones en esa corte de los ilusos. El exvicario era de los más interpelantes a la presente administración. Sus críticas llegaron a tal punto que, en el anuncio de su cambio, soltó un discurso en el que expuso no sólo sentimientos personales, también su desacuerdo por el desastre arquidiocesano. Nunca se le tomó en cuenta en las decisiones de su vicaria, pero su voz tampoco se ablandó para decir que los vicarios territoriales son puro figurín y florero en la mesa del arzobispo que sólo estira su santa mano y cierra el puño para reprimir.

Monjarás pagó el precio de su rebeldía a diferencia de su colega, Arturo Barranco quien más bien quiso llevar las cosas en un tono de más armonía y simpatía hacia el clero de la conflictiva zona centro de la Ciudad y si en un inicio no era empático a Aguiar, su conducta tampoco resultó fue lo suficientemente productiva al frente de la IV vicaría.

Los relevos anunciados fueron vistos bajo la sospecha del clero, salvo por algunos que sólo ven peldaños cuando se hace la escalera. Martín López Sánchez, el nuevo vicario de la segunda zona, se sacó la rifa del tigre. ¿Su mérito? Ser de los más absolutos incondicionales al vicario de pastoral, el cuestionadísimo Álvaro Lozano Platonoff. El flamante sustituto de Eloy Díaz llega a un arca abierta. Su ascenso en esta administración es típico de los aguiaristas. Desde el Seminario, Lozano y López trabaron una amistad en la que sembraron y ahora cosechan. Entre el presbiterio, Martín López hace el trabajo sucio de Lozano. Distinguido por su afición al buen comer y beber, a la llegada de Aguiar, tomó partido entre quienes cuestionaron el nombramiento del arzobispo, pero pronto la tentadora y conveniente oferta de Lozano Platonoff para integrarse al núcleo aguiarista, así aceptó el bozal para no morder la mano del amo.

El nuevo vicario territorial tiene en su favor la simpatía de una parte del clero quien, sin embargo, también pone en tela de juicio su capacidad para dirigir. Llegar a la segunda vicaría es oportunidad para reforzar la presunta empatía que ha querido hacer con el presbiterio, pero también podría ser su Waterloo que le acabaría por sus señalamientos de sibarita que ahora podría consumar a creces, siempre y cuando cumpla con las cuotas a su patrón.

Luis Alejandro Monroy López es, por decir, de los más arribistas de este conjunto. Desde su etapa de Seminario cultivó no pocas antipatías por su soberbia y petulancia. De incómoda voz chillona y nasal, la carrera clerical de Monroy tiene esta máxima: quedar bien con quien le conviene y despreciar a quien no le interese.

Clericalista, su típica arrogancia es distintiva cuando usa todo el ajuar de canónigo cuando es conveniente con tal de que todos lo vean y le besen las manos. En la economía arquidiocesana ha sido el verdugo ejecutor y eso es lo que le gusta a Aguiar, resultados contantes y sonantes. Su conducta también podría tener una causa que no es desconocida. Es un hombre de salud frágil, lo que le ha llevado al excesivo cuidado de su persona al borde de la exageración y no son pocos los curas que han denunciado al canónigo por su desprecio a los sacerdotes más humildes. Tampoco es desconocido las diferencias que sostiene con el dean de catedral, Ricardo Valenzuela, sus pleitos y rencores han encaminado al cabildo metropolitano a ser una auténtica hoguera de las vanidades.

Federico Altbach sucede a Arturo Barranco. En 2018 llegó a la rectoría del Seminario Conciliar de México y quizá sea una de las administraciones más ruinosas que han puesto a la noble casa de formación al borde del abismo. La tricentenaria institución y alma mater de humanistas, pensadores y líderes de la Iglesia mexicana es un páramo desolado donde placea la herejía, los errores en la doctrina y el avasallamiento de lo secular. Altbach tiene en agonía al SCM que vive con medios artificiales. El desmedido psicologismo que se introdujo en el plan de estudios, la inútil y absurda reforma de la formación y la tolerancia de personajes siniestros marcan la carrera de Federico quien ahora va a una de las zonas más difíciles de la capital del país. Sin experiencia pastoral de verdad, Altbach es campeón de las tertulias externas huecas en lugar de ser el sacerdote de espiritualidad sólida.

Desmanteló la Universidad Lumen Gentium y desmadró la piedad del Seminario quitando devociones por estimarlas de clericalistas. Su encargo   está bajo un profundo cuestionamiento por defraudar a los alumnos como fue reportado en este blog. En el Seminario Conciliar de México, la apertura de lo que dicen es sinodalidad, hizo que creciera una infección llegando  a niveles de supuración cuando protegió a Irma Patricia Espinosa Hernández, directora de la licenciatura en Psicología quien, incluso, se ha valido de sus influencias para ejercer nepotismo en el Seminario Conciliar. Como bien reportó este blog en Infovaticana, estudiantes de la carrera de psicología denunciaron sus abusos y hasta un potencial delito de prescripción de medicamentos prohibidos y el ejercicio indebido de la medicina. Patricia Espinosa sigue impune en el SCM.

La administración de Altbach también está salpicada de otros escándalosLa sorprendente salida de un formador por la puerta de atrás al descubrirse su doble vida con señora e hijos, mientras se las daba de reputado especialista en psicología y formador capacitado para la prevención de abusos sexuales. Otro aspecto fue tolerar la infiltración de lo que los alumnos llaman una secta de terapeutas usando a seminaristas y alumnos como conejillos de indias en la aplicación de pruebas psicodiagnósticas para la valoración de procesos de aprendizaje cuyo último fin es esquilmar a los estudiantes.  Federico carga con ese pecado. Debe rendir cuentas por haber aniquilado a un importante número de vocaciones al sacerdocio.

En su lugar llega el obispo auxiliar Luis Manuel Pérez Raygoza después de décadas donde no se veía a un purpurado como rector. No le es desconocido el oficio, el enjuto obispo vuelve de nuevo a la burbuja del seminario ahora con la mitra bien encasquetada.

Con todo, hay que destacar el nombramiento del padre Daniel Villalobos Ortiz. Quizá por la corta memoria de las jóvenes generaciones, el nombre puede decir poco. Sin embargo, el presbítero de 53 años y ordenado en 1998     acompañó al cardenal Ernesto Corripio en sus últimos años como asistente personal. Junto con el padre Enrique González Torres dieron parte de su ministerio para ayudar al recordado cardenal. Como uno de los decanos de la vicaría que hoy dirige, quizá su trabajo fue el detonador para este nombramiento que, en resumen, podría ser como el mejor visto.

Los “importantes” cambios sólo dejan más cuestionamientos que certidumbre. Y para ser sinceros, en el grueso de la población de la ciudad, estos movimientos les tiene perfectamente sin cuidado, sin pena ni gloria. En nada cambiará su vida, ni acrecentará la fe, pero en el ambiente de la Iglesia arquidiocesana, la cosa es diferente. Es evidencia de la debacle que jamás será reportada en medios paleros como el edulcorado semanario de la arquidiócesis o en el sitio español digital que vendió su credibilidad por incensar al sistema de Aguiar.

Con todo, estos cambios son la demostración del placer morboso del arzobispo Aguiar para apadrinar trayectorias clericales y después darles la espalda sin importar cualquier cosa. Traicionados, hay muchos ejemplos. Los nombres son conocidos…

Como un buen sacerdote, de esos de tropa, atinó en decirme con franqueza al preguntarle sobre estos cambios: “Unos, seguirán haciendo daño; otros, haciendo un supuesto control de daños y el resto a hacer el trabajo sucio… pero estamos los párrocos, para caminar con el pueblo. Al final, nosotros nos quedaremos ya cuando se vaya este sujeto. Hay que hacer lo mejor, lo que le toca a cada uno. Hay que seguirle…”

Desde este blog deseamos a los nuevos vicarios y rector del SCM un ministerio fecundo y de fe para que Cristo luzca, más que responder a los caprichos veleidosos y ocurrencias sinodalistas de ese quien se dijo pastor de la Iglesia para soñar. ¿Enhorabuena? Lo esperamos de corazón.

 

Por Guillermo Gazanini Espinoza.

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