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Aunque la pregunta más recurrente en los medios de comunicación tiene que ver con las intenciones de China, la detención del cardenal Zen, de 90 años de edad, supone una grave vergüenza para la Santa Sede, cuya primera reacción es de un sustancial silencio.
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Lo que está en juego es la renovación del acuerdo secreto con China para el nombramiento de obispos, pero sería un desastre que se sacrificara la libertad de un cardenal y de la Iglesia.
La detención del cardenal Joseph Zen en Hong Kong el 11 de mayo, en virtud de la Ley de Seguridad Nacional vigente a partir de 2020, es un acontecimiento estremecedor que plantea muchos interrogantes y es un presagio de tiempos muy oscuros para Hong Kong y más allá. El hecho de que haya quedado en libertad bajo fianza (al igual que las otras tres personas detenidas con él) no resta gravedad y brutalidad al acto.
Como es sabido, el cardenal Zen está acusado de formar parte de un comité que recaudó y distribuyó fondos para ayudar a los activistas prodemocráticos que fueron detenidos tras la violenta represión de las manifestaciones de 2019 contra la nueva ley de extradición en China. Sin embargo, este comité se cerró el pasado mes de octubre precisamente a causa de la nueva Ley de Seguridad Nacional.
La pregunta más frecuente en la prensa internacional se refiere a por qué China (no hay duda de que Pekín está detrás de la decisión de las autoridades de Hong Kong) ha querido llevar a cabo un gesto así que golpea a un cardenal de 90 años que ha elegido el camino del silencio desde hace muchos meses: “Las personas en cuestión”, ha explicado la oficina de Hong Kong del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, “son sospechosas de conspirar en connivencia con países o fuerzas extranjeras y de poner en peligro la seguridad nacional. Se trata de un acto grave”. Y el hecho de que sea una figura religiosa la que ha entrado en el punto de mira de la policía “es completamente irrelevante”, dicen en la oficina china, porque “nadie está por encima de la ley”. Lo cual, sin embargo, no responde realmente a la pregunta. De hecho, dice Mark Simon –que durante diez años fue la mano derecha del empresario editorial católico Jimmy Lai, que también acabó juzgado y condenado por su participación en el movimiento democrático-, “China tiene miedo del cardenal Zen”. Así lo escribía ayer el Washington Post, señalando que Zen sigue siendo “el último símbolo del movimiento democrático de Hong Kong”, manteniéndose firme frente a la presión del aparato de seguridad chino. Y todavía se le atribuye un poder considerable “como fuerza de resistencia en la Iglesia católica de Hong Kong”. Lo que hace que el cardenal Zen sea peligroso para el régimen chino, dice Simon, es “su integridad moral, su valor y el poder de su testimonio”, así como “su humanidad, generosidad y compasión”. En otras palabras, concluye Simon, “el cardenal Zen es todo lo que el brutal régimen chino no es”, por lo que lo ve como un peligroso antagonista.
Pero si es legítimo preguntarse sobre los porqués de China, es aún más interesante entender las reacciones del Vaticano. Porque, de hecho, el cardenal Zen es una molestia incluso para Roma. Sus críticas al acuerdo secreto chino-vaticano sobre el nombramiento de obispos, firmado hace apenas cuatro años, han sido duras y reiteradas, y las ha vertido especialmente sobre el cardenal secretario de Estado Pietro Parolin, juzgado como el principal artífice de este acuerdo. Tampoco podemos olvidar lo ocurrido en septiembre de 2020, en vísperas de la renovación del acuerdo entre China y la Santa Sede, cuando el cardenal Zen se presentó en Roma pidiendo en vano un encuentro personal con el Papa y tuvo que volver a Hong Kong humillado y con las manos vacías. El exiguo comunicado emitido por el director de la Oficina de Prensa, Matteo Bruni, en la tarde del 11 de mayo, delata el desconcierto:
“La Santa Sede ha conocido con preocupación la noticia de la detención del cardenal Zen y sigue con extrema atención la evolución de la situación”.
Prácticamente un intento de tomarse tiempo para pensar qué decir y qué hacer. Ni siquiera una referencia al Papa, a su deseable cercanía con un cardenal detenido y a su recuerdo en la oración por quienes son víctimas de tal injusticia. Nada. La Santa Sede piensa ante todo en el acuerdo con China, cuya decisión sobre su posible renovación se tomará en breve, y evita pronunciar cualquier palabra que pueda molestar al interlocutor chino. Recientemente, el cardenal Parolin insinuó que incluso en el Vaticano empezaban a surgir dudas sobre la eficacia de este acuerdo para la Iglesia católica, y en una entrevista con Acistampa dijo que esperaba que se pudiera cambiar algo del acuerdo. Intencionada o no, la detención del cardenal Zen es una clara respuesta por parte de China: una muestra de fuerza, una demostración de quién manda y dicta las condiciones. Y simbólicamente golpea precisamente al cardenal Zen, el mayor opositor a este acuerdo.
Por las primeras reacciones, da la impresión de que a la Santa Sede todo esto le ha cogido por sorpresa, demostrando así que no sabe nada del régimen comunista chino ni tampoco de lo que ocurre en Hong Kong. Y que, una vez más, cumplirá las condiciones impuestas por Pekín, sean cuales sean. Eso representaría un desastre para la Iglesia china y la universal. Sólo cabe esperar que, tras el desconcierto inicial, el Vaticano despierte y se dé cuenta de que el bien de la Iglesia no puede estar reñido con el bien de los católicos y con la claridad de dónde está la luz de la fe. Y que ante la brutal detención de un cardenal de 90 años que siempre ha defendido al pueblo católico chino y a la población de Hong Kong, no se puede ni siquiera sugerir que la Santa Sede está del lado de quienes le persiguen. Si hay un momento para alzar la voz es ahora.
Por RICCARDO CASCIOLI.
VIERNES 13 DE MAYO DE 2022.
ROMA, Italia.
LANUOVABQ.