Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado de México, está inmerso en una tremenda crisis, ahora agudizada por la misma pandemia. Algunos han dicho que el coronavirus le cayó como anillo al dedo para justificar sus estériles iniciativas de cambio; sin embargo, la realidad deja ver que sólo acentuó lo que desde hace dos años ha hecho metástasis en el organismo eclesial. Una progresiva necrosis pastoral producto de la parálisis, obstinación y febrilidad provocada también por unos pocos que han echado incienso al arzobispo Aguiar a punto de embotarle los sentidos, cosa que este blog ha venido dando puntual seguimiento para nuestros lectores.
La situación hacía imposible que tal estado se mantuviera en una aparente indiferencia; la dolorosa situación de la Iglesia arquidiocesana acentuada por la pandemia advierte cómo Carlos Aguiar es un individuo agazapado, gris e inútil en su ministerio de apacentar y consolar, de defender y proteger a esta porción que Dios y la sede apostólica le confiaron por sus pretendidas cualidades. Nos llegan ahora dos tremendos mensajes que parecen confirmar lo anterior. Y son de gran peso por la calidad de sus autores, protagonistas en la historia de la arquidiócesis y por su influencia social, además de pertenecer al cabildo metropolitano: los canónigos José de Jesús Aguilar y Hugo Valdemar Romero, de quienes no hace falta dar mayor explicación.
El primer “recado” es un audio que circuló ampliamente en mensajería y revela, en pocos, minutos, lo que dos años de gobierno arzobispal han provocado. “Soy el padre José de Jesús Aguilar y este mensaje lo envío a algunos de los obispos auxiliares y algunos sacerdotes para que pueda llegar al señor cardenal…”. Padre José de Jesús conoce y sabe quién está en el círculo íntimo que blinda al arzobispo. Desde su llegada a la arquidiócesis, todo quien desee un contacto personal con el arzobispo debe pasar primero por quienes le autorizan sus citas y confeccionan su agenda. Su íntimo secretario, el inseparable Mauro Daniel García Olvera es quien prácticamente, le pone y le quita la mitra e incluso pasan por él hasta los nombramientos parroquiales que Aguiar debe palomear.
Y llama también la atención cómo el canónigo dirige su mansaje a “algunos de los obispos auxiliares”. Con cinco auxiliares, el gobierno del arzobispado prácticamente se asienta de facto en uno de ellos, Salvador González Morales. Ese auxiliar es quien representa a Carlos Aguiar en catedral y, por lo tanto, es el más cercano al cabildo presidiendo sus reuniones. El mensaje es claro, sólo con los dos obispos del clero arquidiocesano sería posible la recepción del mensaje, mientras que los otros tres auxiliares foráneos, simplemente no son conocidos, pocos, entre el presbiterio de la arquidiócesis podrían dar, al menos, sus nombres completos. Llegaron a esta Iglesia a confinarse y así permanecen, confinados y desconocidos. La afirmación parecería como sacada de un rumor, pero así es, el canónigo lo dice con todas sus palabras: Yo no tengo la forma de comunicarme con él, pero espero que alguno de ustedes pueda hacerle llegar este mensaje para que no sea su ausencia la que se note, sino más bien su presencia…” Increíble, pero cierto: el arzobispo Aguiar es, en los hechos, un individuo inalcanzable.
Pero la esencia del audio del canónigo José de Jesús Aguilar no es cómo debería llegar este mensaje. El quid del asunto es la orfandad. El punch del mensaje es llamar la atención sobre la condición de Aguiar Retes: Ha dejado a esta arquidiócesis para que muera y viva en las tinieblas. En los momentos en los que el pastor debería empuñar el cayado y dar certidumbre, la desesperación aflora en millones que no tendrían más respuesta y sentido de la vida frente en este momento dramático. “El pastor parece que desapareció y dejó solo a los auxiliares para presidir la Eucaristía y algunos otros momentos litúrgicos…”Para propios y extraños, es de sobra conocido que Carlos Aguiar dejó su catedral encomendándola al arzobispo de facto, el auxiliar Salvador González Morales. La notoriedad de su ausencia es tal que despojó a la sede de la arquidiócesis de sus principales fiestas y devociones.
El 15 de agosto, la solemnidad de la Asunción de María Inmaculada era motivo obligado para reunir a la Iglesia y dar gracias a Dios por el misterio que Dios hizo posible en la Santísima Virgen María. Ya se ha confirmado que el arzobispo Aguiar no presidirá, de nuevo, este año dicha celebración y esto hace levantar muchas suspicacias y sospechas. Desde el rechazo del arzobispo a las devociones poniéndolo francamente como un antimariano, de padecer una profunda sociopatía, de miedos infundados hacia el recinto catedralicio o, peor aún, creer que su catedral, por derecho, es el santuario nacional de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe. Al punto, la pandemia obligó a la suspender la celebración anual de la misa crismal y de renovación de las promesas sacerdorales en catedral y nadie ha dicho si se realizará en los meses subsecuentes. Aguiar Retes no perece tener prisa alguna. No parece importarle en lo absoluto.
El canónigo da claves que son sencillas, pero definitivas. No pide al arzobispo hechos extraordinarios, pide que sea pastor en los momentos de más oscuridad de incertidumbre de desesperanza… cuando la oveja afronta la enfermedad y muerte… no le demanda romper la sana distancia para ponerlo en riesgo de contagio por sars-cov2. Y parece, de nuevo inverosímil, que un canónigo le recomiende al pastor tomar el teléfono y hablar personalmente a cada uno de los presbíteros que, en estos meses, han padecido las de Caín para saber cómo y de dónde haya recursos para seguir adelante. Sin más, se ha sabido de un número de presbíteros infectados por covid-19, ¿Los conoce personalmente? Hay por lo menos cuatro sacerdotes quienes sucumbieron a la enfermedad. ¿Hasta dónde ha sido la cercanía del pastor? ¿Sabe quiénes fueron?
Para el también director de radio y televisión del arzobispado, el talante del arzobispo es signo de bendición. Su presencia, signo de esperanza. El Papa Francisco ha puesto el ejemplo, pero uno de sus amigos, hizo justo lo contrario nuestro Pastor parece que desapareció…
Si el mensaje del canónigo José de Jesús Aguilar fue por este tono de la cortesía severa, el del padre Hugo Valdemar Romero fue por el de la denuncia profética. En su acostumbrada videocolumna, el canónigo penitenciario apunta contra la aprobación legislativa para prohibir las terapias de reconversión homosexual cuando, en Ciudad de México, hay otras urgencias como el alto índice de contagios y muertes por covid-19. “Lo más grave es que esta legislación atenta contra la libertad personal. ¿Quién ha facultado al Estado para determinar las opciones fundamentales tomadas en lo más profundo de la conciencia de las personas? Si una persona con tendencia homosexual no se siente plena, experimenta conflicto con su propia conciencia, y busca ayuda espiritual y psicológica… ¿por qué el Estado se cree con el derecho irracional y abusivo de prohibírselo?
La cosa no paró ahí. Las baterías apuntaron al campo del arzobispado cuando cuestionóel sorprendente silencio de la arquidiócesis de México ante este y otros temas fundamentales. Efectivamente, en estos puntos referentes moralmente, Aguiar Retes admite un silencio que parece rayar en la complaciente complicidad. El año pasado, cientos de fieles no ocultaron su decepción cuando al arzobispo prácticamente los abandonó a su suerte cuando decidieron ir en defensa de los templos bajo amenaza del feminismo radical que amenazó con dañarlos y destruirlos. Y la lista no parece tener fin. Valdemar Romero, sin concesiones, toma un texto de san Gregorio que parece para ceñir perfectamente el talante del gris arzobispo: “No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios en la medida que nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo”.
Ausencia y silencio. Un binomio fatal, casi asesino, en el ministerio de cualquier obispo. No basta el encierro y aislamiento. No son suficientes reuniones ni videos en redes sociales, no bastan líquidas ilusiones de deditos alzados y followers . El ministerio del obispo es real, no virtual. Los mensajes son certeros, claros y contundentes. Y en el arzobispo Aguiar debe existir la suficiente humildad y valor para cambiar las cosas que puede y tener la sabiduría para reconocer la diferencia, según reza la oración de la serenidad. No puede enraizarse en el negacionismo de las cosas y comprender que este momento es clave para el futuro de la Iglesia en la Ciudad de México. En la antesala del 55 aniversario del decreto Christus Dominus, sobre el ministerio pastoral de los obispos promulgada por san Pablo VI y fruto del Concilio Vaticano II, tan citado y pocas veces realizado, se afianza algo que parece ser perogrullada, pero hoy necesario en la complejidad de la pandemia: El obispo debe “anunciar a los hombres el Evangelio de Cristo que sobresale entre los primeros deberes de los obispos… confirmándoles en la fe viva”.
Ausencia y silencio precipitan la ignorancia sobre Cristo y de eso se dará cuenta. Que estos canónigos hayan alertado de esta forma no es otra cosa sino advertir que en el presente arzobispado se ha incitado una descristianización que escala a cada momento. ¿Dónde está el cardenal? En el poco tiempo que le queda al arzobispo Aguiar, los resultados no serán por seguidores en Facebook, reestructuración de oficinas curiales, de centralizaciones en pocas manos del dinero de la Iglesia, de obispos auxiliares aplaudidores o de bucólicos discursos que dicen provenir de un exégeta que se cree pastor. Si esto no sacude a su Eminencia, quién sabe qué otra cosa lo hará. Al final, Otro será quien cuente los talentos. Y sentenciará si los de Carlos Aguiar harán que ocupe su justo lugar o revelarán lo que será el peor arzobispado en la historia moderna de la Iglesia católica de la Ciudad de México… al tiempo.
El audio completo del canónigo José de Jesús Aguilar puede escucharse aquí.
Con información de Religión Digital/ Guillermo Gazanini