Los criterios de Francisco al nombrar o perseguir obispos. Una muestra

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El del nuevo arzobispo de París es el último de los nombramientos importantes hechos por el papa Francisco. El recientemente promovido Laurent Ulrich, ex obispo de Chambéry y posteriormente de Lille, es etiquetado habitualmente como un progresista moderado, cercano a Jorge Mario Bergoglio en cuanto a la sensibilidad por los migrantes y en la identificación del “clericalismo” como verdadera raíz de los abusos sexuales.

Pero más que este nombramiento, lo que caracteriza el estilo de gobierno del Papa es la forma en que su predecesor tuvo que dejar el cargo. Michel Aupetit, arzobispo de París desde 2017, se vio desbordado por una masiva campaña de opinión, que desenterró y volvió contra él un supuesto affaire con una secretaria, ya descartado años antes por las autoridades eclesiásticas como infundado. Francisco, ya se sabe, ve como la peste lo que él llama “cháchara”, a la que ha tachado decenas de veces como más criminal incluso que el terrorismo, y sin embargo no dudó en sacrificar a Aupetit en lo que él mismo, el Papa, ha llamado “el altar de la hipocresía”.

En 2020, la destitución del cardenal Philippe Barbarin de su cargo de arzobispo de Lyon, absuelto en los tribunales, pero abrumado por una ola mediática de acusaciones por presuntos encubrimientos de abusos, también siguió este patrón de conducta.

El arzobispo de Colonia, el cardenal Rainer Maria Woelki, está ahora en la cuerda floja, bajo los golpes de un proceso de opinión similar, y en realidad está en el punto de mira por ser uno de los pocos críticos importantes del “Camino Sinodal» de la Iglesia en Alemania. También está en el punto de mira el arzobispo de Milán, monseñor Mario Delpini, quien también ha sido acusado de encubrir abusos.

París, Lyon, Colonia y Milán son diócesis de primer orden. Y, sin embargo, en estas diócesis, debido a la destitución de sus respectivos titulares, es el «altar de la hipocresía» el que manda, también para el Papa.

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La diócesis de Roma es otra en la que los criterios de destitución y de nombramiento adoptados por Francisco parecen muy informales.

El obispo de Roma es el Papa, aunque Bergoglio no parece dedicar mucho tiempo a esta función. El del vicario es, por tanto, un cargo clave, que Francisco otorgó en 2017 a Angelo De Donatis, quien al año siguiente fue promovido a cardenal.

Sin embargo, el idilio entre ambos duró poco. La caída en desgracia del cardenal vicario estuvo marcada por una carta que escribió a los fieles el 13 de marzo de 2020, en plena pandemia del Covid.

El día anterior De Donatis había emitido un decreto ordenando el cierre total de todas las iglesias de Roma durante tres semanas.

Pero en la mañana del 13 de marzo, al inicio de la Misa celebrada por él en solitario en Santa Marta y retransmitida por streaming, el papa Francisco desautorizó las “medidas drásticas” decretadas el día anterior por su vicario por considerarlas “no buenas” y carentes de “discernimiento”. Y esa misma mañana el cardenal Konrad Krajewski, “limosnero” del Papa y su brazo operativo de confianza, abrió descaradamente la puerta de la iglesia romana de la que es rector, haciendo gala de desobediencia.

De Donatis no tuvo más remedio que retractarse, emitiendo ese mismo día un contra decreto para reabrir las iglesias. Pero que acompañó con una carta a los fieles en la que les informaba de que el desafortunado cierre se había adoptado “después de consultar a nuestro obispo, el papa Francisco”.

Bergoglio no se lo perdonó. Desde ese día, no sólo el cardenal De Donatis, sino todo el vicariato de Roma, está trastornado. Ya sin vicegerente, un puesto clave vacante desde 2017 y atribuido durante sólo unos meses a un obispo, monseñor Gianpiero Palmeri, inicialmente en el corazón de Francisco, pero rápidamente también caído en desgracia y enviado a Ascoli Piceno. Sin un obispo auxiliar para el sector oriental de Roma. Los dos obispos auxiliares para los sectores norte y sur de la ciudad, monseñor Guerino Di Tora y monseñor Paolo Selvadagi, han dimitido por razones de edad y siguen esperando a sus sucesores.

Mientras tanto, circula el rumor que De Donatis será pronto destituido como vicario y colocado en la curia, tal vez para actuar como penitenciario mayor, lo que ciertamente no es una promoción. En su lugar, Francisco llamaría a Roma, desde Siena, donde ahora es arzobispo, al cardenal Augusto Paolo Lojudice, ex auxiliar de De Donatis para el sector sur de Roma y, él sí, en el corazón del Papa.

Y no sólo eso. Para Lojudice parece abrirse también el camino para que Francisco le nombre presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, en sustitución del cardenal Gualtiero Bassetti, de 80 años, cuyo mandato expira este mes.

Bassetti es otro que ha caído desde los altares al polvo, siguiendo los estados de ánimo del Papa.

Francisco nunca soportó su resistencia a hacer lo que él mismo, el Papa, quería que se hiciera en Italia, ante todo un sínodo nacional. Y viceversa, al Papa jamás le gustó lo que Bassetti hizo por iniciativa propia, en particular la doble conferencia internacional, la primera en Bari y la segunda en Florencia, de las Iglesias y naciones del Mediterráneo, por la paz entre los pueblos y las religiones, a la que asistieron los obispos y los alcaldes de las principales ciudades, desde Jerusalén hasta Atenas y Estambul.

La suerte quiso que la conferencia en Florencia se inaugurara el mismo día, el 24 de febrero de 2022, de la agresión de Rusia contra Ucrania. Es cierto que el Mar Negro y el Mar de Azov también forman parte del Mediterráneo, pero esa zona no era ciertamente el “foco” del programa. El cual preveía la llegada del Papa el último domingo, 27 de febrero, con un discurso y un encuentro con obispos y alcaldes.

Pero entonces, con la conferencia en marcha, Francisco canceló su visita a Florencia, aduciendo dificultades para caminar. En su lugar debería haber ido el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, para leer el discurso del Papa. Pero luego ni siquiera Parolin fue y le tocó a Bassetti celebrar la Misa de clausura, sin siquiera el discurso del Papa, que también había desaparecido. Quedaba por escuchar lo que Francisco diría en el Ángelus sobre la conferencia, y por ello se instalaron grandes pantallas dentro y fuera de la basílica florentina de la Santa Cruz en las que se podría ver y escuchar al Papa en directo por televisión. Entre los espectadores, que esperaban ansiosos, se encontraba el presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella. Pero en el Ángelus Francisco no dedicó ni una sola palabra a la conferencia del Mediterráneo. Se rumoreó, pero nunca se corroboró, que su silencio era una condena a la presencia en Florencia de un alto ejecutivo de Leonardo, el mayor fabricante de armas de Italia. En realidad, el verdadero motivo era humillar a Bassetti y a la Conferencia Episcopal Italiana que éste último preside.

Como nuevo presidente de la CEI (Conferencia Episcopal Italiana), el Papa ya ha hecho saber, al conversar el 23 de abril con el vicario y los auxiliares de la diócesis de Roma y luego, el 2 de mayo, con Luciano Fontana, el director del “Corriere della Sera”, que tiene la intención de nombrar a “un cardenal”. Se deduce de ello que elegirá entre Lojudice y Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, y que el elegido será casi con toda seguridad el primero.

Así podría volver a tener auge la identificación entre el vicario de Roma y el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana que caracterizó los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, con el cardenal Camillo Ruini desempeñando ambas funciones en estrecho contacto con el Papa.

En cuanto a Zuppi, es probable que no esté compitiendo por la candidatura. Al ser el primero de la lista de candidatos, no le interesa una presidencia de la CEI que le traería más desventajas que ventajas, y menos aún una cercanía a Francisco demasiado marcada para quien aspira a sucederle.

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Siguiendo con los criterios de destitución y nombramiento de obispos practicados por el papa Francisco, se puede señalar el “relevo” del obispo Daniel Fernández Torres, de 57 años, “del cuidado pastoral” de la diócesis puertorriqueña de Arecibo.

La declaración del Vaticano del 9 de marzo de 2022 y la Conferencia Episcopal de Puerto Rico no dieron ningún motivo para el “relevo” forzoso. El obispo destituido dijo también que “no me corresponde explicar una decisión que no puedo explicar yo mismo”.

No es la primera vez que los obispos son destituidos por Francisco, pero siempre haciéndoles firmar una renuncia voluntaria. Esta vez es la primera en la que el obispo se negó a inclinarse -declarando, por el contrario, que quería proceder “con la cabeza alta” y que se sentía “afortunado de sufrir persecuciones y calumnias por haber proclamado la verdad de la dignidad del hombre”-, por eso el Papa lo “relevó” por la fuerza.

Tampoco es la primera vez que Francisco destituye a un obispo sin dar explicaciones. Se rumorea que Fernández Torres ha sido sancionado por apoyar la objeción de conciencia contra la vacunación obligatoria anti-Covid. Pero eso sería demasiado poco para una condena tan drástica.

El arzobispo emérito de La Plata, monseñor Héctor Rubén Aguer, una rara voz libre en el episcopado argentino, dijo que conocía y estimaba al destituido obispo puertorriqueño y que había podido visitar su “magnífica diócesis, con gran actividad pastoral y florecimiento de vocaciones”.

El obispo y jesuita Álvaro Corrada del Río, designado por Roma para administrar la diócesis de Arecibo a la espera del nombramiento de un sucesor, dijo después durante una reunión con el clero de Puerto Rico que el “relevo” de Fernández Torres había sido precedido por la visita apostólica secreta del cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, muy cercano al papa Francisco.

El hecho es que la sentencia se dictó sin exponer los cargos ni dar voz a la defensa.

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El nombramiento más reciente, el 19 de febrero, fue el del nuevo arzobispo de Turín, el teólogo Roberto Repole, de 55 años.

Repole no tiene ninguna experiencia en el gobierno de una diócesis y ni siquiera estaba entre los candidatos más destacados. Al elegirlo Francisco tomó a todos por sorpresa, sin miedo a llamar la atención sobre un momento candente de su pontificado, aquel en el que el contraste de fondo entre el papa emérito Benedicto XVI y el círculo de clérigos más cercanos a Bergoglio quedó rotundamente expuesto.

El caso estalló en 2017 por la publicación por parte de la Librería Editrice Vaticana de una serie de once folletos escritos por otros tantos teólogos, cuyo objetivo era “mostrar la profundidad de las raíces teológicas del pensamiento, gestos y ministerio del papa Francisco».

A Joseph Ratzinger se le pidió que escribiera una presentación de los once folletos, elogiando el contenido y recomendando su lectura.

Pero Ratzinger se negó. Escribió en una carta al entonces jefe de comunicaciones del Vaticano, Dario Viganò, que ni siquiera tenía intención de leer los folletos, porque entre sus autores se encontraban algunos de sus enemigos de siempre, encabezados por el teólogo alemán Peter Hünermann, “que durante mi pontificado ha saltado a la palestra por haber encabezado iniciativas antipapales”.

Fue Settimo Cielo quien hizo públicas las partes de la carta de Ratzinger que Viganò había intentado ocultar en vano. El incidente le costó su puesto de trabajo al monseñor, pero no su cercanía al Papa, que le sigue teniendo mucho aprecio. Es un hecho que el incidente marcó un abismo que nunca se ha cerrado en las relaciones entre el Papa reinante, el Papa emérito y sus respectivos círculos, según la reconstrucción del experto vaticanista Massimo Franco, columnista del “Corriere della Sera”, en un libro publicado el mes pasado.

Ahora bien, ¿quién fue el editor de los once folletos, así como el autor de uno de ellos? Roberto Repole, ahora promovido por el papa Francisco a arzobispo de Turín.

 

Por SANDRO MAGISTER.

CIUDAD DEL VATICANO.

SETTIMO CIELO.

JUEVES 5 DE MAYO DE 2022.

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