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Quizá todavía haya mucho que esperar.
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Por lo menos hasta que el progresismo, que invadió la Iglesia, y que reproduce en ella los errores señalados en «Humani generis», acabe disipándose.
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A no ser que la advertencia vertida por San Pablo en 2 Tim 4, 1-4 sea simplemente un atisbo de aquellos tiempos descritos en el Apocalipsis.
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Entonces habrá que esperar que el mentiroso que confunde a la Iglesia, el «drakōn» o «megas», el «ophis» o «archaios», que se llama «diábolos» y «Satanâs», que seduce al mundo entero, el acusador de los cristianos, sea arrojado para siempre al lugar que le corresponde (Ap 12, 9).
Llama poderosamente la atención algo que ocurre en la Iglesia desde 1958. Los Papas que se sucedieron desde esa fecha han sido canonizados: Juan XXIII, Pablo VI, y Juan Pablo II; y Juan Pablo I, el Pontífice de los 33 días (de mediaetate lunae), será beatificado próximamente. ¿Y Pío XII? Aún aguarda su turno. Claro, Juan XXIII fue llamado el «Papa bueno»; se lo distingue de su antecesor que entonces podría ser considerado el «Papa no-bueno», es decir, el «Papa malo».
Hace un par de años escribí al Cardenal Angelo Amato, que era por entonces el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, para preguntarle por el estado de la Causa del Papa Pacelli. Reconozco ahora que mi intervención incluía una suspicacia insolente. Tuve el atrevimiento de opinar que difícilmente Pío XII alcanzaría el honor de los altares, porque el Vaticano progresista de hoy no le perdonaría haber canonizado a Pío X, el desvelador del modernismo con la Encíclica Pascendi dominici gregis, y las decisiones canónicas que la acompañaron. Tampoco podría disculparlo de haber publicado la Encíclica Humani generis. El Cardenal me respondió inmediatamente y con serena comprensión. Me informó que ya había sido aprobado que el Siervo de Dios practicó todas las virtudes cristianas en grado heroico, pero que faltaba un milagro obtenido por su intercesión para proceder a la beatificación. También me exhortaba a rezar y hacer rezar, lo mismo que a difundir la figura del gran Pontífice; me arrepiento de no haberlo hecho hasta ahora. He aquí, después de todo, la razón del presente artículo.
Eugenio Pacelli fue elegido Papa el 12 de marzo de 1939, en uno de los conclaves más breves de la historia. Diríamos que era «número puesto». Había sido Secretario de Estado de su inmediato predecesor, Pío XI, quien lo preparó cuidadosamente, estaba seguro de que lo sucedería. El Papa Ratti fue un hombre de fe intrépida (Fides intrepida es, precisamente el título que le corresponde en la pseudo profecía de Malaquías), se opuso férreamente al nazismo con la Encíclica Mit brennender Sorge, y al comunismo con la Divini Redemptoris promissio. En el mismo orden de cosas hay que mencionar la Encíclica Firmissimam Constantiam (o en el texto castellano Nos es muy conocida) acerca de la persecución religiosa en Méjico. Él envió al Cardenal Pacelli como Legado Pontificio a América del Norte, y al Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Buenos Aires, en 1934.
Varios testimonios aseguran que Pío XI daba por descontado que su Secretario de Estado lo sucedería. Por ejemplo, Monseñor Domenico Tardini, que luego se desempeñó como Cardenal Secretario de Estado de Juan XXIII, escribió en una de sus notas: «Varias veces Su Santidad me habló de su sucesor; para él no cabía duda: el futuro Papa debía ser su Secretario de Estado. Me dijo que, precisamente, para prepararlo a la tiara (la triple corona que fue depuesta ya por Pablo VI, y que ha sido reemplazada por la mitra, que usan todos los obispos), lo envió a menudo el extranjero. Un día en que Su Eminencia se encontraba en Estados Unidos, en octubre de 1936, después de hacer un gran elogio de su Secretario de Estado, concluyó mirándome bien con sus ojos escrutadores: Será un Papa magnífico. No dijo «sería» o «podría ser», sino «será», sin admitir incerteza alguna. Estas palabras fueron pronunciadas el 12 de noviembre; así se explica la alusión: en medio de ustedes se encuentra alguien a quien ustedes no conocen. Fue en el discurso pronunciado para la imposición de la birreta a los cardenales en su último consistorio». Hasta aquí la elocuente anotación de Tardini.
La formación teológica y canónica de Pacelli era óptima; poseía, una amplia cultura, que fue adquiriendo y profundizando desde muy joven. Su padre lo hizo cursar en el Liceo Visconti, una institución laicista, pero de óptimo nivel. Por otra parte, su cercanía con Pío XI y la colaboración con él, en su función de Secretario de Estado, le permitió conocer el oficio pontifical y las alternativas religiosas, culturales y políticas del siglo XX. Benedicto XV le había encomendado anteriormente la Nunciatura en Alemania, lo cual lo impulsó a adquirir conocimiento y un amor muy grande por el pueblo alemán (hablaba perfectamente esa lengua).
La obra de Pío XII muestra su capacidad extraordinaria y su espíritu de fe. El Padre Pierre Blet, SJ, un especialista en el tema, en su libro sobre el Papa, cita una definición pronunciada por la radio de Stuttgart, pocos días después de su muerte: se comparó al Papa difunto con dos genios, uno religioso, Francisco de Asís, y otro político, Napoleón. Pío XII, se decía, ha reunido en él los dos genios, el religioso y el político. (Quizás a nosotros esa comparación puede parecernos exagerada, pero así consideraban al Papa algunos contemporáneos suyos, que tuvieron la oportunidad de evaluarlo de cerca). Apunto otras dos declaraciones por demás significativas, sobre todo teniendo en cuenta quienes son sus emisores. Juan XXIII, que muchas veces le ha sido opuesto por los comentaristas de la vida eclesial, aplicaba a su predecesor la antífona de vísperas del oficio de doctores de la Iglesia: Doctor optime, Ecclesiae lumen, divinae legis amator (Doctor óptimo, luz de la Iglesia, amante de la ley divina). El Cardenal jesuita Agostino Bea, en una conferencia suya afirmaba: «Tendrán que pasar decenas de años, por no decir siglos, antes de que la obra gigantesca de Pío XII sea estimada en su valor. Él ha sembrado una simiente increíble. Se puede decir que la doctrina de Pío XII ha transformado el aire que respiramos sin que hayamos sido siempre conscientes. Esta doctrina ha constituido el fundamento mismo del Concilio, abriéndose a todos los problemas de la humanidad de hoy. Procura resolverlos a la ley del Evangelio a fin de ganar al hombre moderno para la fe, para la Iglesia, para Cristo, para Dios».
Es importante insistir afirmando que fue un Papa renovador. Sobre este aspecto de su personalidad y su obra podrían exponerse múltiples pruebas. Bastan unas pocas, pero decisivas. En primer lugar su acción de renovación litúrgica. El devolvió a la Iglesia la Vigilia Pascual; desde la Edad Media la Resurrección del Señor se celebraba el Sábado Santo por la mañana. Así desapareció el sentido del día de profundo silencio, cuando el Hijo de Dios estuvo muerto. La hora indicada para la Santa Vigilia de la Resurrección, en el motu proprio Maxima Redemptionis nostrae mysteria, fue la medianoche, es decir, las primeras horas del Domingo de Pascua, cuando todavía reina la oscuridad. Actualmente se entiende anticipar esa hora porque la gente teme salir tarde, habida cuenta de los peligros que acechan (aquí en la Argentina, por lo menos). Pero el ritual exige que ya haya anochecido; ¡no acabemos nuevamente a la mañana! También debemos a Pío XII las misas vespertinas, con un nuevo régimen para el ayuno eucarístico. Otra realización importante fue encargar al Pontificio Instituto Bíblico una nueva traducción latina de los salmos, para incluirla en el Breviario. La versión es extraordinaria, realizada según los métodos histórico-críticos actualmente empleados; entonces en ella se entiende bien qué querían decir los autores sagrados del Salterio. He disfrutado de ella, comparándola con la Vulgata. Pero al clero le «sonaba» como algo extraño; prefería los términos a los que estaba acostumbrado (aunque no entendiera el significado), de manera que no prosperó la inclusión de la versión reciente en el Oficio. En cuanto a la teología litúrgica, es preciso estudiar la Encíclica Mediator Dei et hominum (20 de noviembre de 1947), que fue un buen antecedente de los desarrollos posteriores.
Los discursos y radiomensajes de Pío XII se multiplicaron sobre las materias más diversas. Me permito señalar la catequesis (eso fueron tales discursos) a los recién casados, a los que recibía en audiencia regularmente, en grupos. Se me ocurre una comparación –por supuesto, mutatis mutandis, ya que hay entre ambos una diferencia temporal de varias décadas- con los ciclos dedicados por San Juan Pablo II al amor humano, el matrimonio y la familia.
Fue asimismo muy importante la exposición que hizo el Papa Pacelli de temas sociales de distinto calibre, sobre todo los referidos a la situación de los obreros, a quienes encomendaba a la intercesión de San José. Fue decidida su oposición al comunismo; que avanzaba y se extendió rápidamente una vez concluida la Segunda Guerra Mundial. Evoco en mi memoria la célebre foto que reúne a Churchill, Roosevelt y Stalin, aliados contra la Alemania nazi, alianza bien aprovechada por el régimen soviético para ir ocupando lugares en Occidente.
Las encíclicas de Pío XII constituyen un Corpus doctrinal impresionante. La primera, Summi Pontificatus fue publicada en Castelgandolfo, el 20 de octubre de 1939. El Papa ofrece una etiología de la situación entonces contemporánea, pero que como fenómeno cultural y político se extiende hasta nuestros días. El agnosticismo religioso es la raíz profunda de los males que afectan a la que podemos seguir llamando «sociedad moderna»; de esa raíz brotan el positivismo jurídico, el utilitarismo subjetivista en la moral, el olvido de la solidaridad humana, y el totalitarismo o absolutismo del Estado. El análisis que el Papa ofrece abarca dos planos: el nacional, con la destrucción de los derechos de la persona humana y de la familia; y en el internacional, el gran error del Estado totalitario es la negación de la comunidad de los pueblos, con la consiguiente y continua amenaza de la guerra, o por lo menos la alteración de la paz verdadera. Los temas señalados fueron retomados continuamente en las más diversas intervenciones.
Continuidad de la serie de Encíclicas: Sertum laetitiae (1º de Noviembre de 1939), dirigida al Episcopado de los Estados Unidos, al celebrar el sesquicentenario del establecimiento de la jerarquía eclesiástica en ese país. La Saeculo exeunte octavo (13 de junio de 1940) recuerda los ocho siglos de la independencia de Portugal; país al que recomienda continuar empeñándose en las obras misionales. El 29 de junio de 1943, Pío XII publicó un texto de gran valor sobre la Teología de la Iglesia, Mystici Corporis Christi, en el que adoptando la inspiración Paulina habla sobre la Iglesia, y nuestra unión en ella con Cristo. Casi contemporáneamente apareció la Encíclica Divino Afflante Spiritu (30 de septiembre), sobre el estudio de la Sagrada Escritura, que abre con audacia y prudencia el camino a los desarrollos ulteriores de la exégesis bíblica, los estudios históricos-críticos, y el descubrimiento del texto original. El 15º Centenario de la muerte de San Cirilo, Patriarca de Alejandría, que luchó férreamente contra la herejía de Nestorio, mereció la Encíclica Orientalis Ecclesiae Deus (9 de abril de 1944). Con la mirada todavía dirigida a la Anatolé eclesial, el Papa Pacelli publicó la Encíclica Orientales omnes Ecclesias. En este caso deseaba conmemorar los 350 años de la unión de la Iglesia Rutena con la Romana; es una evocación histórica, pero destaquemos un párrafo: «Los orientales no tienen que temer de modo alguno el ser constreñidos, por el retorno a la unidad de fe y de gobierno, a abandonar sus legítimos ritos y usos». Admirable observación esta, que resulta para nosotros, latinos, de máxima actualidad, cuando el motu proprio Traditionis custodes ha eliminado la Forma Extraordinaria del Rito Romano. En 1947 se cumplían también 14 siglos de la muerte de San Benito, que puede ser considerado no sólo Patrono de Europa, sino también Padre de la cultura occidental. Pío XII, que observaba con admiración a los personajes insignes de la tradición católica, publicó para conmemorar ese aniversario, la Encíclica Fulgens radiatur (21 de marzo). El 24 de noviembre de ese mismo año, apareció la Encíclica Mediator Dei et hominum, en la que se valoran los importantes estudios debidos al movimiento litúrgico, que tenía entonces plena actualidad. Destaco el prudente equilibrio del juicio del Pontífice: advierte los peligros tanto de las deficiencias de aquellos que se oponen a toda renovación, y desprecian los estudios que publican los miembros del movimiento, como asimismo la avidez de novedades de otros, que se alejan de la sana doctrina y carecen de prudencia. Una observación que vale para siempre. El texto contiene una descripción de los principales fundamentos de la liturgia y expone la relación del culto público de la Iglesia con las devociones populares de los fieles. La Encíclica Optatissima Pax (18 de diciembre de 1947) enfoca los problemas suscitados después de la espantosa guerra, cuyo fin parecía todavía reciente; la Paz es, en efecto, la máxima aspiración de los pueblos. La devoción al Santo Rosario sirve de argumento a la Encíclica Ingruentium malorum, publicada el 15 de septiembre de 1951. La expansión del comunismo soviético en la Europa oriental provocaba persecuciones atroces contra los cristianos. El 15 de diciembre de 1952, Pío XII dirigió una carta al Episcopado de las Iglesias Orientales de Rumania, Ucrania y Bulgaria, para confortarlos y animarlos a continuar ofreciendo su testimonio martirial; llevaba por título las primeras palabras del texto, según es la costumbre: Orientales Ecclesias. La Encíclica Doctor Mellifluus, del 24 de mayo de 1953, recordaba el octavo centenario de la muerte de San Bernardo (Doctor melífluo es el título que la Tradición atribuyó a quien es considerado el «último de los Padres»).
La Encíclica Fulgens corona (8 de septiembre de 1953), tuvo por finalidad conmemorar el Primer Centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción de María Santísima, realizada, empeñando el carisma de la infalibilidad, por el Beato Pío IX. Al año siguiente, el 25 de Marzo, el Papa Pacelli publicó la Encíclica Sacra Virginitas, sobre la virginidad, en la que reafirma la doctrina tradicional, que se remite a San Pablo, y que sostiene la mayor excelencia de la virginidad sobre el matrimonio. Estos términos, típicamente católicos, podemos aventurar que hoy han quedado descolocados en la cultura y vida de los pueblos: ni el matrimonio ni la virginidad -ésta mucho menos que aquel- tienen demasiado sentido, si es que tienen alguno. A los obispos de Gran Bretaña, Alemania, Austria, Francia, Bélgica y Holanda fue dirigida, el 5 de junio de 1954, la Encíclica Ecclessiae fastos, en el duodécimo centenario de la muerte de San Bonifacio, Obispo y Mártir, Apóstol de aquellos pueblos. La Ad Sinarum gentem (al pueblo chino) llegó el 7 de octubre de 1954; una Encíclica que los acompañaba en la fidelidad que obispos, sacerdotes y fieles mantenían cuanto mayor era la persecución. Admitía el Papa que era razonable que ellos disfrutaran de independencia en varios aspectos de la vida eclesial, pero advertía que ciertas reivindicaciones para interpretar la doctrina según su propio arbitrio hacen el juego a los intentos del gobierno comunista de formar una «Iglesia nacional»; y notaba que muchos habían sido seducidos. Mediante la Encíclica Ad Caeli Reginam (11 de octubre de 1954), Pío XII incluyó la fiesta litúrgica de la realeza de la Santísima Virgen María. Exponía en el texto los argumentos que fundamentaban, en primer lugar, la Maternidad Divina; y luego su cooperación a la obra redentora de Cristo, como Nueva Eva, íntimamente asociada al Nuevo Adán. Ella reina con Cristo y participa del poder y la distribución de los frutos de la redención. Copio un pasaje del texto, que me parece es de máxima importancia: «En las cuestiones que se refieren a la Santísima Virgen, tengan cuidado los teólogos y predicadores de la palabra divina, de evitar ciertas desviaciones del recto camino, no sea que caiga en un doble error; guárdense, por una parte, de exponer opiniones carentes de fundamento, y con expresiones exageradas que exceden los límites de la verdad, y por otra parte eviten la demasiada estrechez de pensamiento, al considerar la singularísima, sublime y casi divina dignidad de la Madre de Dios que el Doctor Angélico nos enseña a reconocer por razón del bien infinito que es Dios (Suma Teológica, I, q 25, a 6 ad 4)».
La música sagrada no podía faltar entre los intereses y preocupaciones de Pío XII, ya que existe una sólida tradición sobre ella y su valor educativo para la espiritualidad cristiana. Más allá de las dimensiones de la fe, Platón sostenía en su Politéia que la educación del alma comienza con la música. Traza el Papa una brevísima síntesis del «largo camino» recorrido desde las «sencillas ingenuas melodías gregorianas». Expone luego los principios del arte musical en la Iglesia y sus cualidades, afirma que la música sagrada «debe ser santa», verdaderamente artística, de carácter universal y asequible al pueblo. Además del gregoriano (en latín obviamente), se han concedido en diversos países cantar también cantos en lengua vulgar. Valora el canto religioso popular «en las funciones no plenamente litúrgicas», y elogia al órgano ante los demás instrumentos. En mi opinión, la Constitución Conciliar Sacrosanctum Concilium, capítulo VI, sigue por los carriles indicados en esta Encíclica pacelliana, publicada el 25 de diciembre de 1955, con el título Musicae sacrae Disciplina. ¡Hoy, en casi todas partes, no queda nada de esto!
La Encíclica Haurietis aquas (15 de marzo de 1956) es un verdadero tratado sobre la teología, el culto y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Luctuosissimi eventus (28 de octubre de 1956) trata sobre el levantamiento del pueblo húngaro contra el comunismo, y Laetamur admodum sobre los peligros de una guerra en Medio Oriente (1º de Noviembre de 1956). Con la Encíclica Datis nuperrime (15 de noviembre de 1956) el Sumo Pontífice vuelve a ocuparse de la situación de Hungría, donde los tanques soviéticos aplastaron el levantamiento del pueblo. Cito: «Se ha sabido que por las calles y villas de Hungría corre de nuevo la sangre generosa de los ciudadanos que de lo más profundo de sus espíritus anhelan la justa libertad; que las instituciones patrias apenas constituidas han sido abatidas y destruidas; que los derechos humanos han sido violados y que con armas extranjeras ha sido impuesto al pueblo ensangrentado una nueva servidumbre». La Encíclica Fidei donum, del 21 de abril de 1957, analiza la situación de las misiones católicas y sus principales necesidades, especialmente en África. Siguiendo la iniciativa de recordar los aniversarios de los santos que han ejercido su influjo en los pueblos a los que pertenecían, y aún más allá de esa frontera, celebró el Papa el tercer centenario del martirio del jesuita polaco San Andrés Bobba; el 16 de mayo de 1957, y publicó la Encíclica a él dedicada Invicti Athletae Christi. El primer centenario de las apariciones de la Santísima Virgen a Bernardette Soubirous, en la gruta de Massabielle, fue recordado mediante la Encíclica Le pelerinage de Lourdes, en la que se expresaba alegría y gratitud por ese don de la Madre de Dios; y por las conversiones y curaciones allá verificadas. Ante el materialismo práctico de la sociedad, apela el Papa a encomendarse y encomendar a la Inmaculada la propia santificación y la renovación cristiana de la sociedad (2 de julio de 1957). Siempre atento a las cambiantes necesidades de los tiempos, dedicó Pío XII una importante Encíclica sobre el cine, la radio y la televisión: Miranda prorsus (8 de septiembre de 1957). En los últimos meses de su fecundo pontificado, publicó todavía el Papa Pacelli dos encíclicas: Ad Apostolorum Principis sepulchrum (29 de junio de 1958), dirigida a los católicos chinos; afronta el doloroso problema de la situación religiosa, y las consagraciones episcopales no autorizadas por la Santa Sede. El gobierno comunista difundiría una falsa doctrina llamada de las «Tres independencias»; que arrancaba a las almas de la necesaria unidad de la Iglesia. Y la última Carta Encíclica (encíclica significa «circular») fue la que comienza Meminisse iuvat, en la que exhorta a apelar a la intercesión de la Santísima Virgen, ante los rumores de guerra y la terrible amenaza de la bomba atómica; se publicó el 14 de julio de 1958.
He dejado para el final de la serie de encíclicas, una que tuvo y tiene una importancia fundamental. Fue publicada el 12 de agosto de 1950, y comienza con la siguiente frase: Humani generis in rebus religiosis ac moralibus discordia («La discordia del género humano en cuestiones religiosas y morales»). El fundamento de la crítica de Pío XII a la llamada teología nueva; la encuentro en esta observación recogida en el parágrafo 9 del texto: «La Iglesia no puede ligarse a cualquier efímero sistema filosófico». De allí el relativismo teológico y dogmático, para «librar» a la exposición de las verdades de fe de la manera que es tradicional, apoyada en la Sagrada Escritura y los Santos Padres y los conceptos filosóficos usados por los doctores católicos. Creen que las «necesidades» modernas exigen que las verdades de la fe sean formuladas con la filosofía moderna, el inmanentismo, el idealismo o el existencialismo. En el fondo, se intentan estos avances porque consideran que los misterios de la fe no pueden expresarse nunca en conceptos completamente verdaderos, sino sólo con conceptos aproximativos, que cambian continuamente; la verdad es apenas indicada, y también necesariamente desfigurada. La historia de los dogmas, consistiría en exponer las varias formas que habría ido tomando la verdad revelada según las opiniones y doctrinas que iban apareciendo en el decurso de los siglos. Otra toma de posición según las nuevas teorías implicaba disminuir la autoridad de la Sagrada Escritura; el sentido literal de la misma debería ceder el puesto a una nueva exégesis que llaman simbólica o espiritual. Los autores medievales católicos ya habían catalogado correctamente los varios sentidos que pueden descubrirse en un texto bíblico.
Menciona y enumera Pío XII los diez errores teológicos que se apoyan en los principios indicados: se pone en duda que la razón humana pueda, sin la luz de la revelación y la fuerza de la gracia, llegar a demostrar la existencia de Dios con argumentos deducidos de las cosas creadas (es este un extravío típicamente protestante); se niega que el mundo haya tenido principio (cuando Génesis 1,1 dice Bereshit, en el principio); también se niega a Dios la presciencia eterna e infalible de las acciones, sería una fuente cerrada y oculta. Algunos discuten que los ángeles sean personas y no aceptan que la materia difiera esencialmente del espíritu. La gratuidad del orden sobrenatural también es alterada: Dios no podría crear seres inteligentes sin ordenarlos y llamarlos a la visión beatífica. Se destruye el concepto de pecado original, así como la satisfacción que Cristo ha dado por nosotros mediante el sacrificio de la cruz. No faltan quienes sostienen que la doctrina de la transubstanciación eucarística estaría fundada en un concepto anticuado de sustancia, y por lo tanto debería ser corregida: la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento no sería real sino simbólica, una señal externa de la unión íntima de Cristo con sus fieles en el Cuerpo Místico. También algunos rechazan la enseñanza del Magisterio sobre la identidad de la Iglesia Católica Romana, con el Cuerpo de Cristo.
Después de la advertencia acerca de estos errores que surgen dentro de la Iglesia, el pontífice expone serenamente la doctrina católica sobre todos estos puntos. No falta el aliento a quienes están dedicados a la enseñanza; para hacer avanzar las ciencias que profesan, salvaguardando la verdad de la fe y la doctrina católica. Los errores denunciados por la Humani generis volvieron a sonar en la Iglesia después del Vaticano Segundo.
Además del Cuerpo de Encíclicas, Pío XII practicó otros géneros magisteriales: las Constituciones Apostólicas contienen enseñanzas, a las que siguen disposiciones precisas sobre el tema al que se refieren. Hay también Cartas Apostólicas y Bulas de diverso carácter. Me detengo en la mera mención de la Bula Munificentissimus Deus, del 1º de Noviembre de 1950, por la cual, haciendo uso de su magisterio infalible, el Pontífice definió como dogma de fe la Asunción de la Santísima Virgen María, en cuerpo y alma a la gloria celestial. Ese día Pío XII definió el dogma ante una multitud que llenaba la Plaza San Pedro, y se extendía por la Vía della Conciliazione hasta el Tíber. La fórmula definitoria reza: «Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de Verdad, para la gloria de Dios Omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma Augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y por la Nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser Dogma de Revelación Divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
Notemos que el Papa no dice «después de su muerte», sino «cumplido el curso de su vida terrena»; los cristianos de Oriente creen y celebran la Dormición de María. Podemos indicar también dos interesantes pasajes del Antiguo Testamento: en el primero se menciona que Henoc, uno de los «patriarcas» antediluvianos, había agradado a Dios y por eso éste «se lo llevó», lo «asumió» (Gén 5, 24); también el profeta Elías fue arrebatado el cielo en un torbellino, en un «carro de fuego» (2 Re 2, 11). Ninguno de los dos conoció la muerte. Sea cual fuere la interpretación que haya de hacerse de estos dos textos, quiero indicar aquí que en ambos se emplea el verbo hebreo lakáj, asumir, ser llevado. Es el concepto que debe aplicarse a la Asunción de María; independientemente de que haya muerto o no, como mueren todos los seres humanos.
El afán de enseñar de Pío XII (cf. 2 Tim 4, 2: didajé) se expresó en innumerables discursos, catequesis y radiomensajes. De este último género magisterial es el radiomensaje de Navidad de 1944, dedicado al tema de la democracia. Cuando la guerra aún no había concluido, el Papa piensa en la organización que sería necesario construir. De este pronunciamiento suyo deseo señalar la distinción que expone entre pueblo y masa; una auténtica democracia requiere la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo.
Un estudio satisfactorio sobre la personalidad de la obra del Papa Pacelli, requeriría una exposición aún más extensa que la presente, la cual ya se ha prolongado demasiado.
Concluyo haciendo referencia a la calumnia que se ha dirigido a Pío XII, a quien se acusó de no haber levantado con fuerza su voz contra la persecución desatada por la barbarie nazi, contra el pueblo judío. Ha sido muy dañina la publicación del infame libro de Hochhut «El Vicario». La obra jurídica y política de Pío XII se expresa claramente sobre la organización de los estados y los derechos humanos; todo lo contrario de la tiranía nazi y sus pretensiones de expansión y conquista mundial. Sabía el Papa que una fuerte declaración pública suya agravaría la persecución a los judíos y a la Iglesia, que también era perseguida. En lugar de esto, que podía por cierto resultar espectacular, desarrolló una inteligente acción diplomática y se ocupó personalmente del salvataje de decenas de miles de judíos (más de 100.000, por cierto); a muchos de estos los albergó en conventos de clausura. Esta acción fue de inmediato reconocida por las autoridades judías. El caso más conmovedor es el del Gran Rabino de Roma, Israel Zolli; que se convirtió al catolicismo, y eligió como nombre de bautismo Eugenio, el primer nombre de Pacelli. Su esposa, asimismo convertida, se llamó Eugenia.
¿Será beatificado Pío XII? Quizá todavía haya mucho que esperar. Por lo menos hasta que el progresismo, que invadió la Iglesia, y que reproduce en ella los errores señalados en Humani generis, acabe disipándose. A no ser que la advertencia vertida por San Pablo en 2 Tim 4, 1-4 sea simplemente un atisbo de aquellos tiempos descritos en el Apocalipsis. Entonces habrá que esperar que el mentiroso que confunde a la Iglesia, el drakōn o megas, el ophis o archaios, que se llama diábolos y Satanâs, que seduce al mundo entero, el acusador de los cristianos, sea arrojado para siempre al lugar que le corresponde (Ap 12, 9). Contamos también con las palabras de María: Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).
Buenos Aires, miércoles 27 de abril de 2022.
Fiesta de Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono del Episcopado Hispanoaméricano.-