Para ilustrar la vileza de nuestra época me gustaría confrontar dos episodios sobradamente conocidos por las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan. Uno de ellos, protagonizado por el actor Will Smith, acaparó titulares en fechas recientes; el otro es uno de los episodios evangélicos más divulgados y conmovedores.
En su caballerosa defensa de la mujer adúltera (que no debe confundirse con defensa del adulterio que ha cometido), Jesús lanza a los fariseos una frase desafiante: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Y el Evangelio nos dice que «se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos». Podemos pensar que algunos de esos fariseos dispuestos a lapidar a la mujer habían cometido, como ella misma, adulterio (aunque no hubiesen sido sorprendidos flagrantemente); y podemos pensar que habría otros que, sin haberlo llegado a cometer, al menos se habrían sentido tentados a hacerlo. Pero también habría entre ellos fariseos que jamás en su vida hubiesen sucumbido a la tentación, ni tampoco hubiesen coqueteado con ella. Simplemente, eran personas que conocían las debilidades de la naturaleza humana; y, aunque eran especialmente celosos en el cumplimiento de la ley de Moisés, su conocimiento de la naturaleza humana los decide a abandonar su propósito infame de lapidarla.
Comienzan por desistir los más viejos, quienes -por tener mayor experiencia de la vida- saben que la falta cometida por aquella mujer la habrían podido cometer ellos mismos; pero desisten también los más jóvenes, que -como suele ocurrir- serían los más ardorosos y fanáticos. Unos y otros suponemos que desistirían a regañadientes, pues de este modo se veían privados de una orgiástica oportunidad de presentarse ante el mundo como intachables; pero íntimamente saben que no lo son y se retiran mohínos, reconociéndose pecadores, en acto o en potencia.
Comparemos la actitud de los fariseos de la época de Jesús con la que han exhibido los fariseos de la nuestra. Como los fariseos de hace dos mil años, los fariseos de nuestra época conocen las debilidades de la naturaleza humana; y saben perfectamente que nadie está libre de pecado, saben que en un momento de acaloramiento u ofuscación, cualquier persona -incluidos ellos mismos, aunque se crean puros y perfectos- pueden reaccionar acaloradamente cuando una persona muy querida es escarnecida en público (no olvidemos que el humorista que se lleva el tortazo se había burlado de la calvicie de la mujer del actor, ocasionada por una enfermedad).
Pero en lugar de retirarse mohínos, como hacen los fariseos interpelados por Jesús, los fariseos modernos se envalentonan y lapidan al actor, convirtiéndolo en diana de sus reprobaciones. Lo hacen porque, a diferencia de los fariseos de hace dos mil años, creen que la ideología debe prevalecer sobre la verdad humana. Y para hacerlo necesitan distorsionar grotescamente la reacción -si se quiere impulsiva o exaltada- del actor Will Smith, convirtiéndola en una prueba de ‘masculinidad tóxica’ y ‘violencia heteropatriarcal’.
No les basta con defender su ideología, conmiserándose a la vez del hombre que ha visto llorar a su mujer en casa, mientras se queda calva por padecer una enfermedad, y se solivianta ante un majadero que hace mofa de ello ante millones de personas. Necesitan condenar a ese hombre, sin importarles el sufrimiento que se esconde detrás de su reacción; necesitan convertirlo en un guiñapo y utilizarlo como percha de sus deshumanizadas lucubraciones ideológicas, a sabiendas de que la reacción de ese hombre fue eminentemente visceral. A sabiendas de que todos los hombres (¡y todas las mujeres!) tenemos reacciones viscerales, enfrentados a circunstancias en las que, soliviantados por una ofensa gratuita, la sangre se nos sube a la cabeza y no ponderamos ni calculamos, máxime cuando esa ofensa se le ha infligido a una persona a la que amamos. Y en esas circunstancias no somos feministas ni machistas, heteropatriarcales ni homomatriarcales, somos seres humanos débiles y ofuscados.
Estos modernos fariseos no se han recatado tampoco de tildar al actor Will Smith de machista por considerar que la ofensa inferida a su mujer exigía que fuese él quien la respondiese, en lugar de dejar que su esposa se defendiese solita. Imagino que también habrían tildado de machista a Jesús por salir en defensa de la mujer adúltera, en su afán por anteponer su ideología a la naturaleza humana (que nos exige salir caballerosamente en defensa del débil). Jesús, desde luego, no se lio a tortas con los fariseos; prueba infalible de que, además de un hombre caballeroso, sabía obrar divinamente. Pero sólo los fariseos más viles pueden exigir a un débil mortal que obre divinamente.
Por JUAN MANUEL DE PRADA
Publicado en XL Semanal.